LA NUBE FOGWILL

Literatura
19 de noviembre de 2015

Estaba en una reunión con mucha gente y se me acercó un hombre: “Soy Enrique Fogwill”, me dijo, y como yo no dije nada se me quedó mirando, extrañado de que no supiera quién era (Alberto Laiseca). Era una época en la que él estaba muy en playboy, siempre tostado, venía de acá para allá, viajaba. Para el ambiente bohemio de La Paz desplegaba una imagen sofisticada (Germán García). En esos tiempos llamabas por el portero eléctrico y te abrían desde arriba: subí, abrí la puerta y me encontré con Fogwill completamente desnudo. “Hace tres días que estoy así”, me dijo. Hacía tres días que estaba escribiendo, clasificando (Oscar Steinberg). Me sorprendió que guardara cocaína en un envase de plasticola porque me imaginaba la nube blanca que causaría cada vez que intentara sacar un poco (Daniel Link). Escuchaba a Figueroa Reyes y le cantaba encima. Tenía una voz impactante (Fabián Casas). Me recibió en bata y calzoncillos, y charlamos en lo que era su estudio, un cuarto de tres por tres lleno de libros, con una mesa completamente tapada de papeles, pedazos de máquinas, lapiceras secas. Y, por supuesto, una de las primeras cosas que hizo fue tomarse una raya (Alan Pauls). Poseía un saber técnico específico, capaz de explayarse sobre navegaciones, lanchas, herramientas mecánicas, autos y modelos, materiales para la construcción, procesos de producción industrial, etc (Sergio Chejfec). Fogwill gana el concurso, pero el libro no se publica entonces porque les dice: “¿Ustedes se creen que un tipo como yo, con ideas de izquierda, va a publicar con una empresa supranacional como Coca Cola?” (Luis Chitarroni). Un hombre perspicaz, perentorio, un lector de una puntería alarmante, una presencia despiadada, temeraria, un desprendido de los que no hay y un manijero irritante, abierto y ególatra a la vez (Marcelo Cohen). Siempre decía que escribir era facilísimo. Escribía aunque hubiera gente. Y al mismo tiempo que escribía, participaba de la conversación. Se le iluminaba la cara cuando escribía algo que le gustaba, y lo leía en voz alta (Sergio Bizzio). Fogwill no se recató de decir que las emociones que lo movían a escribir eran, con frecuencia, “del orden de la hostilidad: el rencor, la rabia, el odio, la envidia, la indignación: formas confusas del conflicto social” (Ignacio Echevarria).

Bienvenidos a la nube Fogwill. 

Las de arriba son sólo algunas de las tantas imágenes proyectadas sobre el autor de Los Pichiciegos (¿Lo escribió en tres días con nueve gramos?) en el libro “Fogwill, una memoria coral” de Patricio Zunnini. Durante algunos meses de 2013, Zunnini entrevistó a “amigos, escritores, editores y diferentes personas del ambiente cultural que conocieron a Fogwill, con la intención de enhebrar una narración de primera mano”.

Ese resultado que contiene testimonios de Luis Chitarroni, Alberto Laiseca, Cesar Aira, Arturo Carrera, Damián Ríos, Fabián Casas, Sergio Bizzio, Alan Pauls, Elvio Gandolfo y tantos más, es descripto por Zunnini como “un texto coral que, sin la pretensión universalista de la biografía ni la ligereza del anecdotario, da cuenta de cómo la memoria colectiva recuerda (construye) a uno de los escritores argentinos más relevantes de los últimos treinta años”.

En la entrevista que les dejamos —junto a fragmentos del libro leídos en el programa y canciones de rock de los 80`s —, el recopilador de los testimonios nos contó: “Fogwill se me apareció en la ruta. Venía de un viaje a Mar del Plata en una ruta muy congestionada que en un momento se frenó completamente. Estuve una hora sentado, embolado, con mi familia durmiendo en el auto y así se me ocurrió. Parece muy banal lo que digo, pero es algo como epifánico”.

Nacido en 1974, Zunnini trabaja desde hace más de cinco años en la librería Eterna Cadencia y alrededor de diez años en periodismo cultural. “Me gustan mucho los libros de Memorias - dice-, más que las biografías o autobiografías, y pensé: “una memoria urgente, de un tipo muerto hace muy poco, tan controvertido”. Hacía tres años que había muerto (Fogwill murió en 2010) y la memoria urgente no es una memoria idílica, entonces pensé que era el momento de registrar los testimonios. Cuando llegamos a Buenos Aires, estacioné el auto, bajé y empecé a mandar correos (electrónicos)”.

Sobre  su primer libro editado nos sigue diciendo: “Siempre digo que una memoria es verdadera salvo que vos mientas. El libro que escribí es más sobre cómo se recuerda a Fogwill, cómo se arma el relato coral de Fogwill y qué queda; lo mítico, la intervención pública, lo faláz”.

Estas facetas mencionadas por Zunnini  del autor de Muchacha Punk y Help a él,  conviven con las opiniones sobre el Fogwill que fundó una editorial para editar a sus contemporáneos, el que conocía desde adentro el mundo empresarial argentino y  el que polemizaba en cada intervención pública a la vez que creaba su figura de autor. Otros testimonios refieren a sus  sistemas de premiación y represalia sobre los demás escritores, y la preocupación por el grado de influencia que ejercía en la circulación de cierta literatura.

“Yo lo conocí en su último año de vida y le tenía un miedo padre. Y cuando lo conocí me resultó una persona muy agradable”, dice Zunnini. “Me llamaba por teléfono para hablar, yo nunca supe por qué lo hacía y después haciendo las entrevistas para el libro me di cuenta de que me llamaba porque él tenía ganas de hablar, sentía esa cercanía. Con el tiempo, haciendo terapia, me di cuenta que Fogwill se parecía un poco a mi viejo. Un padre difícil, medio abandónico, omnipresente. Un faro donde querés ver, pero eso lo descubrí durante el libro. Antes me parecía una figura fantasmagórica, fabulosa, digna de relato. En esa época lo venía leyendo mucho y se me presentó así, diciendo “hay que escribir un libro sobre él”.

Mientras esperamos la biografía que  Diego Erlan  escribe sobre Fogwill, en  estas 150 páginas del libro de Zunnini, nos encontramos con los gestos y mitos de un hombre que desde su juventud en el ámbito de la publicidad se fue convirtiendo, a fuerza de cuentos y novelas, en una de las centralidades de la literatura argentina. Al cabo de un anecdotario que resulta divertido, sobrevienen comentarios muy sentidos de aquellas personas que estuvieron junto a él en el Hospital Italiano, a donde se internó hasta su muerte, días después de participar en un festival literario en Montevideo.

Al respecto dice Fabían Casas en el libro: “Damián Ríos y yo llegamos al hospital cuando Quique había muerto. Andrés, el hijo, nos preguntó si queríamos entrar. Nos miramos y dijimos que sí. Entramos y nos quedamos mirándolo un rato en silencio. Quique no tenía la cara de un muerto: la cara de un muerto se desfigura pero Fogwill estaba en un estado de ataque. Me resultó impactante y me hizo bien. Me pareció que era él hasta el último momento. El tipo fue así.”
 

Escuchá la entrevista a Patricio Zunnini y la lectura de fragmentos del libro.

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