Llueve en el Tambopata

Lila Gianelloni publicó nuevo libro: leé un fragmento

LITERATURA
1 de junio de 2025

Llueve en el Tambopata es el nuevo libro de la escritora rosarina Lila Gianelloni, publicado por ōmachi, editorial artesanal local surgida en 2020 y dirigida por Ernesto Inouye.

A diferencia de los títulos anteriores de la autora, este libro no es de cuentos sino un único relato sobre su experiencia en Infierno, una comunidad indígena en el Amazonas peruano, a donde viajó en 2012 para encontrarse con su hijo Felipe que vivía allí; en ese apartado rincón de la selva, sin agua potable ni luz eléctrica. El libro –que incluye fotografías sacadas en el lugar por la propia Gianelloni– es el relato de ese reencuentro filial, en un lugar “desconcertante y ajeno”.

Llueve en el Tambopata es el quinto título publicado por ōmachi y el primero de un autor (autora en este caso) de Rosario. Lila Gianelloni es docente y escritora. En el año 2010 recibió la primera mención del Fondo Nacional de las Artes en el género Cuentos por su libro inédito La madre oscuridad, y en el 2016 por Mapamundi (Paisanita, 2016). Publicó también Lobo (Libros Silvestres, 2020), ilustrado por Cris Rosenberg, y Camino a casa (Obloshka, 2022).

El libro será presentado el viernes 6 de junio a las 18hs en EMR Librería Municipal (Pte. Roca 731). La escritora estará acompañada por su colega Agustín Alzari y Ernesto Inouye.

 

Fragmento del libro

 

Desde la terraza del hotel puedo ver el río. Es rojizo y está picado, aunque dicen que es manso. Más abajo se juntará con otro tan grande como él. Son ríos meandrosos, hermanos menores del Amazonas. Unas embarcaciones se acercan al muelle. Las llaman peke pekes por el ruido que hacen cuando navegan. No llevan muchos pasajeros, parecen frágiles y remontan el Madre de Dios sin apuro varias veces por día; también hay canoas y barcazas azules amarradas a la orilla.

El río ancho caracolea y se pierde en un recodo entre los árboles. Llueve. La lluvia hace la selva. Hoy es miércoles. Hace dos días que llegué y también llovía cuando el avión aterrizó en un pequeño aeropuerto rodeado de árboles viejos. Siguió lloviendo cuando recorrí en mototaxi la ciudad que está en la entrada de la selva más grande del mundo. Vine a encontrarme con Felipe. Ayer, para vernos, tuve que dejar la ciudad y adentrarme en la selva. En el trópico, desde abril hasta noviembre el clima es más amable. Es enero.

Me alojo en un viejo hotel que debe haber conocido tiempos mejores, con su pileta de natación cubierta con mayólicas, su terraza sobre el río y habitaciones amplias y frescas. Parece que estoy sola en este gran edificio. En la agencia de viajes dijeron que es el hotel más importante de la ciudad. Grande es. La lluvia no para. La terraza se está inundando. Estoy debajo de un gran alero de madera nudosa. Creo, con zozobra, que la pileta de natación va a rebalsar. A nadie en este lugar parece importarle. Espero que el agua no avance. Mi habitación está lejos, por suerte. A pesar de todo, es agradable estar en la terraza.

En este momento, no tengo nada que hacer. No conozco a nadie en este lugar. Miré televisión por cable. Me llamó la atención el canal rural, que se pasea por todos los países de América. Se ven campos y campos sembrados de soja bien verde en todas partes. Hablan algunas personas que conozco, como el gobernador de la provincia donde vivo en mi país. Cambio de canal.

Camino por la habitación. Recorro el baño, que es espejado y enorme, creo que es lo mejor del hotel. Tengo hambre, no comí nada desde que llegué, pero no he visto abierto el restaurant ni el bar. La chica de la recepción se ofreció a pedir comida por delivery. Le agradecí y le dije que no. Mejor espero, dije, resuelta, pero no tengo la menor idea de qué estoy esperando. Amaina, todo cambia rápido en este lugar. El agua se escurre por las rejillas y el peligro retrocede. Me acerco a la baranda de la terraza para fotografiar el río. Un peke peke llega a la orilla envuelto en bruma de lluvia. Enfoco el recodo y más allá; con esfuerzo, imagino que el ojo alcanzará el punto lejano donde ayer me encontré con Felipe bajo el sol de enero.

 

 

 

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