Por Diego Giordano
Fotos Javier Martinez
“Mi acercamiento al chamamé se dio por una situación fortuita, casi azarosa. Mi suegro, José Abitbol, era el sobrino de Isaco Abitbol, y a partir de muchas conversaciones que tuvimos empecé a interiorizarme en la historia de esta música. De hecho, así surgió Hoy toca Isaco, un documental que hicimos sobre la figura y la música de Abitbol. Y cuando presentamos el documental en el Fontanarrosa, Monchito Merlo vino a tocar. A partir de ese momento, nos hicimos amigos y empezamos a compartir juntadas, asados, música… fue casi natural que surgiera la idea de contar en un documental la historia de Monchito”.
Quien cuenta es Ignacio Blaconá, realizador audiovisual responsable de Monchito viejo nomá, el documental sobre uno de los artistas más prolíficos y queridos de esta región, que se estrenó en el teatro La Comedia a comienzos de agosto. Con cuarenta y cinco discos grabados –el último, Al galope, editado en 2023–, Monchito dedicó su vida a recorrer los escenarios –grandes, chicos, ignotos– del país, lo que lo convirtió, junto con la calidad de su música, en uno de los referentes indiscutidos del chamamé.
Con cuarenta y cinco discos grabados –el último, Al galope, editado en 2023–, Monchito dedicó su vida a recorrer los escenarios del país, lo que lo convirtió, junto con la calidad de su música, en uno de los referentes indiscutidos del chamamé.
Invitado permanente de los grandes festivales de Cosquín, Jesús María, Federal y Corrientes, Monchito, sin embargo, prefiere los conciertos en espacios más pequeños porque allí se siente más cerca de su público. En bailantas camperas, en un club pequeño en La Gallareta o en un rancho a la vera de un camino de tierra en las afueras de Curuzú Cuatiá, Monchito se siente como en su casa. En realidad, su casa es la ruta: desde hace más de cuatro décadas, de jueves a domingo, las camionetas que trasladan a Monchito y sus músicos engullen kilómetros y kilómetros para totalizar entre cinco y seis presentaciones por fin de semana.
Pero para contar la historia de Monchito, hay que empezar por la de su padre, el entrerriano Ramón Merlo, que en 1950 decidió radicarse en Pueblo Nuevo. La elección no fue arbitraria. Además del incentivo que significó que Tarragó Ros y Emilio Chamorro, puntales de la música del litoral, se hubieran afincado en Rosario pocos años antes, Merlo consiguió trabajo en los astilleros Rian, frente al frigorífico Swift. Vale decir que Chamorro era el eje sobre el que giraba la música del litoral en aquel entonces, porque tanto Tarragó Ros como Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel e Isaco Abitbol formaron parte de su conjunto.
La zona metropolitana de Rosario fue el epicentro del terremoto chamamecero. El cordón industrial había recibido la migración de paraguayos, entrerrianos, correntinos y chaqueños que llegaron para trabajar en las industrias y frigoríficos de la zona. Con ellos, trajeron sus costumbres y su música.
(Ramón Merlo, segundo desde la izquierda, en "El Volcán", cantina del club El Cañonazo, junto a vecinos de Pueblo Nuevo)
En 1963, cuando Monchito tenía 9 años, Ramón fundó la bailante El Cañonazo en la esquina de Italia y Buenamesón, en Pueblo Nuevo. En la actualidad, allí se ubica la plaza Ramón Merlo. El Cañonazo era una de las principales bailantas de la zona, junto con el club El Amanecer, la Ranchada de Emilio Chamorro y el Rincón Evita.
Promediando la década del sesenta, Chamorro le cedió a Merlo su Ranchada, ubicada en Rodríguez 5635, y así nació El Rancho de Ramón Merlo, un espacio que se convirtió leyenda. Ernesto Montiel, Ramona Galarza, Raúl Barboza, Tarragó Ros, además de Horacio Guarany y Jorge Cafrune, fueron algunos de los artistas que pasaron por su escenario. Ya a mediados de los 70, Merlo produjo y condujo el programa televisivo Nuestro canto para canal 5. Y durante 13 años, el programa El Rancho de Ramón Merlo, que emitieron Lt8, Lt3 y Lt2, las principales radios rosarinas.
Esta fue la escuela musical de Monchito, que a los 13 años ya se preparaba para formar su primer conjunto. Y, también, para comenzar su interminable periplo por los escenarios de todo el país. Con esta historia genial por delante, Blaconá puso manos a la obra.
“El chamamé es una música fundamental para nuestra cultura popular. Como realizador audiovisual, siempre estoy a la pesca de historias para contar. Y en Monchito encontré un personaje increíble. Creo también que el documental sobre Monchito es un acto de justicia, sobre todo porque lo hicimos con Monchito vivo. Yo creo que hay una conexión entre Isaco y Monchito, son vidas consagradas a la música. Hay que pensar que Monchito tiene 50 años de carrera. Y su historia es una historia familiar y musical. Él se formó en el Rancho de su padre, escuchando la música de los grandes referentes del chamamé. Y con el paso de los años se terminó convirtiendo en una figura crucial porque él conecta el chamamé tradicional con las nuevas tendencias. Es una inspiración para los músicos jóvenes”, explica el realizador.
Su casa es la ruta: desde hace más de cuatro décadas, de jueves a domingo, las camionetas que trasladan a Monchito y sus músicos engullen kilómetros y kilómetros para totalizar entre cinco y seis presentaciones por fin de semana.
Como bien apunta Blaconá, entre esos músicos jóvenes a los que hace referencia están Simón Merlo, su hijo, y Mauricio Merlo, su hermano menor. Juntos aportan modernidad a la herencia chamamecera que respiran desde que nacieron. Basta con escuchar el galope de ritmo infeccioso titulado “Chamamé tropical”, que firman en conjunto, para comprobarlo. O el sentido “Omar Ramón”, que Simón compuso en homenaje a su padre.
¿Qué encuentra en la música de Monchito Merlo el público que lo sigue? Para Blaconá, la respuesta es tan elusiva como enigmática: “No se puede explicar qué genera Monchito en sus fanáticos. Es algo misterioso que tiene que ver con su carisma, con sensaciones. Muchos de sus seguidores hablan de la alegría que les brinda su música, dicen que los ayuda a olvidarse por un rato de sus problemas. Me pareció que incluir esos momentos de vacilación era una buena forma de graficar el misterio, la complicidad que se genera entre el público y el artista. A veces una anécdota pinta más a una persona que la información dura. Como espectador, yo disfruto mucho de esos momentos que están por fuera de la narración formal”.
Blaconá hace referencia a un momento hermoso de su documental en el que los entrevistados, a la hora de responder qué representa la música de Monchito, intentan sin éxito articular una respuesta. En Monchito viejo nomá, además de Monchito, sus músicos y su familia, aportan sus palabras Antonio Tarragó Ros (“El público de Monchito es humilde, del campo, eso no se gana con la promoción de los grandes medios”), Raúl Barboza, Nélida Argentina Zenón y Chango Spasiuk.
El breve testimonio del afinador Marcos Aguinaga es revelador. Para explicar las características del sonido de Tarragó Ros, Aguinaga enumera: “Un acordeón que grite, que empuje, que sea festivo”. Y luego, para referirse al sonido de Ernesto Montiel: “Ya no tan bailable sino más para escucharlo, más seco”. Para Aguinaga, el universo sonoro de Monchito se halla exactamente en el medio de estas dos corrientes, síntesis a la que puede sumarse la sentencia, casi metafísica, que entrega Cacho Deicas, de Los Palmeras: “Monchito te lleva del abismo a la gloria”. Y también, la declaración del propio Monchito Merlo: “A veces, la simpleza es tan poderosa”.