Libro de Claudio Iglesias

Pobres pero geniales: ocho vidas de artistas

LITERATURA
17 de abril de 2019

Libro: Genios pobres de Claudio Iglesias. Texto: Lee el comentario de Marcelo Bonini. Audio: Escuchá la columna en la radio de Bernardo Orge, Marcelo Bonini y Bernardo Maison.

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No ocho biografías sino ocho vidas, de cuatro mujeres y cuatro hombres, se suceden en el volumen de Claudio Iglesias. Reposadas, sedentarias, dinámicas o gregarias, todas están aunadas por un mismo factor: la pintura argentina del siglo XX.

Genios pobres (Mansalva, 2018) comienza en 1887 con el nacimiento de Carlo Giambagi y termina en 2008, año de la muerte de Mildred Burton. La cronología le permite a Iglesias sugerir (no hay otro verbo posible) de modo oblicuo una pequeña historia del arte pictórico argentino, ya que se despoja de cualquier lugar común. Pero, es necesario recalcarlo, también se aleja de la extravagancia por la extravagancia misma, de lo raro o maldito estereotipado. Varios motivos, entre otros, se repiten: el grupo Nexus y su figura capital, Martín Malharro, las discusiones entre arte comprometido o frivolidad y Rosario como territorio de artistas vinculado a Buenos Aires pero no dependiente de esta (María Laura Schiavoni y Manuel Musto campean aquí con sus propuestas.)

Sería injusto o perezoso decir que Genios pobres ejecuta una serie de biografías. También es perezoso leer y proponer un juicio en base a lo que entendemos por influencias. También, en un punto, es inevitable. Un autor modelo de este libro está contenido en la ¿estampa? ¿viñeta? de Giambiagi, quien se hace tiempo para leer a Marcel Schowb, autor de Vidas imaginarias. Mediante la imaginación, el libro de Schwob torció el afán biográfico del clásico Vidas paralelas del griego Plutarco. Más de una vez, Borges admitió que las vidas escritas por Schwob le sirvieron de impulso para su Historia universal de la infamia. ¿Por qué vidas antes qué biografías, por qué literatura y no objetividad? Apenas pasadas dos páginas de la vida de Giambagi, Iglesias introduce, con sutileza, un procedimiento vedado para cualquier biografía en términos convencionales. Luego de una larga frase, que al principio parece escrita en tercera persona, el autor deja caer al final un “…piensa Giambiagi”. Así, se revela una primera persona imposible para una biografía que se pretenda objetiva y el acento literario de Genios pobres: más que biografías, vamos a leer vidas de artistas como si fuesen equivalentes a relatos.

La elegante escritura de Iglesias en general no exalta, sino que propone impresiones e ideas, siempre, en apariencia, sobrias. Aun así, tal vez pueda leerse un tono excesivo en frases tan contundentes como “el artista es la voz de alguien que no es él” o “cada artista tiene un problema, uno solo.” Quien lea de ese modo puede optar por hacerlo con malicia, y equiparar estas frases-slogan con las de Piglia (“un cuento siempre relatas dos historias”), entradoras, casi

agresivas de tan monolíticas, pero discutibles, no universales. Aunque, por otro lado, podemos considerar que en las ideas que Iglesias apuesta reside cierto carácter ensayístico de Genios pobres, contenido en la formulación de tesis breves pero potentes, es decir, polémicas.

El atributo de “pobres” en el título del libro se explica porque las y los artistas reunidos en apenas 94 páginas no ocupan (al menos hoy, 2019) un lugar prominente en el canon del arte argentino. Laterales, en algunos casos casi secretos, la pobreza que Iglesias les atribuye no necesariamente es material. Por ejemplo, Valentín Thibon de Libian, segundo del libro, provenía de una acomodada familia tucumana de raíces francesas y su obra circuló por Europa durante su vida. Giambagi (amigo de Horacio Quiroga, con quien labra la tierra misionera) funciona como contrafigura: austero, de origen proletario, con pocas muestras individuales. De todos modos, lo menesteroso se relaciona con la periferia, con la marginalidad. En pocas palabras: con estar fuera del centro. María Laura Schiavoni, por su doble condición de mujer dentro de un campo eminentemente masculino y de hermana de otro artista (para Iglesias, Schiavoni es María Laura y Augusto su hermano), ilustra, según el autor, tal vez más que ningún otro artista del libro esta última afirmación.

Pero antes de la pobreza está el mote de “genios”. La genialidad de este octeto se manifiesta en la conjunción de voluntad y deseo con que se persigue una obra pictórica siempre necesaria para quienes la llevan a cabo. Lo genial parece consistir, para Iglesias, en una autonomía radical. El apartamiento voluntario, el desvío y, en muchas ocasiones, una tendencia a una reflexión más o menos teórica sobre su arte, redondean estas figuras. Así, se intuye que genia o genio se es. Probablemente, Iglesias no pretenda un rescate del olvido sino, sencillamente, mostrarnos estas vidas. El reconocimiento o la institucionalización no son necesarios.

 

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