Por Pablo Comas*
Fotos: Fer Quiroz
Histórico. Escuché esa palabra varias veces y perdí la cuenta de todo lo que la pensé la noche del martes que duró cinco horas. El Anfi estaba siendo habitado por cientos de personas que entre gritos amigueros, latitas y baile, se emocionaban ante lo que parecía ser un evento mucho más importante de lo esperado.
La primera experiencia presencial de BRODA desplazaba unos límites evidentes. El público, conformado por gente de entre 15 a 40 años venía a saludar en persona a este canal virtual de música, que si bien ya lleva años en actividad, renovó su impulso definitivo durante la pandemia protagonizando de forma sobresaliente ese momento inolvidable de y-ahora-que-bosta-hacemo en el que Rosario y el mundo no podía más que conformarse con arte y música a través de pantallas.
Broda empezó a popularizarse rápidamente no sólo por la resolución y sonido de sus live sessions (25 en 4 temporadas), o por la curaduría artística ágil a la hora de encontrar nuevas voces; sino por ser la fuente de consulta más entretenida para saber qué está produciendo la nueva generación de la ciudad. El volúmen 1 del festival venía a confirmar eso y a subrayar que se está gestando una nueva forma de hacer las cosas. Ya hace tiempo entre músicxs se habla de que hay un piberío emergente que piensa y se organiza distinto a lo que nos habituó el paisaje rosarino históricamente.
Quizás sea propio de cualquier generación cuando les toca tener 20 años y todavía no se frustraron ni se pelearon ni la presión social les sacó ese riesgo. Varios de nosotros estamos convencidos de que no sólo se trata de esto: hay algo inherente a los pibes que los hace diferentes. Quizás un toque más intolerante a la frustración pero, y de esto no tengo dudas, mucho más transversal y solidaria en la forma en la que se vinculan. Los guetos, rasgo peculiar de la muy buena escena rosarina (y de la Argentina) de los años ´80, ´90, ´00, ´10 parecen ya casi extintos. Hay líneas editoriales, curadurías, algunos márgenes que bien sirven para diferenciarse pero no se ven circuitos totalmente cerrados ni exclusivos.
Broda es un conglomerado de pequeñas productoras autogestivas de gente +30 (Mariscal Media, Nymbus y Fango) que supo leer esto y hacer de esa lectura una apuesta: convocar a la música emergente de Rosario para expresarse con una factura técnica nunca antes vista en la ciudad, primero a través de su canal, y ahora, con su festival.
Si bien los 12 proyectos del line-up responden a un marco concreto de géneros musicales que son, básicamente, los de las tendencias trap, hip-hop, pop, funk, neo-soul, R&B, etc; es inevitable notar, ante todo, el grado de confraternidad, solidaridad y respeto que hay entre ellos. Luego, sin dudas, la calidad artística en el acabado de todo lo que sucede arriba del escenario. Todas las bandas parecen tener resuelto lo que están proponiendo: Fermín Sagarduy, Dez Moabit, Shanti, Kavara, Joako22, Chulimane, Agustín Pérez, Amaru, Cinturón de Bonadeo, China Roldán, Ana Lola, Mutu, Fasciolo, Nasir Catriel, Señores Vuelan y Manu Piró.
Todos cantan bien, todos tocan bien, hay arreglos inteligentes. Supuestamente la generación más tecnocrática de todas iba ser la más torpe con los instrumentos. Falló esa presunción. El piberío se toca todo. También hay letras. Es verdad que hay algunos modismos de tendencia un tanto impersonales, pero son sólo un código, una password para entrar en el flow, como los ¨yeah yeah¨ de los ¨60, los ¨camarada/compañero¨ de la política, o los ¨Oh nena¨ que, por suerte, después de Peter Capussotto y sus videos, ya es imposible que alguien más los use en serio.
Además agitan. Estoy seguro -no comprobado, pero comprobable - que había por lo menos cinco integrantes de las bandas con menos de cinco recitales encima, agitando con el Anfi casi lleno como si tuvieran quinientos toques. Se cagan de risa, disfrutan. Probablemente porque se lo toman muy en serio. Pareciera ser que se terminó esa etapa, sin dudas valiosa y tal vez necesaria de la era post-cromañón, en la que para diferenciarse del mainstream, ya devenido en una mueca de falopa, corrupción política y desapego, se tuvo el buen tino de producir caseramente, escribiendo canciones minimalistas, sensibles y lejos de las extravagancias; pero también, se tuvo el mal gusto de mirar el piso para tocar, decir que los recitales no son shows, no concebirse artista, casi no avisar que tocás para que la gente no diga que hacés ¨autobombo¨ y otras pavadas. En todo caso era necesario, pero duró demasiado.
El piberío de los nacidos alrededor del 2000 ama el escenario. Y así se los ve a los doce proyectos del Festi. Están orgullosos de lo que hacen. Avisan que van a tocar, gritan si es necesario. Se pintan, usan vestuarios y también si se les canta, salen a tocar en bolas. Daría la sensación que tienen ganas de vivir de esto. Es un juego que es su vocación y la posibilidad de hacer algo con el tiempo y la energía. Los organizadores del Broda son un poco más grandes pero están en la misma.
El Festival tiene un diseño de marca: logotipos, isotipos, sus colores, chistes dentro de la gráfica. En un momento el perfil de Instragram de Broda compartió una historia que hice del show y aparecieron unos banners en el márgen de la historia. Parecen detalles ínfimos pero son el tipo de cosas que hacen que los asistentes sientan que hay algo más que un grupo de canciones arriba del escenario. Hay un concepto, o una experiencia integral, como dijo uno de los organizadores cuando se anunció el festival. No pareciera haber ningún conflicto de conciencia con tratar de tentar a un mercado - ¡el festival contó con sponsors!- y eso fue algo de lo que también aplaudimos los músicos entre el público. Más que tentar un mercado se trata de crear un mercado. Tanto arriba del escenario como en el armado de todo se vio la intención de forjar industria.
Siguen los recitales uno tras otro y los artistas agradecen a sus amigues y padres pero nunca dejan de hacer show. La audiencia no espera que pase ni la mitad de la grilla que ya está de pie. Algunos se saben todas las letras, otros flashean con las cuatro pantallas LED en la que se proyectan imágenes de los músicos pasadas por unos filtros psicodélicos, o con los tubos fluorescentes ubicados en los laterales de las gradas que titilan tirando una luz blanca furiosa. Todxs a su manera, están bailando.
Sobre la mitad del show hay un recreo con la proyección de las entrevistas descontracturadas a lxs músicxs que participaron en cada live sessions. Hablan de influencias musicales, memes favoritos y otras cosas. Todo en la noche está calculado. Cada número se resuelve y pasa casi sin pausa al siguiente, anunciado por las cuatro pantallas que ofician de única y silenciosa conducción.
Las dos backing bands que acompañan a lxs músicxs invitados parecen ser parte de esos proyectos, todos están involucrados en lo que sucede. El show tiene una narrativa en la que baja y crece en intensidad, trabajando la energía del público hasta dejarlo agotado y feliz.
Estoy entre los que creen que no existe nada por encima de las canciones. No me importa cuál sea tu guitarra o tu formación, ni si tu festi tiene barra piola o si tu bajista tiene alta ropa; se puede hacer el mejor recital del mundo sólo con dos acordes y unas palabras. Una ronda con amigos haciendo freestyle en la plaza más fea de Argentina puede ser alto festi. Los leds, los vestuarios, todo eso no es nada si no se siente la vibra que había en el Anfi el otro día. Cuando el deseo se expresa tan claro es difícil mirar para otro lado.
Puede que haya un nuevo pacto entre el público y los artistas en la post-pandemia. Ese pacto quizás sea tratarnos bien, hacer lo mejor que se pueda y sobre todo agradecer la presencia mutua. Broda fue garante tácito de ese pacto.
Decir que hay un antes y un después no me corresponde. Hubo grandes movimientos musicales en Rosario, grandes experiencias de sellos, festivales y ciclos. Algunos multitudinarios. Ayer varios sentimos algo distinto. Otra onda. Unas ganas de celebrar la escena pasada y presente, una escena que tiene a estos pibes como protagonistas ineludibles pero que contó con los colegas más grandes entre el público del recital.
No tengo dudas de que la escena independiente más importante del país está hoy en Rosario. No sé por cuánto tiempo más ni qué significa eso. Es probable que gracias a un festival de esta envergadura –aunque también por cada show de cada fin de semana– Rosario reciba por fin la atención de otras regiones. Quizás no sea tarde para soñar una industria: autogestiva, inclusiva, atenta a lo emergente, solidaria. Admito que hay en esto una expresión de deseo, pero no me cuesta imaginar un Festi Broda volúmen 2, 3…10, cada vez más grande, cada vez más transversal. El primero de todos…fue histórico.
* Pablo Comas es músico.