Un vagabundo que habla argentino practica los ejercicios esotéricos de un místico armenio en las calles de Nueva York. Marcha a ritmo. Frena antes de cruzar aunque hay luz verde. Se concentra, murmura algo para sí. Mira hacia la derecha, baja el cordón con el pie izquierdo, cruza la calle y sube al otro cordón con el derecho pero, como si se hubiera arrepentido, baja hacia atrás y sube de nuevo con el izquierdo. Mete las manos en los bolsillos, las saca. Respira hondo. Vuelve a caminar. Entre los sin techo corre la voz de que es un escritor famoso.
Si uno se dejara guiar por los pies de imprenta de sus libros y nada más, podría llegar a pensar que la vida de Néstor Sánchez se desarrolló entre 1966 y 1973, período durante el cual aparecen sus cuatro novelas. Y efectivamente, así, según la fórmula clásica, se lee en la solapa de uno de sus libros: "Néstor Sánchez publicó Nosotros dos (1966), Siberia blues (1967), El amhor, los orsinis y la muerte (1969) y Cómico de la lengua (1973)".
Pero cuando a estos datos bio-bibliográficos se le agregan los específicamente biográficos (Sánchez nació en 1935 y murió en 2003) aparece inmediatamente la pregunta acerca de qué fue lo que hizo este hombre fuera del lapso de siete años en que llevó vida de escritor. Y esta otra historia, que no entraría en una solapa, quizás más conocida y referida que sus novelas, termina en el mismo lugar donde empieza, la casa materna del barrio de Villa Pueyrredón, Buenos Aires, pero recorre 90 domicilios distintos en 12 años.
Sánchez fue bailarín profesional de tango en el conjunto de Juan Carlos Copes. A principios de los 60 formó parte del grupo de escritores nucleados alrededor de la revista Sunda, pionera, junto con Opium, de la edición contracultural en Argentina. Escribió crítica en el semanario Primera Plana y en la revista Confirmado. Por recomendación de Julio Cortázar publicó su primera novela en Sudamericana. Viajó a Chile y a Perú, donde, según reza el mito, tuvo un primer contacto con las ideas del místico armenio George Ivanovich Gurdjiéff, que determinarían el rumbo trashumante de su vida. Fue seleccionado por la Universidad de Iowa para participar del prestigioso International Writing Program pero, aburrido de los novelistas que escribían "temas", a los cuatro meses renunció a la beca para continuar sus viajes y su búsqueda espiritual. Recaló en Caracas donde se ganó la vida haciendo trabajos de traducción y edición para la editorial Monte Ávila y después, cuando juntó la plata para el pasaje a Europa, en Roma, en París, donde le presento una adaptación cinematográfica de una de sus novelas a Truffaut ("es un excelente guión para escribir una novela", le contestó el director francés), en Niza, donde dio talleres literarios, en Barcelona, etc, etc...
Las novelas, dicen, las escribía en un año. Un ciclo. Catorce meses cada una, no más. Escribía ocho horas por día. Escribía todo el día, toda la noche, hasta en sueños. Al final de su vida, de vuelta en Buenos Aires, cuando le preguntaban por qué había dejado de escribir, él repondía: "Perdí la épica". Hoy, en Un largo etcétera, Néstor Sánchez, "Contra el argumento".