Foto de Maximiliano Conforti
Publicamos aquí “Canción de la derrota”, texto perteneciente al primer libro en el género ensayo de la poeta, narradora y periodista Beatriz Vignoli. El editor Patricio Bordes, responsable del sello de reciente aparición “7 Vidas Ediciones” dice en el prólogo: “hay en esta compilación unos treinta años de criaturas reflexivas, algunas publicadas y otras totalmente inéditas, todas revisadas para esta edición y de lo más diversas: desde folletos para el activismo cultural, pasando por ponencias para bienales y encuentros artísticos, contratapas y notas periodísticas en diversos medios del país, que trazan un arco histórico –entre 1990 y 2023– dedicados al oficio de escribir en la tempestad”.
Entre las últimas obras publicadas por Vignoli (Rosario,1965) se destacan Kozmik Tango (crónica, EMR, 2009 y 2018); Mi gato interior (cuentos, Libros Silvestres, 2021); Viernes, poesía reunida 1979-2021 (Nebliplateada, 2022); Expreso (poesía, Editorial Biblioteca, 2022), Lemuria (novela, Mansalva, 2022) y Reverie (Ivan Rosado, 2023). En 2019 la autora obtuvo el Premio Provincial de Poesía José Pedroni por su libro Árbol solo (Ivan Rosado 2017).
En Canción de la derrota conviven los registros de la ficción y no-ficción. Según Bordes, la autora “se mueve entre formas posibles de la intervención literaria, baja a tierra una diversidad de lenguajes porque la autora reniega y mucho de la especialización temática, académica y suntuosa. Más le interesa lo que pasa allá afuera, pero un allá afuera que es también un adentro; un afuera que es la digestión apurada de una realidad vertiginosa e inaprensible”.
Vignoli "escribe para entender mucho más que para explicar, y sus canciones –así les diremos de ahora en más– se parecen bastante a rapsodias largas, musicales y barrocas, en las que eclecticismo, experimentación y performance se cruzan con audaces relaciones conceptuales que se vuelcan sobre las formas del arte que la apasionan: cine, tv, plástica, literatura; y si estas canciones son para una derrota es porque sobre todo las atraviesa el hilo sutil y no tanto de una política de la vida cotidiana en Argentina", dice Bordes. "Pero no la política profesional, ésa que tiene sus voceros y sus buchones listos para la ocasión de divulgar operaciones de inteligencia berreta y amarillismos varios. No. La política que atraviesa estos textos es la profunda y paradigmática, la que nace de los pliegues de la conciencia popular y nuestra capacidad de interpretar acontecimientos como si de constelaciones se tratara. La política que se pregunta por los aspectos vitales de su propia condición: la calle, la memoria, la patria, es decir, identidad e historia. Es por eso más arrabalera que erudita: hay un placer en su lectura que da sus frutos, porque además escribe con ironía, con humor, con ternura”, continúa el editor.
CANCIÓN DE LA DERROTA
Siempre es más reconfortante hablar de la derrota que hablar del fracaso. Viene bien que por unos días dejemos de pensar en lo fracasados que somos para concentrarnos en lo derrotados que estamos. Viene bien que descansemos un poco de la soledad implícita en el fracaso (que siempre es de uno solo y definitivo, como la muerte) para pasar a la dimensión social y solidaria de la derrota.
En cualquier caso, la derrota implica por lo menos a dos. Hay, sin duda, un “otro”: otro que nos ganó. Ha habido, sin duda, una lucha. Ante el fracaso podemos dudar de si hemos luchado; ante la derrota, no. Puede que hayamos sido demasiado humanos, puede que no hayamos sido lo suficientemente eficaces, lo suficientemente crueles; pero hemos luchado, hasta el final. La humanidad es la jactancia de los derrotados.
A diferencia del fracaso, la derrota solo es definitiva en un sentido histórico; el triunfo como posibilidad futura aún no está perdido. No podemos ganar la guerra que ya perdimos, pero podemos ganar la próxima. Eso, suponiendo que el objetivo de nuestra vida sea ganar, que es un objetivo bastante mezquino. La derrota es abnegada y generosa. Se requiere mucha grandeza de ánimo para sobrellevarla. El fracaso envilece, la victoria puede corromper, pero la derrota siempre nos ennoblece. Una victoria nos da un orgullo muy fácil de perder; una victoria nos pone en un lugar visible en el que podemos ser humillados. Una derrota es menos angustiante: acaba con el miedo de un modo drástico, haciéndolo realidad. La derrota es, de una batalla, el sitio más parecido a la paz. Para quienes viven la existencia como una continua lucha, la derrota es el único lugar tranquilo.
El amor es una derrota. Saber que uno nunca más en su vida va a poder librarse de esa ciudad, o del recuerdo de esa sonrisa. La pasión es una eterna derrota. Inútil es el recurso de alejarse de lo amado hasta que su recuerdo se confunda con nuestros sueños y parezca propio, una excrecencia de la soledad: le estamos condenados, y su nostalgia es una doble derrota. Si lo amado nos gana, su ausencia nos golea. Mejor el casi empate de volver, cada tanto, a sufrir una nueva derrota a manos de esa felicidad que nos envuelve y nos sostiene. A aquello que no somos, pero de lo que no vamos a liberarnos más.
Uno pierde para descansar. Uno pierde para poder volver a casa. Volver derrotado siempre es mejor que no volver. Volver derrotado es a veces la única manera de poder volver a tantas cosas. A esa manera de vivir el tiempo que habíamos olvidado, a ese pacífico ocio que abandonamos cuando comenzamos a pelear. En el ocio se cultivan la amistad, el humor, el amor, el juego, la poesía. En la lucha por ganar, en la casi paranoica lucha por mantener el triunfo, nada de eso puede crecer. La derrota produce cultura. La victoria, más policías.
Hay belleza en la derrota. Una belleza triste, magnífica en su quietud. La belleza que tienen los lugares que el tiempo ha tocado solo para destruirlos. Hay flores en ellos, colores no pensados. Flores silvestres. Los derrotados conocen el amor baldío, de una profundidad agridulce insuperable. Los derrotados conocen el amor de los ángeles tristes que bajan a darles consuelo y la belleza del atardecer que acaricia sus ruinas.
Para los derrotados son esas hadas buenas, casi formas del alma, que sobre el dolor extienden mantos de tiernos besos como vendas blancas.
El arte es una derrota. Una derrota inútil, ridícula, patética y feliz. Sobre todo, feliz. Esa maldita idea que nos usa para dejar alegremente constancia de su paso por nuestro cerebro, sigue creyendo que vamos a estar a la altura de las circunstancias. Y todo eso a costa de nuestra respetabilidad: las horas de placer sacrificadas al goce… los compromisos traicionados, las noches sin dormir, y todo porque uno se quedó escribiendo que escribir es imposible, escribiendo por ejemplo que uno es un imbécil que escribe. Todo eso constituye una novela que no se termina jamás, o un siempre futuro libro de poemas que se acumulan o se vuelan y que aun publicados no servirán de nada, como no fuese para ser uno de esos libritos escurridizos y frágiles de los que nunca terminan de librarse las bibliotecas de nuestros amigos.
La vida es una derrota. El tiempo es una derrota, que se celebra en cada cumpleaños. Nuestros amigos, nosotros mismos somos una derrota, de las peores. Ni la memoria ni el destino se dignan en desasirse de nosotros: aquello a lo que pertenecemos no nos suelta. Nuestros errores, esas mascotas de longevidad récord, que a fuerza de volver a cometerlos nos constituyen.
Reincidir, por ejemplo, al final de cada día, en estúpidas ilusiones de control: poner el despertador a las ocho… no, mejor por las dudas a las nueve, con la firme decisión de comenzar mañana una vida nueva, a partir de mañana una vida sana, que nos hará triunfadores y nos redimirá, y nos devolverá las fuerzas de la juventud… abrir los ojos, legañosos, a mediodía, una vez más. Empezar el día sobre el segundo tiempo. Derrotados. Y perdonarse.
Canción de la derrota salió originalmente en la sección Contratapa de Rosario/12 el 13 de julio de 1994, pocos días después de que Argentina perdiera ante Rumania en los octavos de final y quedara fuera de la Copa Mundial de Fútbol, ya sin su expulsado capitán Diego Maradona.