En Tierra Firme

Un libro reúne 30 ensayos sobre la obra de Adrián Abonizio

LITERATURA
8 de septiembre de 2022
 
El libro Adrián Abonizio: En Tierra Firme reúne treinta textos originales que exploran la obra del compositor e integrante de La Trova Rosarina. Compilado por el gestor cultural Paul Citraro, el trabajo cuenta con las firmas de Eleonora Eubel, Sergio Pujol, Edgardo Pérez Castillo, Fernando Noy, Ber Stinco, Gustavo Varela, Mara Favoretto, Ricardo Tapia, Lorena Mayol, Dani Umpi, Walter Lezcano, Jorge Fandermole y Juan Carlos Baglietto entre otros. Además aparecen las letras del cantautor acompañadas de un código QR que derivan a cada canción. En esta nota publicamos el texto escrito por el guitarrista, compositor y docente Carlos Casazza. 

 

 

Por Carlos Casazza 

Adicto a los teléfonos. Abriéndose paso entre las estaciones de subte. Pintando sobre lo pintado. Teoría acerca de que la gente que nace en el campo hace canciones con grandes espacios, con gran suspenso armónico o textual. Un domingo, dos horas después que terminó el partido. Hay algo, es esos atardeceres extendidos, Borges y Arlt, pintando caligrafía en la calle.

 Pareciera ser que el destino de una buena canción, en la memoria futura, podría ser sobrevivir,  como un aroma general o como una panorámica de un paisaje completo, también perdurar, como una parte misteriosa pero definitiva de toda la canción. Algo que sobrevive por sí mismo, un verso, una combinación de palabras, un fragmento de la melodía, la relación de dos acordes. Ese pequeño espectáculo contiene su joya secreta. ¿Qué queda para nosotros?  ¿Un vasto paisaje del tiempo o un fragmento de su acción?

Teorías, solo para hablar un poco más aunque, ahora que lo pienso, también hace canciones. Le gusta hacerlas. Una vez estuvimos encerrados en un departamento, un fin de semana, viendo películas hongkonesas de artes marciales de los setenta. Después de diez, de quince o de veinte se para, se incorpora, se cuelga la guitarra y empieza a caminar  alrededor de la mesa, camina diez, quince, veinte minutos, horas, creo oírlo mascullar algo , mientras toca unos acordes, después hay una pausa, un mate breve, quizás un cigarrillo, y otra vez el peregrinaje.

No tiene genealogía en el espacio, ni en el tiempo, ni exilio, sin coronas de mártir, sin coronas de estrellas. Solo un amor frágil, nocturno, un amor tan importante como la incertidumbre del amor.

Ron Padgett lo explica muy bien en un poema donde cuenta que siempre recuerda una sola línea de una canción que cantaba habitualmente su padre. No importaba cómo, siempre era la misma línea y dice: “como si el resto de la canción no hiciera falta o ya no estuviera allí”, y ese es el gran trabajo del oficio de hacer canciones: obviamente hay que construirla completa, hasta el final, para que desaparezca, para que sobreviva el detalle, y para que desde ese detalle, vuelva a vivir entera.

¿Quién escribe la carta? ¿El hijo? El padre seguramente no. El que escribe anhela al hijo que completará su destino. El que escribe, ¿Quisiera decirle al padre eso, sobre los muebles viejos que eran de él? Entonces,  ¿Esos consejos son para sí? ¿O para el padre? Porque después,  ese impulso se atenúa cuando sabe que no es quien para dar consejos. Un hijo que da consejos, ¿Más que un hijo es un faro al futuro?

 Al cabo de un par de horas me doy cuenta que compuso cuatro o cinco canciones de un solo trazo, como los chinos que peleaban con otros chinos infinitos, como el arte del calígrafo zen, un solo trazo, sin pensamiento, sin yo, sin vanidad. Recuerdo que me dice, como el que ve un paisaje nuevo y murmura para sí algo: “una ruta insegura…”. Grabó alguna de esas canciones, que yo mismo toqué o arreglé algunas, me dio un dinero y tuve que aceptar.

Le  escribe sobre lo escrito, sobre las rayas de los muebles antes rayados, escritos por todos los que vivieron. Le escribe sobre la escritura de los otros y las cosas ajadas, dicen que el tiempo pasó pero siempre hay retorno para reescribir. Porque las cosas ajadas y los papeles arrugados y manchados están vivos. ¿Un destino? El papel es un invento de los chinos. Una canción es un tokonoma. El centro de la tierra firme.

En el medio cantaba sus canciones y las relacionaba con cosas que nunca habían sucedido, como si hubiera habido sólidas fuentes históricas, que de hecho, fueran el fundamento y la fuente. Se convenció a sí mismo que hablaba de hechos reales, y a mí también.

—“Es que escribe muy bien” — me dicen.

—“Las letras son claves” — afirman.

Pero Creo que es parte de una injusticia porque en realidad es, por lo que recuerdo, un gran melodista, un gran calígrafo de la melodía, (otra vez la caligrafía china de un solo trazo) esa materia tan frágil de la canción, que puede llevar a ningún lado pero que el acompaña al mejor destino: una imagen, una inquietud, una emoción.

Una ruta insegura, pero de la estatura de un amor de la bruma que se fue con el sol.

Repetidas veces se ha intentado trazar relaciones entre música y literatura, entre las operaciones propias de cada práctica, entre sus posibilidades y modos de producción de sentido. Aún más, se intentó también, repetidas veces, transitar un arte pensando en el otro, acercar un arte al otro de tal manera que pueda robarle algo de lo esencial ajeno para expandir la propia esencia de su propio límite. La música deseó presentar objetos para salir de la pesadilla del sinsentido o, al menos de lo indiferente de su carácter o, al menos quiso tener con el mundo la relación que un sueño, en su forma de recuerdo, en sus resonancias, tiene con la vigilia: era mejor que ser un objeto irreductible en un mundo basado en las diferencias.

Vale más perder el tiempo que la fuerza. Espero que lo comprendas.
¿Qué se oye después que la canción terminó?, ¿qué voz se oye?, ¿con que voz la llevo?

Él lee una novela de mar. Ahora bien, su fascinación crece capítulo a capítulo, su escucha se aclara, está más ciego que nunca, y comienza a escuchar cada vez más, mientras lee escucha cómo el viento va cambiando alrededor de las velas, es más, mientras lee otra cosa sigue escuchando el silbido de los arpones o la cuchara de Ahab golpeteando en su plato, en su camarote, en el vientre profundo del barco: escucha todo. ¿Quién escucha la canción por nosotros, como un yo multiplicado? Por la noche, en su propia cama, oye los pequeños ruidos de la madera acomodándose en el agua.

Algo de navegante hay que tener para llevar una canción a destino, para generar ese espacio denso y cristalino a la vez donde se da eso que creemos es la literatura y la música. Algo de náufrago hay que tener para hacer música, para poder reponer la experiencia física de la escritura en el canto, en la voz, en la materia del sonido, como si tuviéramos recuerdos de piedra, aunque mientras tanto, estamos pensando en casi nada.

 

 

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