La Luz Negra y otros temas

Hablamos de Fondebrider, Zelko y Gainza

LITERATURA
28 de marzo de 2019

En la primera entrega del 2019 de Un largo etcétera, la columna literaria de Bernardo Orge y Marcelo Bonini, comenzamos comentando las críticas del poeta Jorge Aulicino (Premio Nacional de Poesía 2015) y el traductor Jorge Fondebrider a las jornadas de fines de febrero de la Literaturhaus de Zurich dedicadas a las letras y artes argentinas. Allí estuvieron representando a nuestro país Selva Almada, Martín Caparrós, Washington Cucurto, Leila Guerriero, Alan Pauls, Claudia Piñeiro, Beatriz Sarlo, y Samanta Schweblin entre muchos.

Tanto Fondebrider como Aulicino coincidieron en que, no solo en esta ocasión, la literatura argentina está subrepresentada y solo asociada a la narrativa, género predilecto de las grandes editoriales. En el posteo “Literatura argentina las pelotas” Fonderbrider mostró su enojo ante “la expresión literatura argentina aplicada exclusivamente a la narrativa y, dentro de esa especie literaria, fundamentalmente a la novela. Da la impresión entonces de que la poesía, el ensayo y la literatura dramática escrita en este país no es literatura argentina, sino otra cosa que no vale la pena considerar”. La nota aquí

También hablamos de la visita de Dani Zelko al espacio El Bucle, el miércoles 13 de marzo. Allí se presentaron los dos últimos libros de Reunión, sello del artista visual y poeta, quien se propone como médium entre una persona y sus palabras.

“Caminando sin rumbo por ciudades, pueblos y comunidades rurales de América, conozco a algunas personas. Las invito a escribir unos poemas. Compartimos un rato, a veces varios días. Me dictan y les hago de escriba. Al otro día, los poemas se imprimen en libros. Se invita a los vecinos a una presentación. El escritor lee en voz alta sus poemas en una ronda de 9 sillas. Regala los libros a los que se acercaron a escuchar”, dice de su “procedimiento”.

Uno de esos títulos es Juan Pablo por Ivonne y nació luego de escuchar a la madre de Juan Pablo Kukoc, el chico de 18 años asesinado en 2017, en el barrio de La Boca (Buenos Aires), por el policía Luis Chocobar, luego de que Kukoc le robase una cámara de fotos a un turista estadounidense.

Zelko, quien suele andar con su mochila-imprenta a cuestas para poder llevar adelante su proyecto cuenta: “Caminando por La Boca conocí a Ivonne, la mamá de Juan Pablo. Nos encontramos una tarde y tomamos Coca con medialunas. Hicimos un libro juntxs: Ella me habló y yo escribí bien rápido todo lo que me dijo. Cada vez que respiró pasé a la línea de abajo. De ese manuscrito hicimos un fanzine que ya está circulando. Contra el relato del poder estatal y mediático, la voz de una mujer sentada junto a su hija en la cocina de su casa de chapa”.

Lo tuve
fue mi primer varón
uno de mis grandes sueños
quería que sea futbolista
hincha de river
bien negrito y con rulos
y así salió
el premio más grande
mi hijo
jugaba mucho al fútbol
en varios equipos
estudiaba mucho
era muy inteligente
aprendió rápido a hablar y escribir
le enseñabas a caminar y él ya corría
era inteligente, amigable, sensible, sentimental
muy malcriado
demasiado mimoso y mamero
todo el día: “Maa, maa”
parecía un ternero

El poema completo acá

Por último hablamos de una novela de una autora en ascenso: La luz negra (Anagrama, 2018), de Maria Gainza (Buenos Aires, 1975).  Proveniente del mundo del arte, —ha sido corresponsal de The New York Times, ArtNews y Artforum, la biblia norteamericana del sector— el nombre de Gainza empezó a circular luego de la publicación de El nervio óptico (Mansalva, 2011, reeditado en 2018 por Anagrama). Sin jerga para entendidos, aquel libro discontinuo, hecho de anécdotas, entre el registro real y la invención, invitaba al lector a una guía y mirada caprichosas sobre el arte.

Aquí, Gainza arriba al género que siempre campea en las ventas: la novela. A partir de una investigación acerca de dos amigas que en su juventud armaron un circuito de falsificación de cuadros, la autora compone una trama de misterios. Además, debido al tema del libro, retoma la vieja cuestión de la relación entre la copia y el original. Si bien la intriga funciona a lo largo del libro, el mundo del arte parece más una excusa que un interés, como lo era en El nervio óptico.

La protagonista de La luz negra, también crítica de arte, rememora la figura de su mentora en se mundo, Enriqueta, la “número uno” en la tasación de obras que, además, era parte fundamental en la banda de falsificadores. Esa Banda de Falsificadores Melancólicos, en la década del 50, tenía a La Negra como especialista en copiar los retratos de Mariette Lydis, una austríaca retratista de la alta sociedad bonaerense que llegó a  Argentina huyendo de la Segunda Guerra Mundial y de los nazis.

 

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