Camino a la conmemoración del 50 aniversario del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, en La Canción del País presentamos una serie de notas denominada Glosario de la Memoria: un catálogo de palabras claves como vía de acceso a la historia política, social y cultural de Argentina. En esta tercera entrega, la periodista y docente Candela Ramírez; a cargo de la sección, escribe sobre el apagón provocado en Libertador General San Martín y Calilegua, Jujuy, entre el 20 y 27 de julio de ese año para secuestrar trabajadores.
Por Candela Ramírez
Entre una y otra apenas cinco kilómetros, un río y un puente. En 1976, la tierra de la yunga, el olor a bagazo y hectáreas de cañaverales ya tiene un intendente destituido. Nadie sabe dónde está pero sí cómo se lo llevaron de su casa: a la madrugada y en una camioneta con el logo de la azucarera Ledesma. El conductor, un empleado del ingenio devenido en policía. Luis Arédez —médico pediatra, radical, candidato del FREJULI, señalado como “infiltrado marxista”— es uno de los primeros de los cientos de secuestros que se están por cometer. Los jujeños todavía no pronuncian la palabra desaparecidos, ningún argentino lo hace. Todavía piensan que son detenciones y buscan a sus familiares en comisarías o preguntan por ellos en oficinas públicas.
Entre Libertador General San Martín y Calilegua apenas cinco kilómetros, un río, un puente y un apagón. Entre el martes 20 y el martes 27 de julio de 1976, desde las diez de la noche y hasta las seis de la mañana no hay luz en ninguna de las casas alrededor de los cañaverales de Jujuy. El corte de suministro eléctrico facilita las detenciones ilegales y el desconcierto. Los cortes llegan hasta El Talar (a más de cincuenta kilómetros) y los secuestros se cuentan de a cientos. Casi todos los hombres y mujeres que son arrancados de sus casas o de la puerta del ingenio son trabajadores azucareros (como la gran parte de su población), muchos están sindicalizados, otros militan en partidos políticos, también hay estudiantes y profesionales.
Para secuestrar y matar a tantos al mismo tiempo se necesitan muchas voluntades, mucha fuerza de trabajo y coordinación. Hay una política del detalle: no se escapa nada ni nadie.
La Noche del Apagón, como se conoce a los más de cuatrocientos secuestros que hubo en el norte argentino aquella semana del primer invierno de Videla, es uno de los casos más paradigmáticos de la complicidad de empresarios con el terrorismo de Estado. Los ataques los comandaron integrantes del Ejército, de la Gendarmería y de la Policía provincial. Los que sobrevivieron coinciden en que las camionetas y trailers donde se los llevaron apiñados como animales tenían los logos de la empresa Ledesma, a muchos los sacaron de ahí, a otros los llevaron ahí: a sus galpones o a la sede de Gendarmería de su predio. Son pueblos chicos, así que muchos también reconocieron las caras de los verdugos: por ejemplo, la de Juan de la Cruz Kairuz, conductor del auto que se llevó a Arédez.
—En medio de esa oscuridad me di cuenta de que sólo había luz en la fábrica Ledesma, que estaba en plena cosecha.
Así relató Ricardo Arédez, décadas más tarde, el secuestro de su papá que había ocurrido cuatro meses antes del apagón general aunque allí ya hubo una primera señal.
En 1951 Carlos Blaquier se casó con Nelly Arrieta, hija del administrador del ingenio Ledesma. Blaquier es un apellido de procedencia patricia y protagonista de esta historia. En la década del sesenta, desde la dictadura de Onganía, los trabajadores de Tucumán y Jujuy sufrieron una tremenda embestida: cerraron decenas de ingenios y se favoreció así la concentración de dos empresas, La Fronterita y Ledesma.
En 1970, Blaquier ya estaba al mando de la empresa de su suegro, que había fallecido. Ledesma y Arédez se conocían desde 1958, cuando el médico había sido contratado por la empresa en Tucumán pero fue rápidamente despedido por los medicamentos que pedía para combatir la mortalidad infantil de la zona, de los hijos de los obreros. Arédez se fue a Tilcara pero en 1960 se instaló en Libertador San Martín cuando le ofrecieron ser el médico de la obra social del Sindicato de Obreros y Empleados del Ingenio Ledesma. Su vida estuvo marcada por el vínculo estrecho que tuvo con los trabajadores azucareros del norte y sus familias y su visión humanista de la medicina.
Tal fue la cercanía que, si bien pertenecía a la Unión Cívica Radical (UCR) el justicialismo le pidió que fuera su candidato a través del FREJULI (Frente Justicialista de Liberación) cuando volvieron las elecciones libres en 1973. Una vez en el cargo, tomó medidas que los feudos del azúcar no estaban dispuestos a aceptar. Arédez quiso cobrarle a la empresa las deudas que tenía con el municipio, aumentarle los impuestos y pretendió que la misma cediera algunas de sus miles de hectáreas para construir viviendas sociales. Duró menos de un año en el cargo. Desde mediados de los sesenta en todo el norte argentino, sobre todo post cierre de ingenios, los trabajadores azucareros lideraron grandes movilizaciones y afrentas al poder económico concentrado para exigir mejores condiciones laborales y salubres.
Después de su destitución, Arédez tuvo a la Triple A respirándole en la nuca hasta su secuestro en 1976. Un año después fue liberado, volvió a trabajar como médico y dos meses después, el 13 de mayo de 1977 fue secuestrado otra vez. Sigue desaparecido.
La mayoría de los más de cuatrocientos secuestrados durante la Noche del Apagón fueron trasladados al centro clandestino de detención ubicado en la ciudad de Guerrero, a unos 30 kilómetros de la capital jujeña y a más de 120 de la zona de la yunga y las cañas de azúcar. Arédez fue visto allí.
El Talar, Calilegua y Libertador General San Martín (conocida como Ledesma por la impronta de la empresa en el lugar) quedaron sumidas en el terror y a los familiares de las víctimas y a los sobrevivientes les fue muy difícil organizar la resistencia a la tiranía genocida. La reconstrucción de los casos vino de la mano con esta dificultad. De aquellos secuestros, al menos treinta personas siguen desaparecidas. Durante muchos años, la esposa de Arédez, Olga Márquez, fue la única que se atrevió a rondar alrededor de la Plaza del pueblo exigiendo la aparición con vida de Arédez y los demás.
La Noche del Apagón fue uno de los casos incorporados al Juicio a las Juntas en 1985. Después de las leyes de impunidad en los ochenta y noventa, con el reinicio de los juicios en 2006 estos casos recién fueron elevados a juicio en 2012: entonces Blaquier y Alberto Lemos, administrador general de Ledesma en los setenta, fueron procesados por 29 secuestros. Pero los empresarios consiguieron absoluciones, dilaciones y aunque fueron nuevamente puestos en el banquillo de los acusados Blaquier falleció en 2023. Lemos aún no tuvo que enfrentar ningún juicio oral y no hay fecha. Todos los años, miles de personas se movilizan de Calilegua a Ledesma para exigir justicia. Caminan más de cinco kilómetros y atraviesan el río San Lorenzo a través de un puente.
La empresa Ledesma creció formidablemente durante la dictadura, consiguió expandirse y consolidar su negocio no sólo en Argentina sino en Latinoamérica. En 2020, la revista Forbes ubicó a los Blaquier en el puesto 24 de las familias más ricas de Argentina. En la web oficial del oligopolio lo recuerdan como un “gran defensor de la industrialización nacional” y destacan cómo creció “la producción, la diversificación integral del negocio y el compromiso con la comunidad”. Blaquier sólo llegó a declarar en las etapas de instrucción, donde negó todas las acusaciones. La semblanza al empresario en su sitio oficial termina así: “Como los precursores, su obra es la que habla por él”. Los azucareros sobrevivientes también hablan: lo acusan a él.