Diario de un albañil de Mario Castells

"El libro fue un ajuste de cuentas con mi patronal"

LITERATURA
7 de julio de 2021

Por Marcelo Bonini y Bernardo Maison (Perry).
Fotos Laura Destéfanis.

 

Mario Castells nació en Rosario en 1975. Pasó gran parte de su infancia en el país estragado por la guerra de la Triple Alianza, llamada por los paraguayos guerra Grande o guerra Guasú. Castells se reconoce como kurepiguayo, es decir, parte kurepi (“piel de chancho”, palabra guaraní que designa a las personas nacidas en Argentina) y paraguayo. Ha ejercido oficios varios, entre los que se destacan el de albañil y el de cocinero. Estudió Letras en la UNR y fue militante político y social en diversas agrupaciones. Es un fervoroso hincha del club rojinegro de la ciudad de Rosario. Siempre encuentra tiempo y lugar para escribir.

Publicó el ensayo Rafael Barrett, el humanismo libertario en el Paraguay de la era liberal (en colaboración con Carlos Castells, 2010), el poemario Fiscal de sangre, el cual, como Castells no se reconoce del todo poeta, fue firmado con el heterónimo Juan Ignacio Cabrera (La Pulga Renga, Rosario, 2011), la nouvelle El mosto y la queresa (EMR, Rosario, 2012, 2da. ed. 2016), la crónica Trópico de Villa Diego (EMR, 2014), la nouvelle Apparatchikis (Caballo Negro, Córdoba, 2017) y Diario de un albañil (Caballo Negro, Córdoba, 2021).

Como en gran parte de su narrativa, Diario de un albañil está impulsada por una voz que no se calla nada y funde más de una experiencia propia. El germen de Diario de un albañil fue una serie de entradas de Facebook que Castells fue subiendo hace algunos años con cierta asiduidad. Hasta ahora se trata de su libro más personal, quizá el más autobiográfico, lo cual no impide leerlo en clave ficcional. Apenas pasadas las primeras páginas se percibe que el magma de vivencias rememoradas por Castells no está transcripto en caliente, sino que ha tomado nueva vida mediante la escritura. Luego de terminar el volumen, no es difícil llegar a la conclusión de que esas vivencias no han perdido nada de su ardor. 

Perry - Si bien el libro pasa por distintos tonos, y narrás cuestiones ligadas a lo político, escenas sentimentales, el registro del mundo laboral con el imaginario de los albañiles, despierta en muchas ocasiones la carcajada, lo que no es muy común en los textos de la literatura argentina, cagarse de risa leyendo…

Es interesante lo que decís porque de alguna manera es la respuesta que solemos tener no solamente los paraguayos, sino que también un poco me parece nuestra clase social respecto de algunas situaciones que a veces son muy difíciles de sobrellevar, ¿no? Muchas veces las cuestiones trágicas, la violencia, las injusticias las sobrellevamos con el humor, un poco, para rebajarlas. Pero, sin lugar a dudas, yo no lo destaco por sobre otros momentos y sentimientos. De hecho, es un libro muy duro para mí. Si bien es un testimonio, ese es su origen, hay elaboraciones muy profundas, creo.

Perry – Con lo que digo no le estoy quitando peso a esos momentos, ya que las cosas que contás son muy duras. Pero en esto de rescatar las voces de tus colegas (ahora vamos a ver si te considerás albañil o no), de traer ese código de la amistad y el compañerismo que se da en las obras y por las anécdotas que contás, me encontré riéndome a carcajadas. ¿Tuviste la idea o intentaste hacer un rescate, una reposición del habla de los albañiles? Aparece mucho el guaraní.

Es complejo, porque de alguna manera uno tiene que hacer un ejercicio introspectivo, ¿no? Cuánto de eso es mi colectividad, cuánto de eso somos nosotros familiarmente. Este es un libro que, no casualmente, ajusta cuentas con mi patronal que fue muchas veces mi familia. Entonces, cuánto de ese tono tiene que ver con el tono de la clase. Yo creo que hay cuestiones que no tengo muy definidas sobre eso. Pero sin lugar a dudas me siento un emergente de mi sector, de mi rubro y de mi clase social. Eso siempre lo dije. Estoy lejos de creer que uno puede llegar a construir un arte proletario porque no creo en el arte proletario, ni me considero un escritor proletario. Sí me considero un emergente de mi clase social y, por supuesto, me siento un favorecido porque sí soy un albañil y un paraguayo que accedió a los lugares de la alta cultura, pongámosle ese término.

Marcelo – Yo creo que el humor está en algunos libros anteriores tuyos, pienso en El mosto y la queresa (EMR, Rosario, 2012) que tiene un epígrafe de D.H Lawrence que dice algo así como “me resisto a vivir una época trágica de manera trágica”. El humor es un tono dominante y, como vos decís, una manera de sobrellevar todo lo otro que no tiene nada de humorístico. Me parece que, si bien es un diario que fuiste escribiendo y fechando en Facebook, el libro tiene el carácter de un libro de memorias. Por ejemplo, recordás tu primera borrachera, que ocurrió medio por azar, con caña blanca. ¿Qué te parece a vos? ¿Además de un diario, funciona también como un libro de memorias?

(Risas) Dicen que toda escritura es testamentaria ¿no? Este es un libro muy vital. Yo quiero revindicar el humor. A mí me encanta lo que me dicen y me da mucha alegría que se rían y que puedan vivirlo de esa manera. Solamente destacaba que no quería correr todo lo que tiene de otros sentimientos, porque a veces se confunde la alegría con cuestiones más livianas, ¿no?, y para nosotros no es tan así. Respecto del humor y de la forma que toma en los textos, yo creo que siempre está presente en casi todos mis libros. Salvo, creo, en los de poesía, en los que me prendo a un tono (y por eso no me reconozco poeta). En lo que hace a mi narrativa, el humor es una parte fundamental. También es una parte fundamental de mi vida. Descreo de esas personas que no pueden tomarse hasta las cosas más terribles sin humor: me parece que hay algo que las vuelve como falsas, no tan complejas o no tan interesantes. El epígrafe sí, es de Lawrence, un escritor que me gusta mucho. El mosto y la queresa es un compendio de casos, de narraciones orales de varios de mis tíos, fundamentalmente de mi tío Lorenzo, que es un gran contador de casos y un gran humorista. Muy atinada la observación.

Perry – Y, como dice Marcelo ¿pensás que es efectivamente un diario o que está más ligado a las memorias, ya que no tiene las típicas entradas con sus fechas?

Es un diario porque lo escribía prácticamente todos los días, cuando volvía de mi trabajo, la última vez que trabajé de albañil.  Trabajé para mi hermano, mi peor patronal, creo. El libro fue un ajuste de cuentas con mi patronal. Yo creo que luego, tanto por el ordenamiento como por una serie de cuestiones inherentes a la misma escritura, se puede leer como un texto ficcional. Me parece que también nos pasa algo parecido cuando leemos textos de non fiction o periodísticos muy imbuidos de literatura. En general, fue una escritura diaria, en Facebook, durante varios meses, en un contexto muy apretado, muy “encinchado”, digo yo. Luego el libro le dio un aporte nuevo, además de un ordenamiento y otras cuestiones. Pero sí, son memorias, son recuerdos, hay una mirada hacia atrás permanente. También hay una revisión de personajes que afectivamente fueron muy significativamente para mi vida, además de una apuesta ficcional y denuncialista muy fuerte.

Perry – Para hacerle justicia al libro y no decir que solo me cagué de risa, aunque también lo disfruté en ese sentido, apunté que aparece mucho el tono de la rabia. Lo fui percibiendo y sintiendo mientras lo leía. Cuando leo la contratapa al final, para no sentirme influenciado por esas palabras, veo que ahí también se dice que tu libro es un libro rabioso. Eso que aparece mucho ¿es una rabia tuya de clase, es la rabia del militante de izquierda, es la rabia del escritor Mario Castells o del narrador de este libro en particular? Hablame de ese sentimiento que motoriza el tono en general, pero el contenido también.

Sí, sí. Es una rabia de clase y parte es una rabia también familiar. O sea, vos imagínate todas las contradicciones que puede tener un pibe cuya patronal es justamente su padre y después sus hermanos. No es que uno piense que es un desfavorecido, sino que mi patronal era una patronal muy muy terrible. Eso genera una doble rabia, una rabia aumentada. Aparte de eso, están las vicisitudes propias de toda la novela familiar, el contexto, el maltrato. Después hay cuestiones que tienen que ver con el cruce entre la afectividad y la explotación, porque también fui empleado por otros parientes que no se portaron mejor. Inclusive hay ciertas manipulaciones por parte de amigos, parientes o afectos que llevan a descreer de un montón de cuestiones justamente afectivas y te ponen en tela de juicio instituciones como la familia y otras, ¿no? O el patriarcado. No quiero dejar de decirlo, porque todos los nombres que pululan en Diario de un albañil son machos. Entonces también es una autocrítica de lo que nos formatea a nosotros, a nuestra masculinidad.

Perry – Quiero que cuentes sobre un dato, una escena que aparece en el libro ¿trabajaste en la construcción de las escalinatas del Parque España de Rosario? ¿Con tu familia?

Sí, sí. Yo laburé ahí, yo fui peón en esa obra. Fue quizás la segunda o la tercera obra en la que trabajé, y trabajé mucho tiempo ahí. Yo estaba terminando el secundario. Iba a la noche, a la Drago, una escuela de la zona sur. Era principios de los 90: año 91. Entonces laburaba hasta la tarde y después nos íbamos a la escuela con mi primo Jorge, mi mejor amigo en ese momento. Trabajamos en casi todo, te diría. No solo en las escalinatas sino en los túneles. Gran parte de la construcción la hizo mi viejo, que era subcontratista de Dycasa-Techint, la empresa que tomó la obra.

Perry – En un momento le contás esto a la actual directora del Parque España, a Fernanda González Cortiñas, en una reunión que hacen en el marco de uno de los Festivales de Poesía de los últimos años. Le decís que te daba gracia estar contándole eso en uno de los lugares donde te escondías y que vos habías construido.

Sí, me escondía para hacer cebo, como decimos nosotros, para no laburar. Te hacías el que ibas a buscar una herramienta y te perdías, ¿viste?

 

Hay muchos militantes que vienen de la burguesía o la pequeña burguesía que se sienten ungidos por la verdad absoluta al haber descendido al bajo pueblo y trabajar en una fábrica. Me parece que eso es ridículo. También me parece importante combatir esa idea de lo proletario como signado por la veracidad y por la sinceridad. La clase obrera tiene todas las taras que tiene la sociedad en general. Lo que vemos en la clase obrera es una potencialidad.

 

Marcelo – Aparecen otros nombres en el libro, rescatados con sus contradicciones, unos personajes que me resultaron interesantes, como el tío Roque, el tío Sesto o el tío Papi. Además, pensaba en lo que dijiste sobre cómo el libro y vos son un emergente de cierta extracción de clase en vínculo con la autorreferencialidad y primera persona, que es la nota dominante del libro, pero que no se queda solo ahí, no se agota, como pasa con cierta práctica del uso del “yo” que ha copado un gran sector de la narrativa argentina reciente. Tampoco me parece que caigas en la treta de cierta progresía de “darle voz a los que no tienen voz”. Entonces, ambas cuestiones, ¿fueron deliberadas o te las encontraste a medida que fuiste escribiendo?

Yo venía de otra experiencia, de escribir textos narrativos no tan pegados a lo ficcional, como son las crónicas de Trópico de Villa Diego. La cuestión de escribir desde la primera persona era algo que ya tenía muy en claro. A mí la moda de lo autorreferencial me molesta un poco y siempre traté de burlarme un poco de los presupuestos teóricos que hacen a la particularidad de escribir desde la primera persona. Como decía un referente de la política argentina: es más viejo que mear en los portones. Digo: es más viejo que mear en los portones escribir desde la primera persona, ¿no? La moda de la escritura del yo y demás me parecen una ridiculez. Pero sí me sirve para salirme de la historia, para presentar una forma de contradecir el discurso terrible de la Historia, de la política. Entonces de tomar, desde esa perspectiva subjetiva, momentos históricos tan fuertes, como los que describo en Trópico de Villa Diego, me quedó esa continuidad de tratar a los albañiles desde un lugar desprejuiciado, ¿viste? También la autocrítica no la ejerce alguien que le da voz a los que no tiene voz, porque yo soy el albañil que accedió a su propia escritura. Estoy contando lo que me pasó a mí. Quería decir que no soy el primer albañil que escribe, Daniel Moyano, que es un escritor tan importante para la literatura argentina, fue un albañil. También hay otros que fueron albañiles, como Vicente Leñero, que fue quizás uno de los más grandes novelistas de la literatura latinoamericana, un narrador maravilloso, que recomiendo con todas mis fuerzas. Siempre que puedo lo hago. Me parece que desde ese punto de vista intento sacar (también lo hace la contratapa de Alejo Carbonell, editor de Caballo Negro) del imaginario que los albañiles no escriben.

Perry – Esto lo problematizás en torno a vos. Habiendo accedido a todo un circuito intelectual, marcás como un gesto trucho el de los intelectuales o esa clase media burguesa que fue a la universidad, que escribe y que después juega a proletarizarse. En el libro contás de compañeros que en los ratos libres de la obra o la fábrica leen Le monde diplomatique en francés o recitan algunos versos en la misma lengua. Ahí encontrás una impostura, ¿no?

Creo que la impostura es doble, porque en realidad hay muchos obreros que acceden a la educación superior. Digo muchos relativamente: sabemos que la mayoría tiene dificultades. Pero en un país donde la educación pública tiene el peso que tiene, creo que eso es destacable, más allá de las complicaciones. Pero podemos hablar de muchísimos hijos de trabajadores y trabajadores ellos mismos que han accedido a la educación superior. Eso, por un lado. Por el otro, hay muchos militantes que vienen de la burguesía o la pequeña burguesía que se sienten ungidos por la verdad absoluta al haber descendido al bajo pueblo y trabajar en una fábrica. Me parece que eso es ridículo. También me parece importante combatir esa idea de lo proletario como signado por la veracidad y por la sinceridad. La clase obrera tiene todas las taras que tiene la sociedad en general. Lo que vemos en la clase obrera es una potencialidad. Yo como marxista considero que es el sujeto el que puede cambiar la sociedad, eliminar la sociedad de clase. Pero yo no hago ninguna valoración superlativa ni idealista de la clase obrera. Quiero que eso quede en claro. Creo que los albañiles son el mejor ejemplo de eso, ¿no? Todas las taras de la sociedad están entre ellos. A la vez es el sector más lumpenizado porque es el sector menos favorecido históricamente por las regulaciones y protecciones sindicales argentinas a la clase obrera. Es un sector super explotado y es el sector que mayor tasa de ganancia da a la industria.

Perry – En la página 25 narrás la posibilidad del descanso, cuando los albañiles paran y miran a las chicas que pasan. Yo creo que hay algo de la fantasía arltiana en esa escena del trabajador viendo un poco lo inalcanzable. Pero ahí introducís tu mirada de escritor y militante sobre el tema del piropo, del comentario guaso por parte de los albañiles. Uno podría decir que son el estereotipo del problema, ¿no?

Creo que los cambios se están viendo, son muy contundentes. Respecto de esto me parece muy significativo, porque la violencia machista en las obras es un caso muy particular. Es una reproducción de la violencia social que se ejerce contra los pobres. A mí me parecen sumamente destacables los cambios culturales y cómo se va reflejando en uno de los sectores más atrasados respecto de la conciencia. Esa coerción se replica sobre todos los sectores de la sociedad. Creo que el problema del machismo cruza directamente a todas las organizaciones de izquierda. Es un problema fundamental a señalar.      

 

 

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