La magia de lo pagano

COLUMNISTAS
7 de mayo de 2013

Carmina Burana revivió el sábado por la noche ese “viejo aire contracultural” que acompaña al grupo desde la época de los fanzines y los galpones okupas. Una estetica que parece barrida de la ciudad pero que persiste en sus shows.


foto: Juliana Faggi

El hombre que vaguea y escucha //

1)

“La primera vez que vi a Carmina fue hace 15 años. Era en un galpón ocupado de la estación de trenes de Rosario Norte al lado del crotario. La verdad que es una banda que nos marcó a muchos de los que la vimos en aquella época, por la música y por todo lo que se generaba en sus recitales. Una vez en la bajada Sarmiento Cabral tocaron en homenaje a las Madres de Plaza de Mayo; ahí Gonzalito, un pibe que vivía en el galpón okupa donde hoy funciona la Casa del Tango, agarró un tarro de pintura violeta y se lo tiró en la cabeza, después empezó a tirárselo a la gente… Eso era transgresor, nos re pegaba, había algo fuerte ahí. Otra noche en Humanidades, en la época de sus viejas peñas, llegué totalmente borracho y me dieron el micrófono para que cante. Imaginate; canté otro tema, dije cualquier cosa; terminamos todos saltando sobre un fuego con una hoja de palmera en los brazos” recuerda Lucho, un pibe de unos casi 30 años que espera con ganas que comience el show mientras fuma un cigarro en la vereda. “Los Carmina Burana era un grupo de músicos, contadores de historias, malabaristas y saltimbanquis, que iban de pueblo en pueblo cantando canciones prohibidas por la iglesia oficial” comenta luego. Lucho es un anarco que, desde un sentir cotidiano, experimenta la alternatividad como algo vital. En su casa está alojando gente “perseguida políticamente”, así como alojó artistas, viajantes, locos a la deriva... La historias del nombre, claro está, no le resulta solo una cuestión estética más.

2)

El reloj del sábado palpita las 12 y la calle es un bullicio frenético que crece más y más. Todos le cantan a la noche su urgencia existencial, acariciando en la espera la ilusión de que suceda algo. Un grupo de viejas patéticas, con abundante maquillaje y ropa de “aún conservo algún encanto”, toma unos tragos en el bar 24 hs. de Salta y Alvear. Miran de reojo y sonríen. Unas chicas que bajan de un lujoso cupé blanco -nada se interpone en sus rostros triunfadores – compran cigarrillos y se van. En las mesas de la vereda, se mezclan los tacheros que toman café, el público caretón de los boliches de la zona y los seguidores de Carmina, donde se ven desde viejos okupas y hardcorepunks de los ’90 hasta chicos jovencitos. Una procesión de nenes pidiendo monedas, intermitente pero constante, apenas si es percibida cuando irrumpe en el lugar.

En la vereda de enfrente -bajo el enorme y oscuro portal de la AFIP- camperas de cuero, tatuajes, porrones que van y vienen y el humo de un faso que no tarda en llegar, crean el clima entusiasta que precede a un buen recital. Tres chicos que escuchan cumbia en un celular y toman merca con bastante apuro, conviven con ellos pacíficamente pero nada hay que les permita intercambiar. Alejado en la esquina, bajo la luz de un costoso restaurante, un cuidacoches con su mujer que tiembla de frío y un chiquito de expresiones entristecidas atraviesan la noche en la más absoluta soledad.

3)

Pasada la una todos están ingresando al Banquito Ferroviario, el club de usos sociales de los viejos jubilados del ferrocarril. Dos patovicas custodian el acceso, la entrada es tranquila aunque a veces se les escucha un “sin documentos no pasás aunque estés en la lista”, medalla del uniforme botón con que visten sus conductas.

En el escenario, suena la banda soporte. El volumen del sonido es alto, pero su música no logra transmitir nada a nadie. “Gracias por soportarnos. Venían a ver a Carmina pero se encontraron con esto… bueno, nos van a tener que aguantar” dice el cantante en mitad del show (cuando Freud dijo que en el chiste se expresan verdades veladas, nunca pensé que tenía tanta razón). Así, transcurren los tragos y las conversaciones, las idas al patio a fumar y la vuelta por la mesita donde se venden los discos de la banda y se regala el “Informe Buranezco año 2012/2030”, dos páginas donde se respira el viejo aire contracultural de los fanzines: “Muy felices fiestas les desea al papa y luego mueran como cualquier infeliz de mierda más sobre esta tierra”. “Hola, yo Bob Mariey les deseo feliz año nuevo. Mámense mucho hijos de un simio rengo y una bolsa de heces”.

4)

Un pogo feliz y liberador se desata cuando Carmina sale a escena. Algo de magia brilla misteriosa en el ser de K-mono, quién canta las primeras canciones con una máscara de lucha libre, haciendo vibrar en su voz las andanzas de lo prohibido.

La banda es potente. La acústica del lugar no es la mejor pero todos los instrumentos se destacan en su ferocidad. “Entra el jugo por mis venas, enjuaga las calaveras ... Sea por el pago del trago, sea por los cautivos, sea por todo lo vivo, sea por los fugitivos!” grita en “Todos beben”, una de las canciones del últimos disco que los Carmina tocan en el primer recital del año que brindan en la ciudad. “La peste nos arrasó como un deseo animal…El pobre, la puta, el doctor, el preso, el cura y el torturador, el experimento de ayer fracasó y hoy te toca a vos... TODOS TENEMOS, LA PESTE!” propone en otras de sus canciones.

El recital se extiende hasta entrada las 4 y una humedad que hace charcos en el suelo se mezcla con el humo de cogollos y las cervezas que se derraman. El baño, antes controlado por un seguridad de traje, ahora está libre para los que quieren tomar merca tranquilos. El baile no se detiene en ningún momento y los torsos húmedos y desnudos de los que se mueven sudan un deseo común que los conmueve. Al fin, ese ambiente contracultural que ha perdido terrenos y existe casi escondido - sin dar cabida a grandes movidas para evitar la exposición del ojo municipal- resurge en toda su libertad gracias a esta música pagana, siempre motivo de encuentro en estas épocas de soledades.

5)

En el salón casi vacío se ve dar vueltas a un par músicos de la ciudad, a unos borrachines que buscan en la barra la promesa de un trago eterno y a simpáticos extraviados que prefieren no enterarse que en un par de minutos los aguarda la ciudad. Me encuentro con Franco, trompetista de la banda, descansando luego del tremendo show. “Iba a ver a Carmina desde pendejo, por eso para mi tocar con ellos es como un regalo. En la vida uno hace muchas cosas desagradables para conseguir dinero, entonces esto, que está mas allá, es como un salvavidas, algo que te la zafa…” comenta entusiasmado. Lo llama un sonidista para llevar unos equipos y tras un saludo se va. A mi alrededor, ahora si, no quedan más que los que limpian; la noche llega a su fin pero continúa. Quizás, en alguna melodía milagrosa que algunos pronto revivirán.

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