CRONICA FLORES DEL DESIERTO

COLUMNISTAS
31 de agosto de 2013

JUJUY, SALTA Y FORMOSA: EL INGENIO Y LA PAPELERA, CAMPOS AZUCAREROS Y TABACALES, MONTES DE PALOS BORRACHOS. UN GRUPO DE WICHIS, UNA COMUNIDAD QOM. EL CUERPO Y EL TERRITORIO.

Las fotos son del colectivo Imagen Insurrecta y fueron tomadas del sitio http://www.agenciawalsh.org

Por Severo Callaci

Cuando abrí la canilla para lavarme la cara, nada salía. Las bajas temperaturas habían congelado los caños de la casa durante la madrugada. Desde la ventana de la cocina se veía el auto con una capita de nieve arriba. La calle aun sin nadie ocultaba un ladrido ahogado de algún perro vecino, creo que es el negrito de al lado que le encanta mearme las ruedas. Los reflejos de un sol frio golpeaban la transparencia de la mañana y allí partimos con la profesora Eleonore, que me esperaba en la YPF tomando su cafecito y mirando su reloj suizo.

Bajamos a Jujuy y tomamos la ruta del este, pasando por San Pedro y por Libertador General San Martin, más conocido como Ledesma, por el ingenio y la papelera (el azúcar y los cuadernos), que durante la dictadura hizo desaparecer tanta gente. Hay un documental que vi hace varios años, Sol de Noche, que cuenta la tenebrosa historia de este lugar. En noviembre pasado habíamos venido a hacer funciones a la escuela técnica. Los camiones que trasladan a los obreros hacia la fábrica son unos vagones enganchados tipo camión jaula para ganado. Los hombres de adentro miran cada uno algo fijo, y todo se mueve, ellos y las cosas que ven, y pareciera que el trayecto de todos los días, los contiene y los pierde en una bruma de eternidad que habita en todas las rutinas.

Salimos al noreste de Salta, entre grandes campos azucareros y tabacales. Llegamos a Embarcación, a orillas del rio Bermejo, rio bravo que nace en Bolivia arrastrando bagres y sábalos. Levantamos unas maestras que iban hacia Pichanal, se subieron con mapas y pedazos de cartulinas para las actividades del 25 de mayo. Antes de bajarse nos contaron que por esa zona tienen grandes campos Romero, Macri, Fellner entre otros.

Unos ñandúes salvajes se hundían en la sombra de un cerro cobrizo.

EN FORMOSA

De la ruta 34 doblamos hacia la 81 y entramos a la provincia de Formosa. Nos recibió un monte gigante de palos borrachos, parecía una reunión de gordos enormes, discutiendo desde la expresividad de sus pliegues, hechos de pieles de elefante. Chañares de troncos verdes fosforescentes, con las hojas dormidas y quemadas por el sol del mediodía.

Almorzamos unas empanadas en el pueblo Dragones, en el comedor El Gauchito, y seguimos viaje. Muchos kilómetros de chanchos, cabras, gallinas, chivos y corderos sueltos al costado de esta ruta que atraviesa toda la provincia, un territorio totalmente salvaje y virgen, un gran parque nacional. Pasamos Pluma de Pato y Pozo del Tigre y unos tremendos palmares estallaban en el cielo chato de la tarde. Se respiraba la música vacía de una tierra sin límites, un paraíso olvidado en las aguas del tiempo de un país que me volvía a sorprender mostrándome otro rincón crudo de su carácter.

Cada tanto, carteles en la ruta señalando la existencia de alguna comunidad originaria. Un corte a la altura de Las Lomitas nos obligo a pasar la noche ahí, un grupo de Wichis reclamaban porque hacia más de un mes que no tenían agua.

Eleonore hacía cuatro años que no volvía por estos lados, disfrutaba del calor de la noche mientras hablaba en un castellano afrancesado y arrastrado, y fumaba y hablaba de una tormenta de arena que había sufrido viajando con una novia que tenía en los años ochenta en Marruecos. Yo la escuchaba y me reía hacia adentro de su relato, me divertía pensando que en ese mismo instante, alguien en ese país africano hablaba de estas regiones.

 
Nos levantamos muy temprano y continuamos. El comienzo de la mañana nos regalaba una luz que acariciaba los techos de los ranchos dejando un mensaje lleno de signos para el día.

En Ibarreta tomamos la 95 hasta la 86, y ya cerca del mediodía, pasando Laguna Blanca, arribamos a destino: Colonia Primavera, una comunidad Qom.

LA TIERRA QUE CURA

Sindulfo, Celestina, Derli y Mónica salieron a recibirnos. Nos abrazaron y nos besaron cariñosamente, se notaba que habían extrañado mucho a la profesora que volvía a visitarlos varios años después. Nos acomodamos en unas casas con paredes hechas de tronco de palma, y armamos unas camitas sobre un piso de tierra barrido con mucho amor. Charlamos y tomamos mate. A la tardecita me fui con Celestina y sus nietos a buscar leña, nos metimos monte adentro, se escuchaban monos que gritaban mientras ella me explicaba para que servían algunas plantas. Había remedios ancestrales para los golpes, para los riñones, las quemaduras, los intestinos, la piel. También estaban aquellos que curaban las enfermedades del espíritu, como las ataduras, el mal de amores, el orgullo, la envidia, los celos.

Cenamos alrededor de un fuego que iluminaba las caras de todos, y un rocío caía desde el fondo de la voz de la noche. La luna llena se filtraba entre las ramas, abriendo grietas y ventanas en la cueva verde que nos reunía.

Esa semana recorrimos toda la comunidad, visitamos la radio e invitamos a todos a sumarse a unas jornadas culturales que íbamos a desarrollar con Eleonore.

Todos esos días me preguntaba cómo es posible aportar alguna herramienta a alguien que no tiene agua en su casa, que solo toma agua de lluvia, a alguien que sufre de desnutrición o analfabetismo.

Al final se armo un grupo de unas trece personas y decidí comenzar a trabajar a partir de los conflictos de reclamos de tierra que tienen estas comunidades hace muchísimo tiempo.

Tomando al cuerpo como eje de un territorio a descubrir, tan solo unos días después de iniciado el trabajo, la imaginación del grupo se había echado a rodar, y algunos sentimientos con formas de semillas se sembraron en esas tierra de carne y hueso, y las espaldas se enderezaron, y las miradas ya no se escondieron, y las bocas de los más viejos cantaron canciones prohibidas por el paso de los años oscuros, mientras los cuerpos de los jóvenes bailaron los sonidos del origen, la resistencia y la lucha, y la sensación de que algo se había abierto en todos, y quizás, en ese mismo instante, una flor crecía en algún desierto de este mundo.

 

REMEDIO PAL ALMA

El último día proyectamos unas películas para los niños y partimos hacia Clorinda. De regalo nos dieron una bolsa llena de pomelos y naranjas gigantes y dulces que perfumaban todo el auto. 

Ana y Raquel nos esperaban en Clorinda, nos recibieron con un menú de la zona: mbeyu y sopa paraguaya.
 
Las palabras que encienden la tonada del noreste, también están llenas de agua. Corrientes de silabas, islas de acentos y orillas de vocales conforman un rio de frases estiradas que fluye en el transcurrir de las conversaciones.

Los días siguientes trabajamos en un galponcito con un alero en el barrio 25 de mayo. Las asistentes eran mujeres que habían recibido diferentes clases de abusos. Volví a abordar las jornadas en base a la experiencia de los días atrás en la comunidad. Las chicas se entregaron rápidamente, urgidas de una necesidad de expresión enorme.

A veces me daba la sensación de que esos golpes grises en sus cuerpos gritaban por ellas desde un pozo vacio, y un olor a resignación brotaba de esas pieles vejadas, y una juventud arruinada por algún pariente borracho se convertía en excusa perfecta para justificar una lágrima que caía sobre algún moretón de la cara.

Al cuarto y último día de trabajo mostramos lo que habíamos armado, y durante casi dos horas, las ultimas de las mujeres entre todas las mujeres, se disfrazaron y pudieron  reírse de sus propias historias, y sus familiares, espectadores, aplaudieron y también rieron al compas de una música que iba evaporando un dolor hasta ese día innombrable.

AL PARAGUAY

Quedaban un solo día antes de volver, así que decidimos cruzar a Paraguay por Puerto Elsa. Llegamos a Asunción cerca del mediodía. Visitamos los monumentos históricos, y en un codo del rio Paraguay nos topamos con el palacio de gobierno. Debajo de este palacio rosado, en la barranca del rio, hay un barrio muy humilde y muy grande. Como en la edad media, la plebe contra la muralla del castillo. El presidente abre la ventana de su despacho y debajo de él, la pobreza se asoma. Pero él no mira para abajo, creyendo quizás que algún día, al mirar el horizonte, el país que alguna vez soñó, cabalgará hacia él.

Antes de volver, comimos un riquísimo chipa-guazú en un barcito muy tradicional llamado El Lido.

Al atardecer cruzamos el puente Falcón y me quede viendo el rio Pilcomayo un rato largo mientras Eleonore aprovechaba para renovar su visa en Argentina.

Y ese sol que caía en lo plateado del agua, me traía el recuerdo de un poema de Roberto Juarroz:

Algunos hombres van
Algunos hombres vuelven
 
Algunas miradas van
Algunas miradas vuelven
 
Pero la lluvia, moja mas a los que vuelven…
 
 
 
 
 
 
Crónica anterior: CHAMAMÉ QUE SE ELEVA
 
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