Texto y selección de Daiana Henderson
Dibujos de Eva Costello
Con voz suave de maestra, la poesía de Susana Cabuchi es una escuela de humildad y de paciencia. Nos retrotrae a un tiempo en el que un mensaje debía atravesar una distancia, es decir, en el que un sobre contenía a la vez la esperada carta y la historia de su viaje hasta nuestra mesa. En su sensibilidad poética, desarrollada por circunstancias de vida en un entorno natural, hay una disposición al silencio, como si el trabajo de la poeta fuera acompañar a la palabra hasta que termine de madurar y caiga por su peso.
Nuestra verborragia nos empuja a llenar vacíos, y el consumo sin fin de “contenido” formatea lectores que le exigen a los textos que traigan explicitado su sentido, como quien no se aguanta y espía la respuesta de una adivinanza. Quizás por eso la poesía es todavía un refugio del espíritu.
Susana Cabuchi nació en Jesús María, Córdoba, en 1948, “patria de la infancia” a la que volvió durante la pandemia, y en la que falleció en julio de este año. Pasó su adolescencia en Alta Gracia y su adultez en la ciudad de Córdoba, donde conformó grupalidades y desarrolló una amplia actividad formativa. Los cinco poemas siguientes pertenecen a su segundo libro Patio solo, publicado en 1986.
PAISAJE
Suben,
quebrando el aire,
densos
los humos del otoño.
Una pequeña lagartija
asoma
entre los leños húmedos.
Ocupan al ciruelo
los preparativos del silencio.
SILENCIO
En el silencio
la noche campesina.
Olor a hierbas húmedas.
Va a llover.
Sólo escucho
quemarse los insectos
en las velas.
MOMENTO
No he olvidado
el olor
de los comedores baratos
ni aquella mujer pálida
dormida sobre su cartera.
Sin embargo
parece
como si todo
estuviera bien
ahora,
porque una sola rosa
da perfume a la pieza
y están
las manos del amado
sobre mis rodillas.
LA CARTA
Ha llegado la carta.
Está sobre la mesa,
al lado de las flores.
La miro
largamente.
Conozco la letra.
Pero la leeré
a la medianoche,
cuando los trenes
que pasan hacia el norte
hagan temblar
los vidrios de la casa.
VISITA
Un viajero
ha llegado a la casa.
Salimos todos
a abrazarlo
porque trae noticias del hermano.
Habla de campos secos,
del hambre en las ciudades,
muestra fotografías.
Después del almuerzo
le servimos
la fruta más dulce del ciruelo.
Y la ha comido,
pero sin alegría.
+ Que los versos te acompañeñ V
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+ Que los versos te acompañeñ IV
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+ Que los versos te acompañeñ III
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