Por Diego Giordano
Lo primero que se escucha cuando comienza “¿Por qué no puedo ser del jet set?”, el primer tema del primer disco de Soda Stereo, es un redoble de timbaleta coronado por dos golpes de cencerro, el preludio de una molotov cargada de ironía en la que Gustavo Cerati lanza una pregunta compuesta, en partes iguales, de sorna y deseo. En la introducción, el estridente saxofón del Gonzo Palacios y los gritos y chiflidos de fondo redondean la banda sonora de una fiesta, la misma que unos meses antes anunciaban las serpentinas de la tapa de La dicha en movimiento (1983), el debut discográfico de Los Twist. De hecho “¿Por qué no puedo ser del jet set?” no habría desentonado en aquel glorioso disco de la banda de Pipo Cipolatti.
Al comenzar la década de los 80 y, sobre todo, tras el final de la dictadura, el baile, que el rock argentino había condenado desde sus orígenes, se volvió necesario. Virus plantó la cuña revolucionaria en 1981 con su álbum debut, Wadu Wadu, un compendio de canciones bailables y letras irónicas y contestatarias que dinamitó la solemnidad que imperaba en el rock argentino y que, de paso, pavimentó el camino para que Los Abuelos de la Nada y luego Charly García, Los Twist y Soda aportaran sus respectivas cuotas de sarcasmo y llamados a mover el esqueleto.
Al comenzar la década de los 80 y, sobre todo, tras el final de la dictadura, el baile, que el rock argentino había condenado desde sus orígenes, se volvió necesario.
Al dejar atrás la polaridad música progresiva/música bailable que había diseñado el origen del rock argentino, la nueva generación —artistas y público— comenzaba la mudanza a las discotecas. Y hacia las discotecas de todo el país se encaminaría Soda con su segundo disco, Nada personal (1985), después de trajinar los pubs porteños.
Pero antes de la salida de su primer disco, en febrero de 1984, el trío ofreció un puñado de conciertos que resultarían cruciales en su carrera. Carlos Rodríguez Ares, manager de Virus y Soda, decidió alquilar el viejo cabaret Marabú para una serie de recitales de carnaval. El lugar, un templo del tango ubicado en pleno centro porteño –Maipú al 300–, había sido inaugurado en 1935 y por su escenario pasaron Troilo, Ángel Vargas, Ángel D’Agostino y Piazzolla, entre otras leyendas. Para garantizarse una buena concurrencia, Rodríguez Ares convocó a algunos de los grupos que manejaba Daniel Grinbank, y que ya gozaban de amplia repercusión: Los Twist, Zas y Los Abuelos de la Nada.
La idea de Rodríguez Ares era que Soda oficiara de grupo telonero en cada fecha para que el público de los artistas centrales conociera al trío en el que había depositado todas sus fichas. Los cuatro conciertos que Rodríguez Ares había pensado terminaron siendo catorce, y Soda actuó en ocho. El boca a boca fue decisivo: Soda era el grupo nuevo que había que ver. “En Marabú nos dimos cuenta que éramos muy descontrolados en vivo, muy poderosos, y eso gustaba”, contó alguna vez Cerati.
Pero antes de la salida de su primer disco, en febrero de 1984, el trío ofreció un puñado de conciertos que resultarían cruciales en su carrera.
Muchas de las canciones que Soda Stereo tocó en aquellas noches quedaron inéditas: el dub “Demagogo”, “Choripan”, “El héroe de la serie”, “Trae cola” (el borrador de “Juego de seducción”) y la punky “La calle enseña”, cuyo riff reaparecería en “Texturas”, último track de Dynamo, de 1992.
En 2015, Gabriel Ferreira, un fanático de Soda, tomó las grabaciones registradas en el Marabú y las presentó como un álbum ficticio, Demagogo, una suerte de precuela del disco debut de Soda. Hoy se puede disfrutar de la energía arrolladora del trío en aquella etapa liminar; basta con tipear en Youtube “soda stereo demagogo”. Además, en la plataforma hay un registro en video de uno de aquellos recitales.
Las actuaciones en Marabú fueron la confirmación de que Soda era un grupo con alto potencial. Un par de meses después, el trío entró a los estudios CBS para registrar su álbum debut con Federico Moura como productor. Pero antes de que el disco saliera a la venta el 27 de agosto de 1984, el grupo encaró la producción del video clip de “Dietético”. Todo un signo de los tiempos y una muestra de la importancia que Soda otorgaba a la imagen: para la difusión del álbum, el grupo ya tenía un video clip.
Moura no tuvo mucho trabajo porque, según contó, el grupo estaba muy ensayado y listo para grabar. Pero su aporte fue decisivo a la hora de lograr un sonido más prolijo y limpio, que resignara un poco la crudeza del trío en vivo para que las canciones y los arreglos pudieran ser apreciados por el público. De la grabación participaron Gonzo Palacios, Richard Coleman, Moura y Daniel Melero.
El arte y diseño de la portada y el sobre interno corrieron por cuenta de Alfredo Lois, el “cuarto Soda” en palabras de Cerati. Lois había conocido a Cerati y a Bosio en la Universidad del Salvador en los albores de la década de los 80 y, desde ese momento hasta su muerte en 1998, fue el director de los video clips y el responsable de la orientación estética del trío.
En el álbum debut de Soda, el ritmo es el soberano absoluto. Además de que la base de Charly Alberti y Zeta Bosio suena como una entidad autosuficiente, sólida y punzante en su zigzag de punk y ska, la intención de cada arreglo es la de subrayar el contenido rítmico de las canciones.
Si bien la referencia al influjo que ejerció The Police sobre Soda en sus primeros años es pertinente, no menos importante fue el ascendiente, por su síntesis de ska, dub y punk, del grupo inglés The Specials. La influencia no fue solo musical: Jerry Dammers, fundador y tecladista de The Specials, creó el sello 2 Tone Records, cuyo concepto gráfico fue apropiado por los Soda: alcanza con comparar el logo de 2 Tone con el sobre interno del debut de Soda para comprobar la omnipresencia del cuadriculado blanco y negro. Además, uno de los simples de The Specials estaba integrado por las canciones “Stereotypes” —Los Estereotipos era uno de los nombres que Cerati barajaba para el trío antes de arribar a la hermosa síntesis Soda Stereo— e “International Jet Set”.
La temática del primer disco de Soda está enfocada en la tensión que genera vivir en una sociedad de consumo. Las letras de Cerati abrazan la contradicción que se ubica entre la angustia y el deseo; trazan un mapa crítico de la época a la vez que funcionan como un manifiesto.
En el álbum debut de Soda, el ritmo es el soberano absoluto. La base de Charly Alberti y Zeta Bosio suena como una entidad autosuficiente, sólida y punzante en su zigzag de punk y ska, y la intención de cada arreglo es la de subrayar el contenido rítmico de las canciones.
Para decirlo en pocas palabras. En su primer disco, Soda, un grupo que entendía que su imagen era tan importante como su música, critica el embrujo de la televisión (“Sobredosis de TV”); denuncia la velocidad descerebrada del trajín cotidiano en una canción vertiginosa (“Ni un segundo”), y explora de manera mordaz la obsesión por la silueta al mismo tiempo que postula que sus canciones tienen menos de una caloría (“Dietético”).
Que el trío haya elegido un local de comida rápida para la presentación en sociedad de su primer álbum —el evento tuvo lugar el 1° de octubre del 84, en el Pumper Nic ubicado en Suipacha entre Corrientes y Lavalle— es mucho más que una anécdota simpática. Era casi una declaración de principios.
Si en “José Mercado”, incluida en Peperina (1981), los Serú diseccionaban el gen del consumismo argentino en pleno “deme dos” de la dictadura, tres años después los Soda cantan —ya sin los prejuicios de sus antecesores y con sarcasmo— que quieren caviar y champagne. ¿Crítica de la vida moderna? Sí. Y también el reconocimiento de la divertida paradoja que habita en criticar aquello que se desea.