Todas las noches escribo algo

Razones y argumentos de Carlos Correas

LITERATURA
9 de agosto de 2021

Por Marcelo Bonini

La última frase de Edgardo Scott en el texto de contratapa del volumen compilado por Jorge Quiroga y Federico Barea dice así: “Si la salida de un libro puede ser un acontecimiento, la publicación de Todas las noches escribo algo es mucho más que eso.”

Aunque no todos los libros suponen un acontecimiento, es decir, la irrupción de lo inesperado y sus imprevisibles consecuencias, Scott no se equivoca al decir que Todas las noches escribo algoEscritos reunidos 1953-2000 (Mansalva, 2021), va más allá de esa posibilidad. Por un lado, la escritura de Carlos Correas, desde la publicación de su primer relato (“La narración de la historia”), está acostumbrada al acontecimiento. El cuento de 1959 le trajo problemas legales al autor y a Jorge Lafforgue, editor de la revista que lo publicó. 32 años después, en 1991, la publicación de La operación Masotta: cuando la muerte también fracasa también conjuró lo inesperado al revisar a una persona —Oscar Masotta, amigo personal de Correas—, sus circunstancias y modos de intervención en el campo cultural e intelectual de Argentina.

Por otro lado, ese “mucho más que eso” que asevera Scott consiste en el trabajo de archivo de Barea y Quiroga: no se trata solo del rastreo de los escritos de esta antología sino, también, de la edición del volumen. La selección y ordenamiento de los materiales del libro dan una sensación de conjunto de los intereses de Correas, tanto de los literarios como de los políticos y filosóficos (recordemos que la formación universitaria de Correas tuvo lugar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires), como Roberto Arlt, Immnauel Kant, Jorge Luis Borges, Franz Kafka, el peronismo —desde lo que el mismo Correas llama “anti antiperonismo”—, el cine, Karl Marx, la televisión de los 90 y Jean-Paul Sartre.

Todas las noches escribo algo ofrece, bajo la forma de la antología, un potente muestrario de las constantes y variaciones de los modos y los objetos de la escritura de Correas a lo largo de casi 50 años. “Potente” no es un adjetivo al azar: las ficciones de Correas, como el ya mencionado caso de “La narración de la historia”, y el resto su obra —para salir del paso llamémosla “ensayística”— contienen dentro de sí una potencia. El poder, como sabemos, repele o atrae, pero no se lo puede negar. Existe y tiene efectos deseados e indeseados. Cada persona que se acerque a esta compilación dirá si su influjo le resultó seductor, repulsivo o ambos al mismo tiempo. Un recorrido por solo tres títulos del índice quizá esclarezca la frase anterior: “Borges enamorado, por el ‘propio’ Borges”, “La vida de Kafka no puede considerarse ‘kafkiana’”, “Mario Grondona y Mario Pergolini son familia”. Ninguno de los tres títulos, ni más aun lo que les sigue, quiere dejar indiferente a quien los lea.

Correas y su obra estuvieron a contrapelo incluso de aquellos que iban a contrapelo: en una entrevista incluida en este libro, Correas le pasa factura a su amigo y compañero de la revista Contorno David Viñas, ya que este le reprochaba a aquel el gusto por Kafka, un autor “exótico”, según el menor de los Viñas. En otro lugar de Todas las noches escribo algo Correas comenta que a Germán Rozenmacher, el conocido autor del hit properonista “Cabecita negra”, no le gustaba que dos hombres se den un beso en la boca en “La narración de la historia”.

Dos mitos, dos adjetivos injustos que no hacen más que obturar la escritura de Correas pesan, por lo general, cuando se habla de él: “maldito” y “marginal”. De todos modos, tal vez el último resulte de alguna utilidad si se lo despinta del susto que podría causarle un “escritor marginal” a la clase media y se repone su acepción espacial. Correas sí fue un marginal, pero en el sentido de que sus colaboraciones en la renovadora Contorno (una referencia ineludible hoy en día de la crítica literaria) fueron escasas, luego de “La narración de la historia” dejó de publicar durante veinte años, fue la figura más opaca del trío existencialista que formó junto a Masotta y Juan José Sebreli y publicó de modo disperso y poco, aunque, claro está, solo por contraste: ¿alguien diría que Juan Rulfo publicó “poco”?

En definitiva, si bien ocupó un lugar más bien en las afueras del campo cultural e intelectual, también estuvo al tanto de lo que ocurría en su centro. La prosa y los puntos de vista de Correas, en un punto, son inasimilables para este centro y, a la vez, Correas se interesaba por aquello que no resultaba del todo digerible para aquel centro.

La reseña “Dos films argentinos”, sobre Comodines y La furia, comienza así: “Nada tenemos sino la degradación”. Esa reseña concentra uno de los puntos más altos de un arte del que Correas fue un maestro: el arte de la injuria. Pero no solo hay injuria en estas páginas: Correas se encarga de disipar lo “kafkiano” (ese adjetivo que, mal o bien, tiende a significar “desgracia”) de la vida de Kafka para restituirle el amor, el deseo y el placer por los detalles. A su modo, Todas las noches escribo algo nos lleva al encuentro no ya de alguien que escribía de modo abyecto sobre sujetos y circunstancias abyectas sino, como propone el título, de una escritura, que al terminar los trabajos del día probablemente encontraba su momento más propicio. Cabe acercarse a cada una de estas prosas como a golosinas nocturnas que, afortunadamente, disipan el mito del Correas maldito y nos deja conocer a alguien que prefería al ordenadísimo Kant por sobre el errático Nietzsche. Esa preferencia propone cierto método: ir hasta el fondo de las cosas, incluso de las más abyectas, con constancia —“todas las noches”— pero también con rigor, razones y argumentos sin sacrificar, claro está, el placer propio y ajeno por la escritura.

 

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