El amor es una cosa extraña

Tres nouvelles póstumas de Hebe Uhart

LITERATURA
4 de mayo de 2021

Por Marcelo Bonini

Tres nouvelles componen este nuevo libro de Hebe Uhart, El amor es una cosa extraña: nuevo en términos editoriales, ya que se trata de tres narraciones que Uhart había dejado listas —revisadas, corregidas— y les confió a Pía Bouzas y Eduardo Muslip, quienes están a cargo de su obra póstuma, su biblioteca, sus cuadernos y su archivo (impresos anillados, cajas con papeles y documentos de Word). “Este, guardalo” era la señal cariñosa que daba Uhart al encomendarle un escrito a alguien, cuentan Bouzas y Muslip en el epílogo.

Este trío de nouvelles escritas entre 1980 y 1990 —“Beni”, “Leonilda” y “El tren que nos lleva”— está en nuestras manos gracias a la labor amorosa de Bouzas y Muslip, quienes también colaboraron en la publicación de las Crónicas completas de Uhart en 2020, también publicadas por el sello Adriana Hidalgo. Bouzas y Muslip primero fueron talleristas de Uhart y luego pasaron a formar parte de sus amistades. La edición de El amor es una cosa extraña confirma no la opinión sino la verificación de un hecho expuesto por el editor y escritor Luis Chitarroni a mediados de los 90 en ocasión de la publicación del único libro de poemas —Amor a roma— de, justamente, su amigo C. E. Feiling: “la literatura es una forma de amistad y de hacer libros”.

Las tres novelas cortas en su momento no fueron editadas debido, quizás, a una doble condición. Por un lado, como indican Bouzas y Muslip en el epílogo, Uhart siempre quiso publicar sus escritos más recientes. Por el otro, en la época de escritura de estas narraciones, la escritora tuvo más de una dificultad: no solo le costaba encontrar sello editor sino que, en muchos casos, pagó las primeras tiradas de sus libros. Una vez que la editorial Alfaguara decidió en 2010 publicar los Relatos reunidos (es necesario destacar que Hebe Uhart nació en 1936), su nombre y su imagen comenzaron a circular más allá de sus amistades y un entusiasta círculo lector integrado por nombres como el de Rodolfo Fogwill o Elvio Gandolfo. “Cuando uno escribe, si es bueno, le termina llegando el reconocimiento”, le dice como al pasar Uhart a Mariana Enríquez en una entrevista de Revista Anfibia

Lejos de ser un lugar común, la mirada y la escucha con las que se suele identificar a la escritura de Uhart (Visto y oído se titula uno de sus libros de crónicas) campean en El amor es una cosa extraña, pero no ya desde el registro de la cronista sino de la escritora de ficciones. La construcción de los personajes, es decir, de las voces de esos personajes, compiten cabeza a cabeza con el desarrollo de las peripecias de los hombres y de las mujeres que habitan estas narraciones. En tiempos de cierta narrativa aquejada de una especie de netflixación (preponderancia del argumento, pereza verbal, abandono de la máxima de Vladimir Nabokov: “Aprecien los detalles, los divinos detalles”—, etc.), los relatos y novelas de Uhart gozan de buena salud.

Como proponen desde sus títulos, “Beni” y “Leonilda” están centrados en los personajes homónimos, aunque con diferencias: “Beni”, narrada en tercera persona, cuenta cómo el personaje va y viene tanto del campo de Entre Ríos a Buenos Aires, con un plan ligeramente extravagante para hacer negocios con madera, como de la vida de Luisa —estudiante de Filosofía, suerte de alter ego de Uhart— en una relación sin un rumbo claro que no hace más que exasperarla. Esta narración contiene una formidable muestra del poder de síntesis de Uhart para caracterizar a sus personajes de una manera lateral, sin adjetivación: “sus ojos parecían decir: ‘qué se le va a hacer’”, se lee en la página 18. 

Por otro lado, “Leonilda” narra, desde una primera persona, un extenso período de la vida de la protagonista y narradora, un caso de inmigración interna que va del casamiento con el hosco y adúltero descendiente de polacos Wladimiro Pesic, pasando por la llegada a Buenos Aires con sus cuatro hijxs hasta que, con mayor o menor fortuna, cada unx llega a armar una vida. En un argumento que sería injusto adjetivar de “mínimo” ya que se trata, en definitiva, de las estrategias de supervivencia de una mujer venida de un pequeño pueblo de Chaco a Capital Federal, “Leonilda” despliega casi un soliloquio en el cual se va armando un diccionario (se repiten, por ejemplo, “rigorear” y “anoticiada”) que expone el domino de la construcción la oralidad  por parte de Uhart. Pero, claro está, no estamos leyendo sus crónicas, en las cuales el afán recae sobre los datos, sino una ficción.

Por último, “El tren que nos lleva” se desplaza, desde el título, hacia la pluralidad: si bien, como en “Leonilda”, se relata a partir del yo —un yo que en este caso retoma y ficcionaliza parte de la biografía de Uhart—, también se recorren varios colectivos: las compañeras de la escuela secundaria de la narradora, las amigas y los amigos de su trayecto por la universidad y las maestras con las que comparte trabajo y complicidades. "El tren que nos lleva" da cuenta del clima de época, aunque de manera elíptica: una frase de Perón (“Nadie se puede realizar en una comunidad no realizada”) o una escena en donde la narradora siente un miedo paralizante frente a unos gendarmes con perros sin que medie un porqué directo le sirven a Uhart no para representar sino sugerir algunas condiciones de vida de principios de los 50 hasta bien entrados los 70.

Nora Avaro, en el ensayo dedicado a Uhart, incluido en su libro La enumeración, afirma con precisión que “no hay como ella para lograr esa fusión asombrosa de sabiduría y candor”. Así, sin estridencias ni pompas existencialistas, Uhart nos propone algunas versiones lúcidas de la extrañeza y el asombro que nos produce la inesperada irrupción del amor en más de una forma.

 

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