Libro: Cameron de Hernán Ronsino. Texto: Lee el comentario de Marcelo Bonini. Audio: Escuchá la columna en la radio de Bernardo Orge, Marcelo Bonini y Bernardo Maison.
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Alguna vez se dijo sobre la novela ¡Absalón, Absalón! de William Faulkner una frase similar a esta: “El lector no sabe qué sucede, pero sabe que es atroz.” Esa percepción la puede suscitar, entre otras, aquel título del 26 o la cuarta novela del escritor y sociólogo Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975). ¿Quién es el anciano de apellido Cameron, nieto de “mi abuelo, el héroe Julio A. Cameron”, y por qué le falta una pierna? ¿Qué lleva al compañero de noches y bebidas de Cameron, el locutor radial Juan Silverio, a decirle “ya vas a caer, viejo de mierda”? ¿Elda Cook es solo una cantante de jazz militante feminista y ecologista o algo más? ¿Por qué se dice que Orsini, vecino de Cameron, quiere “dar vuelta la página de la historia”? Antes de esto, apenas Orsini se ha mudado al lado de Cameron, este le ha dicho a aquel: “Ya te habrán comentado quién soy yo”.
La respuesta más cómoda a estas y otras preguntas sería la de una lectura que carece de gusto, la que escamotea la atención a las palabras usadas en un relato, la que soslaya la construcción de una intriga en pos de mostrarle a otro lector qué debe leer, qué dice una narración sobre tal o cual cuestión. Podría ser así: “Hernán Ronsino aborda un asunto no terminado de la historia reciente de la Argentina: la dictadura cívico-militar de los años 76-83”. En parte sería cierto, ya que, a medida que avanza el argumento, los lectores pueden ir reponiendo ciertas referencias que, en realidad, son restos de procesos y discursos históricos aunque también presentes, distorsionados y desplazados por Ronsino. Pero la otra parte de la afirmación engañaría a otro lector: la nouvelle de Ronsino no tiene una intención pedagógica, no quiere hacer leer a partir de una perspectiva que varios lectores ya saben, comparten y conocen, no quiere explicar, no quiere hacer una tesis. Lo anterior, claro está, no exime al relato de cierto carácter político.
La narración de Ronsino está construida con desvíos, faltas de precisión y desplazamientos. La toponimia nunca es clara (¿La Patagonia? ¿Un pueblo europeo? ¿Por qué se menciona el nombre San Borombón?) ni tampoco la coyuntura temporal. A lo sumo se menciona algún celular o el uso de internet. El ambiente de Cameron es el de la noche, la nieve y un lago, los sobreentendidos y los rencores entre los personajes. No hay lugar, al principio, dónde pisar en firme. La voz de Cameron, narrador y protagonista, cuarta generación de familia de varones militares, cuenta con morosidad y de modo esquivo sus percepciones y vínculos con el resto de los personajes. Como lectores, asistimos a un espectáculo de decodificación retardada, es decir, la tensión narrativa se lleva a cabo solo a partir de la dilación de eventos. Casi como cuando, en presencia de mucha luz u oscuridad, entrevemos una figura poco clara y tenemos que entrecerrar los ojos para intentar verla de manera completa. El hombre sin sombra que Mita, la mujer con la que el protagonista mantiene una relación ¿meramente de empleada que lleva la casa, amorosa, sexual?, le indica a Cameron figura, al comienzo de la nouvelle, este modo de percepción de las cosas, los sujetos y los hechos. Pero A Ronsino no solo le interesan estas técnicas novelescas, sino también los destinos de sus personajes y los ecos desfigurados de la historia argentina que resuenan en ellos.
Que la voz que nos refiera el argumento sea Cameron (ahora ya lo intuimos: es un militar que, de algún modo, ha participado en represiones) tiene como resultados falta de empatía e incomodidad. Ambas también están sugeridas por los sueños del narrador, los cuales, paradójicamente, se acercan a lo concreto: hay cuerpos que sangran y torturas. Gran parte del relato está construido alrededor de las sospechas que nos hacemos sobre Cameron, como le ocurre al personaje de James Stewart en La ventana indiscreta de Hitchock mientras supone, sin poder probarlo, que uno de sus vecinos ha cometido un asesinato. En este vaivén entre la suposición y el saber oscila Cameron mediante un tono que se asemeja al mencionado Faulker o, quizás más, a Onetti: el mundo de la noche y las emociones sórdidas (también Orsini es el nombre de un personaje de la formidable “Jacob y el otro”) en un pago chico nos lo sugieren.
Ronsino también discute, de ahí que más arriba se haya remarcado cierto carácter político. En un ciclo de gobierno que ha puesto en duda cierto consenso acerca de los efectos en el presente de la última dictadura y en el cual, por ejemplo, alguien puede cuestionar la cifra de 30 000 desaparecidos sin asumir mayor costo político, la nouvelle toma esos murmullos subterráneos -y no tanto- del discurso social y los procesa: este relato, un espejo pesadillesco y deformante de ciertas idiosincrasias argentinas, nos empuja a vislumbrar el fantasma del pasado que vive, en este caso con connivencia policial y estatal, en los entresijos del presente.
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