Cuadernos de Centeno

LAS NARRATIVAS SOBRE LA CORRUPCIÓN

POLÍTICA
7 de agosto de 2018

Por Juan Pablo Hudson

La aparición de un bombazo judicial la semana pasada intenta instalar a nivel social una consigna comunicacional clave del macrismo: la ruta del dinero K.

Aparecen dos modos de analizar la ola de detenciones y publicaciones de datos y cifras: 1. Si son reales las denuncias narradas con puntillosidad por el chofer del exfuncionario del Ministerio de Planificación Federal Roberto Baratta o si es una megaoperación del oficialismo (gobierno y medios afines) en medio de un ajuste y una recesión que exacerba el descontento popular. 2. Si la corrupción explica la decadencia nacional o si es un efecto redidual del capitalismo.

De la primera vía de entrada todavía no podemos decir nada aunque haya sobradas sospechas sobre la falsedad de la denuncia. Con la segunda vía de entrada se corre el riesgo de caer en una discusión puramente ideológica. - Vale preguntarse: ¿qué tipo de narrativa específica construye el oficialismo en torno a la corrupción del kirchnerismo? ¿A qué tipo de sujetos se dirigen las infernales máquinas mediáticas con este tipo de pomposas denuncias?

Desde que asumió Cambiemos la narrativa sobre la corrupción kirchnerista es propia del siglo XX. Como si durante los doce años que gobernaron Néstor y Cristina no hubieran existido las redes digitales de circulación de flujos dinerarios, ni siquiera los cheques. La corrupción kirchnerista no acepta la jerga abstracta del mundo financiero. No hay bytes. No hay transferencias bancarias. No hay guaridas financieras. Todo es bien material, visible y, fundamentalmente, representable. Es un tipo de corrupción que cumple con el imaginario popular más básico: hay billetes (muchos), hay bolsos, bóvedas ocultas, maletines, autos con vidrios oscuros, transacciones -tipo guerra fría- en sótanos vacíos, en estacionamientos de autos, en terrazas de Puerto Madero, en bares chetos. Los funcionarios envían, trasladan y/o reciben billetes; no operan online. Si la falsa consigna “se robaron un PBI” fuera cierta, apabulla la posibilidad de que la riqueza del país hay sido posible comprimirla en un puñado de bolsos de cuerina.

El sujeto al que se dirige la narrativa macrista sobre la corrupción k es extremadamente contemporáneo: el laburante quemado. El trabajador precario que se traslada a su casa apretujado en un medio de transporte y que apenas tiene fuerzas para leer la pantalla del celular; la pareja extenuada que ya entrecierra los ojos mientras mira en el sillón o la cama los programas políticos de la noche. No es un sujeto al que le falta capacidad de entendimiento: le falta tiempo, energía y ánimo. 

La narrativa de la corrupción macrista se ubica en la vereda de enfrente. Las denuncias del espectro opositor -políticos y medios- es, en principio, irrepresentable para el consumidor más conspicuo de medios: no tiene imagen, no hay objetos físicos tangibles. Acá sí hay puros bytes. Son fondos financieros fugados a guaridas fiscales, son fortunas digitales blanqueadas provenientes de esos paraísos fiscales, son kafkianas mamushkas de empresas offshore, son brumosas operaciones de evasión impositiva, son deudas e intereses de empresas difíciles de entender. No es casualidad que la denuncia que más los golpeó fue la de los aportantes truchos.

Es decir: la más básica. Hubo nombres de personas reales que denunciaron no haber aportado esos montos mínimos que figuran en planillas impresas; aparecieron caras frente a cámara, nombres y apellidos (algunos famosos), hubo montos fácilmente calculables.

El sujeto al que se dirige la narrativa macrista sobre la corrupción k es extremadamente contemporáneo: el laburante quemado. El trabajador precario que se traslada a su casa apretujado en un medio de transporte y que apenas tiene fuerzas para leer la pantalla del celular; la pareja extenuada que ya entrecierra los ojos mientras mira en el sillón o la cama los programas políticos de la noche. No es un sujeto al que le falta capacidad de entendimiento: le falta tiempo, energía y ánimo. Pero le sobra malestar y frustración frente a la precariedad y el ajuste que se llevan puesto todo. En medio de esa duermevela, su frágil atención se ilumina con las fotos de las tapas de los cuadernos, con una infografía de cómo circulaba el auto de Baratta, la foto de unos funcionarios fumando en la puerta de un ministerio, el color de los bolsos que usaba Baratta para llevar millones de pesos o dólares.

¿Tendrán las esquirlas del bombazo judicial la misma eficacia que tuvieron los bolso de López para contener el “vamos a volver” que nuevamente vislumbraban las últimas encuestas?

 

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