Glosario de la Memoria

La Ronda

SOCIEDAD
24 de marzo de 2025

 

Camino a la conmemoración del 50 aniversario del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, en La Canción del País inauguramos una serie de notas denominada Glosario de la Memoria: un catálogo de palabras claves como vía de acceso a la historia política, social y cultural de Argentina. En esta primera entrega, la periodista y docente Candela Ramírez; a cargo de la sección, escribe sobre la ronda de Madres de Plaza de Mayo

 

Por Candela Ramírez

 


La primera vez fue un sábado y eran catorce mujeres. Todavía no había pañuelos blancos ni banderas con inscripciones. Tampoco había fotografías en blanco y negro de hombres y mujeres jóvenes. No tenían nombre ni punto de encuentro. Ese 30 de abril se dieron cuenta muy rápido que el día elegido no iba a funcionar, en Casa Rosada había poca gente los fines de semana. Fueron expeditivas y definieron que la próxima vez sería un jueves.

Desde que los militares usurparon el poder en marzo de 1976, en Argentina regía el estado de sitio: no se podía circular libremente por la calle, estaba prohibido reunirse en grupo y la policía tenía libertad para detener sin orden judicial. El Congreso, cerrado; los medios, intervenidos o vigilados.

A las tres y media de la tarde en el centro de Buenos Aires, el primer jueves de mayo de 1977 se juntaron en la Plaza de Mayo. Pensaron que si eran muchas, Videla las tendría que recibir. Compartían un dolor: eran madres y no sabían dónde estaban sus hijos. Tenían datos como dagas en el pecho.
Ningún funcionario respondía sus preguntas. Sus hijos no estaban ni en comisarías ni en cuarteles ni en hospitales ni en las morgues. A la mayoría se los habían llevado de sus casas a la madrugada. Faltaban algunos años para que Videla dijera en televisión abierta ni vivo ni muerto, está desaparecido.

—Circulen.
Ordenó un policía. Las madres obedecieron. Se tomaron del brazo y de dos en dos, caminaron alrededor de la pirámide: esa fue su primera ronda.

Dejaron de ser catorce muy rápido, el número se transformó en sesenta en pocas semanas, pronto fueron una pequeña multitud que no paraba de crecer. Muchas ya se habían visto en visitas a parroquias o cuarteles. No sabían casi nada la una de la otra. Encontrarse les trajo una revelación, había algo sistemático, en el país faltaban cientos de hombres y mujeres.

Aprendieron a navegar las normas de la época. La clandestinidad no era una opción, ellas querían ser vistas, necesitaban ser escuchadas. La ronda en Plaza de Mayo se volvió un ritual de cada jueves a la tarde.

Tuvieron que aprender a comunicarse en código.

(Ya habían aprendido tantas cosas: a presentar hábeas corpus, a gritarle a funcionarios, a no temerle a la policía, a insultar a quienes decían que sus hijos estaban de viaje, a presentar sus DNI de forma colectiva si en la ronda se lo pedían a una).

En octubre de 1977 hubo dos hechos decisivos.

Por un lado, se dieron cita fuera de la capital, al sur del gran Buenos Aires: el Parque de los Derechos de la Ancianidad (hoy Parque Pereyra Iraola) es un enorme predio que está entre Berazategui, Florencio Varela, Ensenada y La Plata. Se encontraron a las nueve y media de la mañana en la zona cercana a La Plata. Ya tenían cancha en el arte de disimular: llevaron ramos de flores, se sentaron en los bancos y fingieron discursos como si fuera la despedida de alguna de ellas. Las designadas leyeron un instructivo escrito a máquina.

En el documento hay seis puntos con directivas —“actitud a seguir y motivo de la reunión”, elección de líderes y delegadas, formas de discutir—, no hay ningún apellido, se establece que habrá una reunión semanal y se plantea que las decisiones son secretas.  Se dispersaron rápido apenas dieron por terminada la comunicación. Tenían que ser cuidadosas, sabían que también eran perseguidas.

Además, asistieron a la peregrinación anual a la Basílica de Luján, esa movilización no había sido prohibida por los militares que eran muy católicos, apostólicos, romanos.

Querían ser vistas: en los cuarenta, cincuenta, sesenta, todavía se usaban pañales de tela para los bebés, si la pregunta era ¿dónde están nuestros hijos? podían usar esos mismos pañales como distintivos para ser reconocidas. Así fue, en Luján las madres de estos hijos de destino incierto se mostraron con un pañal blanco atado al cuello cubriendo su cabeza. Iban también con zapatos bajos, carteras, rosarios apretados en sus manos.

Consagraron su imagen pública: eran las Madres de Plaza de Mayo, las de las rondas de los jueves, las del pañuelo blanco, “las locas de la Plaza” como las catalogaron desde Casa Rosada (locas de amor, locas de rabia, responderían ellas apropiándose del adjetivo).

Después, más golpes. Tres de ellas fueron desaparecidas. Siguieron las rondas. Hubo solicitadas, entrevistas a medios internacionales. Su mayor miedo se fue volviendo certeza. Siguieron las rondas. Sus hijos ya no aparecerían con vida. Terminó la dictadura. Siguieron las rondas. Hicieron declaraciones ante la Conadep y en el Juicio a las Juntas. Los gobiernos impusieron las leyes de obediencia debida y punto final, también los indultos. Siguieron las rondas. Llegaron los juicios por la verdad. Hubo otro estado de sitio, el jueves 20 de diciembre de 2001 siguieron las rondas.

Se derogaron las leyes de la impunidad, se reabrieron los juicios, declararon de nuevo. Siguieron las rondas. Vino el rechazo al 2x1, presidentes que negaron los crímenes, presidentes que los reivindicaron. Siguieron las rondas. Todos los jueves a la tarde, en la plaza principal de cada ciudad: siguen las rondas.

 

 

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