Quemar el cielo de Mariana Dimópulos

Lengua y dictadura: doble indagación desde el presente

LITERATURA
25 de enero de 2021

Por Marcelo Bonini

Sería inocente aventurar que no existen riesgos al escribir ficción sobre la última dictadura en la Argentina. Como en el juego, como en el deporte, en literatura no siempre la preparación previa garantiza la mejor ejecución posible. El público, el azar y la suspicacia también merodean en torno al hecho de narrar. “Otra novela sobre la dictadura” podría ser el comentario, interesado debido al asunto, amargo en razón de la obligación moral que puede suponer su lectura, o una mixtura de ambos.

Quemar el cielo de Mariana Dimópulos fue finalista de la lista corta del Premio Fundación Medifé Filba 2020, cuyo jurado integraron Eugenia Almeida, Luis Chitarroni y Beatriz Sarlo. Decir que Quemar el cielo no es más que “otra novela sobre la dictadura” sería tanto un equívoco como una injusticia: la novela, género mutante, se mueve de modos diferentes en la historia de la literatura. En el panorama argentino, ¿qué hermana a, por escribir lo primero que se viene a la mente, Los siete locos (1929) de Roberto Arlt, Eisejuaz (1971) de Sara Gallardo o Ema, la cautiva (1981) de César Aira sino el mote de “novela”? Por otra parte, escribir ficción “sobre” la última dictadura requiere un punto de vista, no una mera ambientación, personajes y peripecias enmarcados entre los años 76-83, lo que puede producir, en el mejor de los casos, una construcción literaria que exceda el comentario de cierto proceso histórico. Glosa (1985), de Juan José Saer, con dificultad aceptaría solo conformarse con ser leída como “una novela sobre la dictadura”.

Se nos presenta, entonces, una discusión inacabable: ¿una novela es “sobre la dictadura” por sus referencias —fechas, datos, nombres propios—, lo cual casi equivale a decir su “tema”? ¿Son menos “novelas de la dictadura” la onírica En el corazón de junio (1983) de Luis Gusmán, la alegoría sutil de El vuelo del tigre (1981), de Daniel Moyano, o la frívola pareja adinerada de Nuestro modo de vida (1980, publicada recién en 2014) de Fogwill por no remitir de manera inmediata a los signos consensuados sobre el periodo 76-83? Se trata de una discusión tan inacabable como la que opone la primacía de el “tema” versus la de la “forma” y viceversa.

Monique, la narradora de Quemar el cielo, impulsa el relato a partir de la fuerza de un deseo: quiere saber qué ha ocurrido con su prima Lila, militante de la organización armada ERP (¿está viva, está muerta, cómo murió, dónde, cómo era?). Este deseo de la narradora se organiza mediante el más elemental —en el sentido de “efectivo”— triángulo de la ficción policial: un crimen, un criminal y alguien que investiga. Así está compuesta la estructura de la novela, a la cual hay que agregar dos factores: la lengua y el tiempo.

La lengua que Dimópulos inventa para los pasajes que cuentan la pesquisa de Lila tiene por momentos el carácter de una síncopa. En particular, el ritmo sincopado insiste en los diálogos, en cómo el discurso de un personaje se quiebra, ya que el verbo que indica la enunciación —“dijo”, “respondió”— se ubica en el párrafo siguiente, es decir, en un lugar que usualmente no esperaríamos encontrarlo. No solo leemos la reconstrucción de una vida, la de Lila, sino que también la novela nos exige un trabajo de reconstrucción casi permanente entre lo narrado y su forma. Lo mismo ocurre con varias descripciones y el modo de organizar temporalmente los recuerdos: tienden al hipérbaton (la alteración del orden canónico de las palabras en las frases) y, en definitiva, más a la desfiguración que a la representación.

Las vidas de Monique y Lila se narran en paralelo, en dos tiempos diferentes que a veces se acercan en un mismo párrafo, pero no llegan confundirse. Con el sencillo recurso de contar siempre en presente la investigación de Monique y narrar en pasado la vida militante de Lila (se usa el pretérito convencional de la novela: “hizo”, “fue”) ambas líneas temporales se mantienen separadas, además de establecer una distancia entre vivencia y experiencia, ya que en el relato de Lila aparece parte de la niñez de Monique.

Hay una pesquisa doble en Quemar el cielo: por un lado, la que ya se mencionó a propósito de Monique y su prima mayor, y por el otro, los materiales que Dimópulos leyó para escribir su novela, los cuales están consignados a final y reúnen libros tan diversos como La voluntad de Anguita y Caparrós, La condición obrera de Simone Weil o las memorias del militar francés Jean Lartéguy, cuya figura fue retomada en nuestro país por Aldo Rico. Tampoco son escasos los nombres propios que se dejan leer en esta novela: Waldemar Sánchez, Oberdan Sallustro, Emilio Jáuregui...

Quemar el cielo no esconde su punto de vista y su ambición literaria, exhibida en la lengua en la que está escrita, los recursos con los que narra las dos líneas temporales y los materiales usados por la autora, los cuales no están referidos al modo de un texto académico, sino que cada lector, en base a su experiencia, podrá reponer o no con la ayuda de la lista consignada al final. Lo mismo vale para la multitud de nombres y apellidos.

Luego de que pase cierto tiempo (nunca se puede saber cuánto) vamos a saber si se trató solo de “otra novela sobre la dictadura” o, además, de una novela.

 

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