Varias presunciones rodean la figura y la literatura de Juan Rodolfo Wilcock. Se cuenta que, en algún momento de la segunda mitad de los 50, antes de retirarse a Italia, dijo “¡El español no da para más!” y quemó su obra editada hasta entonces. También se comenta que murió de un ataque al corazón mientras leía un volumen sobre afecciones cardíacas.
Nacido en Buenos Aires 1919 y muerto en 1978 en Lubriano, Italia, Wilcock fue hijo de un padre inglés y una madre argentina de familia franco-suiza. Parece que en sus notas personales dice que veía a la Argentina como una inmensa traducción. Él mismo se movía entre siete lenguas. Ofició de traductor al italiano y al castellano de autores como Kafka, T.S Eliot, Flaubert, Joyce o Borges. Aunque profesó las letras como modo de vida, se recibió de ingeniero civil y trabajó en los Ferrocarriles del Estado previo al peronismo que tanto odió.
Wilcock se dio a conocer primero como poeta. Comenzó a publicar a los 20 años luego de ganar el concurso de poesía “Martín Fierro”. Así ingresó al centro exacto del campo literario de Buenos Aires. Supo ser una figura díscola del grupo de la revista Sur que comandaba Victoria Ocampo. Fundó sus propias revistas e intervino desde la crítica literaria. En sus poemas se funden la sensualidad, la contemplación de la naturaleza, un tono romantico pero sosegado y un arsenal de temas y recursos clásicos.
Una vez en Roma, sólo escribiría en italiano. Mucho de su teatro y poesía de esa época aun busca traductor a nuestra lengua. Su primer libro de cuentos, El caos, apareció primero en Italia en 1960 y recién en Argentina en 1974. Pasó por todos los géneros ya que en los 70 publicó tres novelas que se tradujeron al castellano a fines de los 90. Siempre extravagante, en Roma vagó por adentro y por afuera del circuito intellectual. Tuvo un papel destacado en El evangelio según San Marcos de su amigo Pasolini.
El caos y El estereoscopio de los solitarios han sido reeditados en 2015 y 2017. En la narrativa de Wilcock apenas hay rastros del poeta. Aquí, una crueldad y un humor corrosivos estallan en tramas imprevisibles o fantásticas donde pululan personajes grotescos. Inventó un mundo que distorsiona la vida cotidiana para sumirla en un infierno cómico no sin ternura.
Hoy, en La canción del país, “Wilcock o la imaginación furiosa”.
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Un largo etcétera