Foto de docmontevideo.com
Todo buen bebedor, o quien se encuentre inmerso en la noche, sabe que “el último trago” es un eufemismo, una mentira. La noche continúa, incluso durante el día. El escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky ha titulado En el último trago nos vamos (Tusquets, 2017) a su reciente volumen de relatos. Irse no supone el fin de la noche sino, sencillamente, partir hacia otro lugar.
Varios personajes de este libro se están yendo o se fueron: el fantasma que habita una Buenos Aires idéntica a la de los vivos pero donde solo pueden relacionarse quienes hayan muerto; un traductor que busca esclarecer un juego y una historia rusas; un niño paraguayo que oye las historias familiares de su abuela, parte hacia Europa y vuelve para encontrar el destino que sus padres han emprendido; el escritor y su doble que se desencuentran en la noche porteña.
A pesar de su insistente presencia, no ya en la obra de Cozarinsky sino en ese consenso llamado “literatura argentina", la ciudad de Buenos Aires aquí deja paso a otras locaciones, pero, quizá, sea la noche el lugar que predomina en estos relatos. Sin nostalgia, sin moralina y sin patetismos, el mundo nocturno de Cozarinsky es fiel a una reciente afirmación suya: “Hoy, pasados los 70, me siento mucho más joven que a los 35.” El título, préstamo de un bolero, y los ocho relatos lo enfatizan a partir de una cadencia casi mágica.
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