Libro: Mona de Pola Oloixarac. Texto: Lee el comentario de Marcelo Bonini. Audio: Escuchá la columna en la radio de Bernardo Orge, Marcelo Bonini y Bernardo Maison.
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A Pola Oloixarac no le interesan las formas estéticas novedosas. No hay ninguna insistencia vanguardista en sus hasta ahora tres novelas publicadas. Oloixarac no oculta su anacronismo, sin que esto suponga un juicio de valor. Las herramientas literarias de su novela Mona (Random House, 2019) —narración lineal, descripción, narrador omnisciente en 3era persona, pretérito perfecto simple (“dijo”, “preguntó”, etc) — no son nada diferentes de las que esperaríamos encontrar en Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert.
En una entrevista concedida al diario La voz en 2015, a propósito de la edición de su segunda novela (Las constelaciones oscuras, la primera en Random House), la autora nacida en 1977 da dos claves para leer su obra: “No leo mucha literatura argentina, excepto a mis amigos. No me atrae la cuestión argentina del ‘procedimiento’. Para mí la literatura es una forma de conocimiento, me gusta investigar para escribir. Yo encaro la escritura como si fuera un proyecto de investigación, con su propia biblioteca, habitantes y lenguajes. (…) Intento hacer novelas decimonónicas”.
Se trata de una perspectiva no muy distinta a la del realista Flaubert, quien declaró haber leído más de mil libros para escribir su última novela, Bouvard y Pécuchet. También puede escucharse un eco del artífice del naturalismo, Emile Zolá, quien pregonaba una literatura construida a partir de la observación de los fenómenos sociales y humanos al modo de un investigador científico.
¿Qué narra Mona? La joven escritora peruana Mona Tarrile-Byrne parte hacia algún lugar de Suecia. Ella, ungida por las buenas e influyentes críticas del académico de Standford Jorge Rufini, ha empezado a cotizar alto en la bolsa de la nueva narrativa latinoamericana. Una vez en Suecia, alojada en un resort, ella y otras escritoras y escritores del mundo estarán a la espera de que se anuncie quién ganará el premio literario Basske-Wortz (inventado por la autora) que los congrega. A lo largo de los días, se irán escuchando las presentaciones de cada escritor, a partir de las cuales la comisión organizadora otorgará el dinero del premio. Mientras tanto, se suceden las discusiones ideológicas y literarias, además de generarse cierta tensión sexual entre los aspirantes a los doscientos mil euros del premio.
La forma no constituye un problema de composición para Oloixarac (ya está resuelto: novela decimonónica), pero el estilo parece que sí. Un name dropping constante y familiar para los universitarios del mundo (al menos los de las humanidades o las ciencias sociales), el ingreso de más de una palabra del inglés o francés y el constante contrabando entre lo pop y la alta cultura occidental fijan los atributos del estilo de Oloixarac: irónico (por lo tanto melancólico) y exquisito.
El propósito (al menos el ideológico) de la nueva novela de Oloixarac es una radiografía crítica del campo y el mercado literario internacional. Entre algunas escritoras y escritores que funcionan como estereotipos, la narradora porteña hace ingresar figuras reales como el francés Patrick Modiano o el noruego Karl Ove Knausgard, ambos editados en castellano por Anagrama. La forma no constituye un problema de composición para Oloixarac (ya está resuelto: novela decimonónica), pero el estilo parece que sí. Un name dropping constante y familiar para los universitarios del mundo (al menos los de las humanidades o las ciencias sociales), el ingreso de más de una palabra del inglés o francés y el constante contrabando entre lo pop y la alta cultura occidental fijan los atributos del estilo de Oloixarac: irónico (por lo tanto melancólico) y exquisito. La cita de Navokob que funciona como epígrafe de la narración nos da esas coordenadas.
Novela realista (excepto su final, de difícil vínculo con las páginas que lo preceden), rebosante de citas y vasos comunicantes, no ajena a un tema (ahora) de agenda como la violencia de género (la protagonista cada tanto hace referencia a unos moretones que oculta y de los que no recuerda su origen), Mona se burla de la corrección política del ambiente literario internacional y, por qué no, del nuestro. Los personajes son planos (¿adrede o pifie?): Mona cotiza alto en EE.UU. debido a su procedencia latinoamericana, hay una autora japonesa que vende su impasibilidad y sensatez, todos los personajes venden su inteligencia académica, sus manías y sus comentarios cultos e ingeniosos. La atmósfera que se respira es la del cinismo y atomización neoliberales: no se puede ser de izquierda sin ser cándido, la preocupación por el mundo exterior es casi banal, pequeñoburguesa, etc.
Con tanta ironía, ¿Oloixarac, parte de este mundo, no corre el riesgo de entramparse en aquello que su novela critica? Fogwill, en un registro similar, en general eludió el problema a fuerza de oído para la lengua y un interés mayor por la literatura. Entre un castellano que tiende a la neutralidad (castellano de novela publicada por alguno de los dos grupos editoriales mayoritarios de nuestra lengua) y el hecho de ser una novela de ideas (¿hay aquí alguna idea sobre las novelas?), Mona refleja (¿o mimetiza?) las condiciones de la literatura anónima de algún imaginario suplemento cultual: la novela como forma dominante, una lengua neutra, traducible, los premios y las miserias de un mercado como cualquier otro. Por un suerte, el hecho es que existe (siempre ha existido) literatura por fuera de las instituciones y sus expectativas. Incluso, por fuera de las expectativas del oficialismo de la institución literaria.
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