El aroma de la vieja escuela

Canciones para fantasmas, lo nuevo de Jimmy Club

MÚSICA
24 de julio de 2023

Por Diego Giordano

 

Antes del cambio de milenio, cuando todavía había esperanza (¿la había?), Radiohead escribió la banda sonora de la lenta disolución de la humanidad en el caos tecnológico y la enajenación, y la tituló, apropiadamente, OK Computer (1997). ¿Qué es una distopía? La Real Academia Española dice que es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”. La definición recorre cada compás de OK Computer, con la excepción, a esta altura, de las palabras “ficticia” y “futura”. En aquel lejano 1997, Spiritualized flotaba en el espacio con su mejor disco; Shawn Fanning y Sean Parker trabajaban en un proyecto llamado Napster; los teléfonos celulares servían solo para llamar y recibir llamadas, y las Torres Gemelas todavía reflejaban el sol sobre la isla de Manhattan.

Fast forward a 2023: todavía hoy se puede constatar el impacto de OK Computer en la cantidad de artistas que lo tomaron como manual de instrucciones para componer, interpretar y ecualizar canciones. A más de veinte años, la sombra de Radiohead sigue permeando gran parte del rock contemporáneo, ¿o acaso no hay una banda que se llama Peces Raros?

¿Qué tiene que ver todo esto con el nuevo disco de Jimmy Club? Bastante, porque después de escuchar Canciones para fantasmas, su último disco, es imposible no linkear con el quinteto de Oxford.

Entre la pandemia y, en nuestra región, la guerra de bandas narcopoliciales y el mayor ecocidio impune del que se tenga memoria, Martín Míguez, líder de Jimmy Club, compuso Canciones para fantasmas. Fueron tiempos en los que OK Computer se volvió demasiado real: aislamiento e introspección, soledad y tecnología, incertidumbre y paranoia, la sensación terrorífica de que la espera por la distopía había terminado… Todo eso resuena en las ocho canciones nuevas de Jimmy Club, como un largo monólogo interno sostenido por melodías y paisajes sonoros que metabolizan las influencias de Radiohead y Tame Impala, con una producción sonora de altísimo nivel, a cargo de Fermín Sagarduy.

Canciones para fantasmas es un álbum homogéneo y, si se quiere, conceptual. Mucha de la música que circula por estos días padece de una especie de síndrome de random permanente; como si el bombardeo de algoritmos de You Tube y las redes sociales estuviera modelando, de alguna extraña manera, un esquema compositivo espasmódico de clics incesantes, en el que ya no hay tiempo para nada, salvo para el próximo clic. Por el contrario, el álbum de Jimmy Club ofrece un concepto y un sonido bien definidos, como consecuencia, quizás, de haber sido compuesto en un período acotado, y las ideas son desarrolladas a lo largo de ocho canciones. Hay un aroma a vieja escuela en todo esto, que la banda confirmó cuando salió a pegar afiches –buenísimos– para promocionar las canciones.

Tapa del disco Canciones para fantasmas

Caer, volar, saltar son verbos que se repiten en Canciones para fantasmas, y los ritmos y los arreglos tienden a la suspensión, como en “Vogue”, donde la influencia de Radiohead se hace demasiado palpable. Pero la banda consigue su objetivo de volatilizarse, justo ahí, en el segundo estribillo, cuando el batero suelta los palillos.

Canciones para fantasmas va del pop psicodélico de cámara para auriculares en “Primavera (lo que vendrá)” al rock progresivo en “Crónica de un niño solo, pt.1” y a la calidez acústica de “Diane Keaton”. El núcleo duro del disco está en la suite que componen tres canciones: “La ciénaga”, “Diane Keaton” y “Crónica de un niño solo, pt. 1”. En la primera sobresalen la elaboración de climas, la alternancia de dinámicas y la impronta progresiva que le dan los sintetizadores espaciales.

“Diane Keaton”, que cita a Charly García, es el hit del disco según Spotify: tiene más de 15 mil reproducciones, cuando el resto del álbum oscila en las 1200. La canción, que arranca como un tibio arrullo de cuna, termina con una coda multicolor a la que le faltaron unos ocho compases más de crescendo.

“Crónica de un niño solo, pt. 1” comienza como una canción acústica balbuceante y sonámbula. Tras un puente flotante, el asunto desemboca en una sección progresiva, entre Soft Machine y el primer Pink Floyd. Recitado y coda instrumental cierran el mejor tema de Canciones para fantasmas, en el que Míguez canta “dónde escaparemos, si el futuro ya está acá”, mientras se sacude las cenizas del humedal calcinado.

En “Crónica de un niño solo, pt. 2”, luego de un intermedio lennoniano, reaparece el recitado, que se acelera entre el humo y la paranoia, y gana en volumen y desesperación hasta el final. “Ya soy parte del fuego”, grita Míguez envuelto en feedback para cerrar otro buen momento del disco.

El cierre llega con “Un monstruo en mi habitación”, la relectura de la infancia desde un presente agrio. “Fuiste solo una peli de terror”, le canta Míguez, aniñado, al monstruo del título. Un par de preguntas: ¿por qué pervive esta manera de cantar? y ¿qué motiva a un artista que se acerca a los treinta años a cantar como si tuviera seis? Quizás se deba a la sensación inminente de que el mundo está por terminarse y el regreso a la infancia ofrezca una sensación de seguridad, o quizás solo sea un gesto de resistencia frente al paso del tiempo; eso explicaría la impresionante cantidad de tapas de discos y libros publicados en los últimos años ilustradas con fotos de sus autores y autoras en edad infantil.

Pero para transmitir vulnerabilidad no hace falta cantar así. Ni Kurt Cobain ni Nick Drake ni Jeff Mangum, por pensar rápido en tres cantantes varones que hayan hecho sonar el hueso partido de su angustia, corporizaron su fragilidad berreando como infantes. Ok, Lennon lo hizo en “Mother”, pero sus alaridos desgarradores implicaban un ajuste de cuentas personal demasiado doloroso a través de la terapia del grito primal. Y no es eso lo que hacen Míguez ni, por mencionar dos estupendos artistas locales contemporáneos que incurren en el mismo estilo vocal, Hombre de Color o Bubis Vayins.

En Rapto, Lucas Canalda dio en el clavo cuando escribió que miedo y amor definen la relación de fuerzas que recorre Canciones para fantasmas. A la incertidumbre, el terror y la desilusión, la banda le opone un raro optimismo sentimental y melancólico. La puerta está abierta para Jimmy Club: pueden profundizar su obsesión conceptual y sonora, pueden deslizarse hacia un lenguaje más pop o pueden volar hacia la estratósfera experimental. Cualquiera de las opciones será válida. Pero, como las películas de terror más sangrientas, será un viaje prohibido para menores.

 

 

 

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