De rimas e injurias

El habla racista sobre el habla de L-Gante

POLÍTICA
30 de marzo de 2021

Por Ezequiel Gatto

Una entrevista reciente al cumbiero/rapero L-Gante disparó una serie de comentarios agresivos o peyorativos en las redes sobre sus modos de hablar. Esos comentarios, por suerte menos frecuentes que las demostraciones de afecto a L-Gante, consistieron en indicaciones ortofónicas, bromas sobre su oratoria y en -infaltables- críticas a las temáticas de las letras.

No pretendo hablar de L-Gante, ni de sus canciones, ni de su impresionante salto cuantitativo en el último mes y medio. Todo eso puede ser muy interesante, lo mismo que ver la entrevista en cuestión (sobre todo como ejemplo de la manera en que un entrevistado puede hacer de unas preguntas aburridas por obvias el punto de partida de respuestas atractivas). En lugar de eso, quiero hablar de lo que llamaría el habla racista sobre el habla de L-Gante. Un habla cuya distribución social está lejos de tener fronteras claras y actores siempre identificables, un habla más bien diseminada, una oscilación discursiva que bien puede tener la forma mastodóntica de un discurso racista como también pregnar otros discursos que, en lo superficial, no parecen serlo.

A propósito del racismo más o menos explícito que resuena en los cuestionamientos a cómo habla L-Gante (que, por cierto, en la entrevista tiene salidas muy ocurrentes, y la ocurrencia es una virtud del habla), me acordé que hace unos años me junté, invitado por compañeres de Ciudad Futura, con pibes del club Roque Sáenz Peña, en la zona sur de Rosario, a hablar de historia del Hip Hop.

Éramos cinco. Nos sentamos alrededor de una compu a mirar videos en YT y conversar. Mientras pasaban Kool Herc, Afrika Bambaata, Grandmaster Flash, Funky 4 + 1, Sequence y SugarHill Gang, yo les iba contando algunas cuestiones más generales, como la importancia del barrio Bronx en esta historia, la polémica por los graffities y tagueos en el subte de New York o la historia de cómo el hip hop llegó a llamarse hip hop.

El habla racista sobre el habla de L-Gante. Un habla cuya distribución social está lejos de tener fronteras claras y actores siempre identificables, un habla más bien diseminada, una oscilación discursiva que bien puede tener la forma mastodóntica de un discurso racista como también pregnar otros discursos que, en lo superficial, no parecen serlo.

Los pibes de Roque Saénz Peña habían llegado al género por las batallas de gallos, así que en un momento empezamos a charlar de las letras, el flow y la improvisación. Yo aproveché para meter uno de mis bocados favoritos, contándoles detalles sobre la importancia que había tenido la improvisación en los primeros años del género, entre 1973 y 1979. ¿Por qué situar el final en 1979, siendo que el hip hop continuó siendo un género repleto de improvisaciones? Porque ese año se había grabado en estudio el primer tema (Rapper's Delight, de Sugarhill Gang, ese tema que arranca con "I said a hip hop the hippie to the hippie, to the hip hip hop and you don't stop) (que en verdad es el segundo tema grabado en estudio, pero no importa). A diferencia de los mixtapes que se grababan en las consolas durante las fiestas, Rapper’s Delight fue amado por el público masivo y algo rechazado por no pocos MCs y DJs del momento porque no les gustaba que ese registro "congelara" las letras y la música, extrayéndola de su ambiente natural de entonces: las fiestas.

Mientras charlábamos de estos asuntos, uno de los pibes, Alan, que tenía diecisiete años y de entrada sus amigos me lo habían presentado como el capo de las batallas del barrio, me dijo:
-Profe (los pibes te dicen profe aunque no lo seas), yo para rapear todos los días me aprendo una palabra nueva.
-¿Ah, si? ¿Cómo hacés?, le digo.
-Busco en el diccionario, me dice. Una que me guste, la memorizo y la empiezo a usar.
-¿Y hoy aprendiste alguna?, le dije, esperando algo medio obvio como respuesta.
-Sí. Diatriba.

Al escuchar la palabra, pensé en los griegos antiguos. Imaginé el ágora ateniense. Se me cruzaron por la cabeza los tomos de la editorial Gredos. Todo muy academic way of life. Sentí que le había rodeado la manzana semántica a la palabra, pero que no podía decir con precisión su significado. Alan había hecho silencio, tal vez descontando que yo ya sabía qué quería decir diatriba. Pero mi silencio acabó convirtiendo al suyo en una pausa. Entonces dijo:
- Quiere decir: "Discurso en el que se injuria".

La vergüenza por mi ignorancia no me golpeó tanto como la vergüenza por mi expectativa, o más bien prejuicio (que es un modo negativo de la expectativa). Mi expectativa suponía una cierta prejuicio sobre el habla del otro, de Alan, en la que diatriba no existía. Me sentí bastante salame, mis pensamientos se volvieron torpes, como si la detección de este prejuicio fuera demasiado para ellos.

Cuando me siento así suele suceder que me odio un rato más o menos largo, y luego trato de pensar (con los años descubrí que pensar y hacer cosas nuevas son acciones que me permiten salidas más o menos productivas de los momentos de autodesprecio). Y entonces pensé que el rap es un potente vector de aprendizaje de palabras, y que es cuestión de ponerse a escuchar a lxs pibxs para notar que aman las palabras. Arman neologismos y resucitan palabras en desuso (como diatriba), modulan significados a la velocidad de una métrica que los deja sin aire, pegan altas piruetas verbales. En definitiva, poesía son, también, elles. Y el habla popular (aunque esto de que sea una sola no cierra por ningún lado) es una mezcla de registros, que incluye sofisticaciones y simplezas, sedimentaciones y emergencias.

Las tensiones en torno al Black Vernacular afroestadounidense, el patois caribeño o la grilla hispanofílica de la R.A.E., por quedarnos en este lado del mundo, dan cuenta de que el disciplinamiento del habla es tan antiguo como el colonialismo moderno (o más) y tan insistente como las dominaciones coloniales (o más). El gobierno de la lengua fue -y sigue siendo- un problema para las lógicas colonizantes, más obsesionadas con la normalización y la jerarquización que con la producción de la conversación social a partir de las diferencias. Incluso hoy, cuando la lengua jerárquica del dinero permite que los modos de hablar coexistan, siempre que lo hagan en el perímetro del mercado capitalista, siguen operando procesos de inferiorización y discursos de superioridad. Un ejemplo: el lenguaje inclusivo.

Pero no hay que dar la vuelta completa y terminar cayendo en una valoración necesariamente positiva de todo habla popular. Es falso que sea, por definición, disruptivo, liberador, resistente. Lo que rige es la ambivalencia, la polivalencia y la ambigüedad. Pero no hay que perder de vista que ciertas resistencias populares se dieron, se inventaron, como subversiones poéticas. Puede darse como el hecho de traer una nueva palabra al mundo, de proponer un significado inesperado, de movilizar los recursos de la ironía. Puede darse, también, como el hecho de trazar un puente entre hablas, de propiciar polinizaciones cruzadas. En el habla late el conflicto y la composición, la guerra y el encuentro amoroso. Creo que es a partir de ese reconocimiento desde dónde hay que configurar la posibilidad de diálogos sociales entre diferencias: como procesos de traducción, no como imposiciones, demonizaciones o idealizaciones.

 

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Ezequiel Gatto. Es Lic. en Historia (UNR), Dr. en Sociales (UBA), Profesor de Teoría Sociológica en la carrera de Historia (UNR), Becario posdoc en CONICET. Sus investigaciones se enfocan en música, racializaciones, política y estudios del futuro. Su tesis doctoral (Nuevos sonidos, nuevos negros. Freedom songs, soul y funk en Estados Unidos, 1955-1979) la dedicó a explorar cómo ciertos géneros racializados como negros incidieron en la configuración de negritudes en Estados Unidos. Además investiga la cuestión del futuro con un ojo atento a fenómenos del presente (biotecnologías, capitalismo financiero digital).

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