Reediciones de Carlos Catania

"Siempre me ha preocupado el problema del Absoluto"

LITERATURA
5 de diciembre de 2022

Por Manuel Díaz
 

Carlos Catania es una figura excéntrica dentro de la literatura argentina. Nacido en Rosario en 1931, residió durante veinte años en Costa Rica, entre 1964 y 1984. Autor de ensayos, relatos y novelas, su obra ha sido rescatada en los últimos años a partir de la reedición de dos de sus novelas. Por un lado, Las varonesas, publicada por Seix Barral en 1978 y prohibida por la dictadura cívico-militar en la Argentina, fue reeditada en 2015 por Las Cuarenta. Por otro lado, hace apenas algunos meses, la editorial rosarina Serapis, junto con la Universidad Nacional del Litoral, reeditaron El pintadedos, originalmente publicada por Legasa en el año 1984.

Con posfacio de Rafael Arce, la edición de Serapis y la UNL viene al rescate de un texto que pasó desapercibido en su momento, pero que hoy continúa vigente y su lectura propone resonancias que, como todo texto que ingresa o reingresa a un sistema, producen modificaciones en la idea que tenemos de la literatura argentina.

Con una prosa llena de una imaginería oscura, cargada y al mismo tiempo fresca, Catania construye una narrativa que se coloca entre el horror y la fe. No sin cierto humor, consigue dar cuenta de un presente desalentador, en medio del período más oscuro de la historia argentina, y lo hace desde la construcción de un lugar, un espacio narrativo. El pueblo donde transcurre la novela oficia como un espacio que puede elevarse hasta la universalidad. De este modo, la obra de Catania evade con elegancia el matiz panfletario para configurar una atmósfera que, bajo su tono asfixiante y nostálgico, hace de El pintadedos una lección de narrativa.

Estamos ante una novela que a primera vista desorienta. A partir de una arquitectura compleja, construye una trama polifónica que gira en torno a un eje: el regreso de Carlos, un perito dactiloscópico, a su pueblo natal, donde debe colaborar con la resolución de un crimen. Sin embargo, rápidamente la narración nos coloca ante el reencuentro del protagonista con un mundo irrecuperable, el universo de la infancia, el deseo, la iniciación sexual y la añoranza por aquello que ya no volverá. Estas reminiscencias se entremezclan con la historia de la comunidad, con el contexto político en el que transcurre –la novela tiene lugar en el año 1980– y con el presente desencantado del protagonista y su grupo de amigos, los Inseparables.

Un mediodía caluroso de fines de noviembre, Carlos Catania atiende el teléfono de su casa, en la ciudad de Santa Fe, y charlamos sobre El pintadedos. 

El pintadedos se inscribe en una tradición narrativa muy fuerte dentro del siglo XX, que es la de aquellas novelas que buscan conformar una totalidad, narrar un mundo. En este caso, podríamos decir que es una totalidad hecha de fragmentos pero que, a lo largo del texto, esos fragmentos cuajan en una experiencia que conforma el todo, esa totalidad que busca plasmar de algún modo la novela. ¿Qué nos podrías decir sobre la arquitectura del texto? Porque es un texto que está muy trabajado en términos formales.

Sí. Primero me gustaría decirte cómo surge la idea de El pintadedos, porque pertenece también al contenido de la novela, ¿no? Siempre me ha preocupado, desde muy joven, el problema del Absoluto, es decir, el problema de esa relación que tiene el yo con el universo en un momento dado, antes de que nos relativicemos. Y como yo viví en un pueblo muy parecido al de la novela, y creo que toda obra, toda novela, nace de una imagen, volví al pueblo después de 20 años y entonces me di cuenta de que aquel absoluto que yo había vivido en mi niñez, y en mi adolescencia, que fue el período más brillante y más feliz de mi vida, ya se había dispersado. Ya no había modo de recuperarlo, todo había cambiado absolutamente. Esa fue la idea fundamental de El pintadedos, ¿no? Esa fue la idea fundamental que después se ve: el absoluto que aparece en estas escenas orgiásticas de los Inseparables, quienes después van a enterrar ese absoluto, que ya no se puede reavivar más en la vida.

Hay una serie de correspondencias, de motivos, como temas y variaciones, que establecen un contrapunto entre la primera y la segunda parte. Es un trabajo muy fino el que hay ahí...

Claro. En un principio yo pensé en narrar solamente por boca de Carlitos, del protagonista. Sin embargo, me di cuenta de que la novela estaba tan llena de ideas, de sueños, de imaginación, de querer agarrar de nuevo lo que se había perdido que me pareció interesante incluir los puntos de vista de todos los personajes, ¿no? Y eso es lo que más me costó, quizás, porque uno cae siempre en la tentación y los hace hablar a todos igual. No sé si lo conseguí del todo, pero me pareció que, así como tenía que hablar el Chilín, el René, etcétera, así fui armando la novela en base a una idea (por supuesto yo sabía dónde quería llegar), pero en la que cada uno aportaba la visión de ese momento preciso de la historia. Por eso la armé de esa manera: vamos a ver qué dice el Chilín, vamos a ver qué dice el René, pero que esté todo relacionado con el tema principal, con la anécdota, con la trama, y que eso no se escape. Esos mosaicos que fui armando me parecieron interesantes, pero también tenía que armar el mosaico de la otra parte, de la parte de histórica argentina, de lo que pasó. Así fui armando de a poco, y bueno, me gustó, me gustó lo que hice, no sé si está logrado o no, pero a mí me gustó.

    Además, está ahí también desde mi génesis hasta casi mi madurez... Y te digo mi porque yo también tengo bastante del Carlitos de la novela. Cuando era muy jovencito fui pintadadedos y me especializaba en identificar cadáveres, cosa bastante desagradable, ¿no? Estuve un año en dactiloscopía y entonces eso también fue fuente de inspiración. Como decía Vucetich, todo hombre lleva en sus huellas digitales el signo inconfundible de su personalidad… Así que un poco también están metidas en la novela partes muy importantes de mi propia existencia. Se dice a veces que toda novela es autobiográfica, no sé si eso es verdad o no, pero El pintadedos es bastante autobiográfica. No solamente está lo que yo hice, sino que está lo que yo deseaba. Hay una escena en que el protagonista se acuesta con su maestra. Es el niño enamorado de la maestra, cuando está en primer y segundo grado, ¿no? No solamente son los hechos reales, sino que también mis deseos, mis sueños, mis equivocaciones, mis pasiones están metidos ahí.

Ahora que lo vinculás con tu propia vida, que mencionás la adolescencia como un momento de esplendor y hacés referencia al retorno al pueblo. ¿Carlos vuelve a un mundo que ya se rompió, que ya está desvinculado de sí mismo? ¿Lo hace como otro, como quien va al encuentro del fracaso de revivir un mundo pasado?

Sí, va con cierta ilusión, pero eso es imposible. De manera que se encuentra con todos impedimentos que no le permiten algo que es realmente imposible. Él va con cierta nostalgia fogosa, ¿no?, a encontrarse con lo que dejó, creyendo que eso iba a estar igual y ve que todo está totalmente distinto

Respecto de la dimensión política del texto, la construcción polifónica de la novela que mencionábamos recién plantea un mosaico de posiciones que son tanto vitales como ideológicamente variadas, complementarias y a veces incluso antagónicas. Esas posiciones están muy vinculadas a un tiempo histórico concreto del continente y de la Argentina. Sin embargo, esa narrativa no se traduce en un realismo panfletario, sino que –incluso en la construcción de las imágenes– hay una exploración más oscura, tanto de la realidad como de su dimensión política. ¿A vos qué te parece esa arista política de la novela? ¿Cómo se observa en el tiempo histórico de su escritura?

Sí, esa arista política, como vos la llamás, está un poco dentro de aquellos sueños, aquella cosa orgiástica, aquellos deseos incumplidos. Ahí, yo hago entrar lo que llamo un realismo, lo que pasó realmente acá en el país. Lo meto para ubicarlo en un momento determinado, y además porque atañe a uno de los personajes, que es el Bonzo, es un protagonista, uno de los Inseparables, de manera que también había que ver su entorno, su pensamiento, lo que quiere. Entonces metí esa esa cuña, por así decir, política, para tener una correspondencia entre una cosa tan –vamos a ponerlo entre comillas– “mágica” que ocurre, y una realidad contundente, caliente, feroz. Porque si no me parecía que iba a estar todo en el aire. En cambio, al meter lo político ya enmarco en un determinado momento la acción.

    La verdadera novela, a mi juicio, no es un reflejo de la realidad. Es un acto antagónico absoluto de la realidad. El escritor generalmente va contracorriente... estoy hablando de los grandes escritores, no estoy hablando de mí [risas]. Pero si vos echas una mirada a todos los grandes escritores, vas a ver que todos van en contra de algo, ¿no? A contracorriente de un sentido de la existencia, de la política, de lo que pasa en el mundo, en fin, de todo. Por eso no creo en ese realismo a secas, en absoluto.

En El pintadedos hay una configuración muy lúgubre, si se quiere, una imaginería que quizás no se corresponde con el momento del retorno de la democracia.

Vos querés decir que es bastante pesimista [risas]. Muchas veces me han dicho que soy muy pesimista en mis cosas. En realidad, yo soy un gran idealista frustrado [risas]. Me parece que hoy en día no podés ser optimista frente a ciertos hechos de la humanidad. Vos sabés que yo tengo 91 años y siempre he luchado en mis pequeñas cosas escritas por el ser humano. Pero ahora siento… Me acuerdo de que Faulkner decía “el hombre prevalecerá”, y Cioran decía “el hombre es el cáncer de la tierra” y yo estoy entre esos dos dilemas, ¿no? A veces pienso que no se puede ser optimista en una época negra, pero aunque no seas optimista eso no quiere decir que seas pesimista, sino que estás tratando de reivindicar un estado social o anímico de la gente. Hay cosas a veces que ni yo mismo entiendo.

La novela tiene una cuota importante de erotismo, pero es un erotismo muy ligado también a la muerte, ¿no?, a lo ido, a lo inexistente.

Fjate que sí. Fijate que la Moira es un personaje extraño, ¿no? La primera vez que la ven, a través de una vidriera, cuando están en una tienda, de pronto ven como un esqueleto. Es un personaje extraído del Olimpo, no sé qué relación tenían con Zeus las Moiras. Esta es una de las Moiras. Evidentemente, es un personaje que a veces no parece terrenal, como tampoco parece terrenal el toro que se la come, porque los toros no son carnívoros. Todo eso está trasvasado con la imaginación hacia un plano extremo. Soy bastante bastante tenebroso en ese sentido.

¿Y para vos hay algún diálogo entre El pintadedos y el presente, la actualidad? ¿Qué idea tenés respecto de la reedición en términos de diálogo de este texto con el presente?

Yo creo que funciona todavía. Me estoy dedicando a leer últimamente todas las novelas nuevas argentinas que salen y no noto grandes diferencias en cuanto al lenguaje y la arquitectura. Claro, yo no soy especialista ni soy crítico en ese sentido, pero yo creo que todavía se leen, están vigentes. Creo, espero.

 

Foto de tapa: Carlos Catania junto a su mujer Indiana y Juan José Saer.

 

 

 

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