Por Juan Pablo Hudson
El gobierno construye una ofensiva mediática cada vez más expansiva y agresiva para mostrarse en el centro de la escena política. El fracaso de su política económica lo lleva a construir fotos precarias pero fotos al fin que los grandes conglomerados mediáticos se ocupan de difundir como un punto de inflexión hacia una mejoría irremediable.
La certeza gubernamental, también su esperanza, es que teniendo bajo control el precio del dólar y mínimamente la inflación le alcanzará para lograr la reelección. A eso le suma la difusión diaria de encuestas siempre a su favor en las últimas semanas, una imagen de supuesta euforia del presidente Mauricio Macri y su mesa chica, y la instalación del miedo al retorno del kirchnerismo, al que se lo traduce como una máquina que hará perder las libertades públicas con el único fin de retomar sus negocios corruptos.
La semana pasada la estrategia comunicacional sumó una fotografía pretendida desde el inicio del mandato de los amarillos: la reinserción del país en el mercado mundial, es decir, en el concierto de las naciones más poderosas del mundo. La firma del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea fue presentado como un hito histórico que le abriría las puertas del mundo a la Argentina después de doce años de encierro por la (ir)responsabilidad del populismo. Para el macrismo inserción en el mundo es sinónimo de libre comercio, liberalización del intercambio, la vieja receta neoliberal que hoy desafían las dos principales potencias del mundo: China y Estados Unidos.
La firma del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea fue presentado como un hito histórico que le abriría las puertas del mundo a la Argentina después de doce años de encierro por la (ir)responsabilidad del populismo.
El acuerdo, del que se desconoce la letra chica, deberá ser refrendado en los parlamentos de cada país y también en el propio parlamente europeo y en el Mercosur. Eso demandará años y nada garantiza que sea posible. La presión de los agricultores y ganaderos franceses ya hizo que el presidente Emmanuel Macron ponga en duda la posición del país galo.
La concreción de este pacto de libre comercio, la utopía neoliberal, se produce en un momento histórico que encuentra relegada a la Unión Europea (UE). Estados Unidos y China han asumido una posición antiglobalizadora. Se refugian en el proteccionismo luego de décadas de apertura indiscriminada de sus economías. Los mercados para la UE se achicaron y entonces tiene que salir a conquistar nuevos socios y territorios en donde colocar sus producciones.
Este es el contexto específico por el cual después de dos décadas se concreta el acuerdo. Se suma la llegada al poder de dos gobiernos de derecha, liberales, como el que encarnan Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil, cuyo objetivo es la reprimarización de las economías y abrir las fronteras para el arribos de tecnología y bienes procesados.
Según informa el diario El País, “las exportaciones desde el Mercosur a la UE alcanzaron los 42.600 millones de euros en 2018, mientras que en sentido contrario llegaron a 45.000 millones de euros”. Esa presunta igualación en los montos se desvanece cuando se desagregan los datos y conocemos que casi el 50% de las exportaciones que salen de los puertos Latinoamericanos hacia el Viejo Mundo corresponden a agricultura y ganadería. En el caso de la UE, por el contrario, sus exportaciones de materias primas abarcan solo el 5% de las ventas.
Para la industria automovilística, la de maquinaria, la química y la farmaceútica, el ahorro en aranceles será, según las primeras especulaciones, de unos 4000 millones de euros. Se suman la eliminación de aranceles en el sector textil y calzados, lo que terminará de pulverizar a los castigados productores en la Argentina, una preocupación para el próximo gobierno de Omar Perotti, dado que Santa Fe se caracteriza por ser un polo en esta rama de la industria. Y se suman vinos y licores. En este caso, el sector vitivinícola nacional está feliz porque podrá colocar sus botellas en Europa sin el 4 o 5% de arancel. La UE se ahorrará todavía más: un 20% de impuestos en Argentina y 27% en Brasil.
Un dato que alienta el mito de la lluvia de inversiones es el otorgamiento de licencias para la libre circulación por mares y ríos internos del Mercosur a los buques europeos. Podremos verlos desde la costa de Rosario. Esta “libertad” puede provocar el asentamiento de empresas extranjeras a los fines de producir barato y reenviar a sus países de orígenes u otros de la UE los productos a bajo costo. No es casualidad que economistas y políticos liberales hayan salido con los tapones de punta a demandar el indispensable tratamiento de la reforma laboral y previsional con la que se ilusiona el macrismo en caso de lograr la reelección. El combo neoliberal cerraría por completo: libre comercio con Europa, más y mejor precariedad laboral y recorte furioso de las jubilaciones y la vida laboral de los más viejos.
En términos formales, según anunció un emocionado canciller Jorge Faurie y sus pares latinos, el acuerdo es igualitario entre la UE y el Mercosur. Pero las brutales diferencias productivas, tecnológicas, científicas entre un continente y otro hacen desvanecer la supuesta recíprocidad.
En términos formales, según anunció un emocionado canciller Jorge Faurie y sus pares latinos, el acuerdo es igualitario entre la UE y el Mercosur. Pero las brutales diferencias productivas, tecnológicas, científicas entre un continente y otro hacen desvanecer la supuesta recíprocidad. ¿Qué empresas en Argentina serán capaces de colocar sus productos para que compitan con los europeos, asiáticos y de Estados Unidos en Francia, Alemania o España? El macrismo ha hecho todo lo contrario a un verdadero apoyo a la industria y al desarrollo científico y tecnológico.
Salvo una revolución productiva, que suele ocupar el centro de la escena discursiva en las campañas electorales, en la Argentina los grandes beneficiarios de este acuerdo futuro serán las exportadoras de productos primarios y también el sector agroindustrial. El resto de la industria padecerá lo que ya padece: una competencia imposible con los productos importados. Gustavo Grobopocatel no suele usar anestesia en sus deseos productivos: “Hay que permitir que haya sectores que desaparezcan”.
Un sector que se relame es el de los grandes players ganaderos, quienes podrán exportar mayores toneladas (99 mil se especula) de carne de alta gama, la que no llega a las deprimidas góndolas de las carnicerías de barrio y ni siquiera a los supermercados. La apertura de la Cuota Hilton y la progresiva baja de los aranceles beneficiará a unos cinco o seis grandes frigoríficos, algunos de ellos extranjeros con asiento en el país, y encarecerá todavía más el precio de los cortes medios y bajos.
Una de las primeras resistencias al acuerdo nació desde la Coordinadora de Organizaciones Gremiales del Cono Sur. En un comunicado advirtieron sobre los riesgos que se abren con este tratado. Un punto clave que alertan es la flexibilización de las reglas de origen. Esto significa que la determinación del origen de los productos será de tal laxitud que las triangulaciones estarán a la orden del día. Una empresa española podrá comprar un producto casi terminado a un país como la India cuyo costo laboral es ínfimo, agregarle un detalle propio y exportarlo sin aranceles a Argentina con un sello que rezará “Hecho en España” o “Made in Spain”.
La Argentina ya está en modo campaña. Una crisis económica se inflama amenazante por detrás de datos artificiales, hipercoyunturales, como la supuesta baja definitiva del dólar y la inflación. Al oficialismo no parece importarle las furibundas consecuencias de esa explosión financiera que llegará, si todo le sale bien, horas después de las elecciones a ellos mismos o a les Fernández. Mientras tanto una pregunta sigue cada vez más vigente: los castigados de este modelo harán sonar el escarmiento al macrismo o será más fuerte el rechazo y el odio a un eventual retorno de figuras políticas como la expresidente Cristina Fernández de Kirchner. Todavía falta mucho para saberlo.