El sábado pasado, el ciclo Agitadoras en el Anfi tenía programada su segunda edición en el marco de las actividades por el 8M. Bajo el comando artístico de Evelina Sanzo, el homenaje a las grandes músicas latinoamericanas se hizo esperar por la lluvia. El domingo evadió los chaparrones e hizo sonar los acordes del cancionero popular de mujeres desde México hasta Argentina.
Por Vande Guru
Contra la tormenta
El agite estaba programado para el sábado. Como una ironía del tiempo, la tormenta dilata, posterga. Silencia las voces y amenaza con quedarse. Pienso en la palabra aguafiestas. Me pregunto con sarcasmo si la lluvia siempre habrá jugado para el lado equivocado. Vuelvo a pensar, ahora con malicia, que las tormentas no pueden ser más que pasajeras.
El domingo, entre el gris del cielo y el gris del día, se ordenan los instrumentos, se prueba sonido. Son más de veinte músicas en escena. Más de veinte mujeres. Algo muy difícil de silenciar, mal que les pese a las tormentas, de la clase y la intensidad que sean.
Un claro entre las nubes
Salchipapas nos ubica en el espacio con su tema "Río Paraná". La banda que mezcla distintos estilos en un formato minimalista es la encargada de hacer sonar los primeros acordes de la noche y junto con Sofía Casadey, la ganadora del concurso “Te doy una canción”, son las únicas que harán canciones propias.
Todo lo que viene después es el homenaje. Una lista de temas que a primera vista resulta disruptiva, muy variada, discrepante. Un signo de pregunta. Una apuesta difícil, si además se piensa en que solo una banda, Música para volar, será el soporte sobre el que se plasmarán las voces de las mujeres que rinden tributo a las que antes que ellas se abrieron paso entre los nubarrones. A las que rompieron el silencio.
Las estrellas: de Chabuca a Selena
Un escenario que sirva de fondo para reunir a Selena Quintanilla Gómez con Liliana Felipe, pasando por Chabuca Granda o Shakira es plantear una constelación difícil. Las líneas que unen esta figura son distantes en el tiempo: de mediados del siglo veinte a la actualidad. En el espacio, de México a Argentina. Porque los valsecitos dulces y coloniales de Chabuca son demasiado armoniosos para contraponer a la ironía histérica de Liliana Felipe y a las caderas movedizas de Shakira y Selena.
La secuencia se repite cada vez que comienza un nuevo tema. Un video en pantalla gigante ilumina un aspecto de la vida o de la creación de la música homenajeada. Breves y precisos, cada video toca una fibra que predispone al público para lo que va sonar después: una banda sólida capaz de atravesar todos los ritmos con fluidez, versatilidad y mucho cuerpo intervenida por las voces de mujeres de Rosario, cantoras que se cargan al hombro la tarea de estar a la altura de las grandes estrellas de la canción latinoamericana.
La secuencia se repite. Aunque cada inicio es diferente. El chelo y su dulzura en las manos de Ivette Paz acompaña a la banda y a la voz de Dani Lesté en “Hasta la raíz” poniendo desde el inicio la vara muy alta. “Bolero Falaz” por Ana Lola Velez, “Soy pecadora” por Aye Prado, “Eres para mí” por Parni y EVR, “Estoy aquí” por Morena Greppi fueron las canciones encargadas de sacudirle el lastre a los cuerpos que estaban sentados en las sillas del anfi y sacarlos a pasear por México con Natalia Lafourcade y Julieta Venegas, Uruguay con Ana Prada, Chile con Anita Tijoux, o Colombia de la mano de Shakira o Claudia Echeverry. Canciones de autoras de este siglo, de finales del siglo pasado. Ritmos conocidos para los cuerpos sudados que soportan los bichos y la humedad rosarina.
El cómodo colchón sobre el que descansan las cantoras se apuntala además con el coro y la guitarra de Evelina Sanzo, la productora artística de este agite y con el batir de parches de Victoria Virgolini. Un lujo de artistas que el programa predispuso para el fondo del escenario.
A brillar, mi amor
Entre las estrofas de “Tu falta de querer”, en la parte instrumental que Mon Laferte dejó para que funcione como puente y respiro, Meli Chisari aspiraba el aire revuelto por los aplausos de un público fascinado por la fuerza de su voz, limpia e imponente, capaz de desafiar a cualquier trueno, cualquier vendaval. Se encendía un fuego en el escenario que pregonaba que era capaz de combatir cualquier amenaza de tormenta.
El mismo fuego que se avivó con “Carne” la samba con la que Elza Soares, mujer cantora, negra y pobre, supo denunciar la violencia racial de Brasil y que en la voz de Ariadna de Naxos hizo vibrar las paredes del anfi en su versión en español. Las chispas que iluminaron algunas cuestiones que se debaten hacia adentro del feminismo: raza y clase son las variables que se posicionan como contrahegemónicas frente al feminismo en su variante blanca y clasemediera.
Solo con voz y guitarra, Sandra Corizzo con su versión de “Madalena” y Verónica Muñoz con “La flor de la Canela” nos trajeron a Elis Regina y Chabuca Granda y con ellas nos llevaron a la latinoamérica de mediados del siglo pasado, cuando todavía circulaba en gran parte de la sociedad la idea de mujer compositora o cantora respondía a la idea de una mujer prostituta. O al menos eso pensaba la maestra de grado de Elis Regina cuando le dijo que quería trabajar como cantante.
El tesoro o donde termina el arcoiris
Cata Torres tenía la misión de traer al presente a Violeta Parra, la compositora chilena que se abrió paso por Europa a fuerza de cuecas y bordados, tejiendo los hilos de un discurso que hasta el día de hoy nos interpela. Pero el presente, sobre todo desde el 2020, tiene sus propios planes: una pandemia que no se termina de terminar. El covid nos privó de la interpretación de Cata, pero en su lugar nos regaló una versión de “Volver a los 17” de la mano de una Evelina Sanzo que cantó desde el fondo del escenario sin tomar nunca el protagonismo de la escena. Ni tan siquiera cuando acompañó a Ivette Paz, ahora sin chelo, pero con la dulzura de su voz en el tema áspero y borracho de Chavela Vargas que se toma “El último trago”.
Es que, como explica Liliana Felipe, las histéricas somos lo máximo: solidarias, fabulosas, planetarias, amorosas, superegos moderados. Ana Paula Berardo canta. Y la gente se ríe: de Freud y de Lacan, de la ironía, pero también de la verdad que esconden los versos escritos para oídos abiertos a la escucha. Porque tal como afirma la cubanísima Olga Guillet, quienes están dispuestxs a escuchar lo que estas canciones y estas mujeres están cantando a viva voz son lxs responsables de retransmitir lo que estas letras dejan entrever de manera solapada. Y para muestra sirve un botón, Silvia Rexach, una adelantada a su tiempo, “una loquilla” que debía componer sus letras con metáforas para que la sociedad pueda oír lo que de otra manera se negaba a escuchar. Mery Jane trae a Silvia y Mimi Maura al escenario con una impronta que les rinde tributo a su rol de cantoras dulces, pero inquebrantables en su trasgresión.
El homenaje se cierra “Como una flor” cuando llega la noche. Selena, la mexicana que fue la voz de la ranchera y la presencia latinoamericana capaz de conquistar el mercado yankee vuelve en la voz de Azul Saíta que le manda cumbia y sabor.
No hay ninguna música ingenua
La eclíptica que une cada estrella de esta constelación termina formando una figura clara y concreta: frente a lo que Liliana Felipe denuncia como la banalización de la música, este agite se ubica en el polo opuesto. Rescata distintas mujeres que tuvieron fuerza suficiente en la voz y la usaron para romper el silencio al que las distintas feminidades fuimos sometidas desde tiempos inmemoriales por los distintos grupos hegemónicos de poder.
Pero lo interesante de este armado, de esta figura musical no es la denuncia de opresión, que ya es el lugar remanido de los feminismos. Sino que, desde una posición enunciativa diferente, el homenaje responde con calidad artística y musical a las acusaciones de moralina y buenas intenciones con las que hoy se intentan rebajar desde distintos sectores reaccionarios a los eventos artísticos organizados y ejecutados por mujeres y feminidades.
Estas canciones, estas cantoras, estas músicas vinieron a mostrar porqué esta lista de temas no es aleatoria como parecía en un principio ni mucho menos arbitraria. El derecho a la voz tiene una correlación directa con el derecho a una existencia digna. La condena al silencio es una de las mayores opresiones que pueden ejercer los grupos de poder sobre aquellos sectores de la sociedad que se han considerado como minorías a lo largo de la historia. Y para estas alturas ya sabemos el riesgo que se corre cuando desde los centros de poder se utiliza el silenciamiento como arma opresiva.
Estoy terminando de escribir esta nota. Ahora sí: llueve. Truena. Refucila. Me río de la tormenta y escribo otra vez: las histéricas somos lo máximo.
Fotos Guillermo Turin Botello (Secretaria de Cultura y Educación)