CRÓNICA: EN PASO DE LOS LIBRES, CORRIENTES, SE REALIZA UN HOMENAJE MUSICAL A ERNESTO MONTIEL. ZONA CHAMAMECERA DONDE CONVIVEN TODOS LOS ESTILOS QUE HICIERON ESCUELA.
Por Severo Callaci y Homero Chiavarino. Fotos: www.todolibres.com.ar
COMO ANIMALES DORMIDOS
:- ¿A que hora se va esta chica?, preguntó Paloma al ver a su hermanita.
:- No, Palo, ella se viene a quedar para siempre con nosotros, le contestó Cacho, padre de las dos nenas y del Gordo y de Lao, que estaban conmigo y con el Petiso en el auto.
Estábamos cruzando la provincia de Entre Ríos, gorda y fértil, con sus cuchillas que tajean los horizontes llanos y rectos de la pampa, y los transforman en porciones de tierra que penetran el cielo.
:- ¿Viste que las cuchillas parecen animales dormidos?
:- Si…, tenes razón Gordo. Como tapados por una manta verde.
Hacia mucho calor en esa tarde de febrero.
Cada vez que veíamos un puentecito en la ruta, pasábamos despacio para espiar los arroyos. Algunas bicis apoyadas en el guarda-rail, familias bañándose o pescando, algunas tortugas tomando sol sobre alguna piedra de la orilla.
Cada tanto unos campos amarillos cortaban el verde; es colza, un cultivo relativamente nuevo con el que se hace aceite.
Hacia rato que el Gordo miraba por la ventanilla en silencio. Los otros dos venían dormidos atrás.
:- Siempre que vuelvo para allá se me despiertan un montón de sensaciones. Mirá que hace diez años que me fui. Siempre volví. Pero pensaba que uno, a veces, llega hasta odiar a su tierra, y hasta sin saber bien porqué. Y de repente, un día, después de mucho tiempo, se hace como un vacío largo acá en el pecho, y ahí, como un viento que te entra, empezás a extrañar todo. ¿A vos no te paso?
:- La verdad no, Gordo. Nunca me fui tanto tiempo de mi lugar. Pero creo que entiendo lo que decís.
Recuerdo que alguna vez mi viejo decía que había que tener cuidado con las rutas de Entre Ríos, porque tienen los yuyos altos al costado y por ahí se te puede cruzar algún animal. En la época en que levantaba pedidos para una fabrica de acero, él viajaba por el Litoral. Una noche corriendo entre los pueblos con su Dodge 1500 se había llevado puesto un caballo, y se había salvado “de pedo”, decía.
Pasamos Nogoyá, Rosario del Tala, Villaguay y después del último desvío, antes de llegar a Concordia, hicimos un rulo y bajamos a la ruta 14. Uno de los ramales mas importantes del país, uniendo Buenos Aires con Posadas. Una autopista gigante y nuevita, suave, a estrenar. Al subirnos a esta serpiente gris para hacer el tramo final, al cabo de un rato entramos a la provincia de Corrientes, y algo cambió. Quizás haya sido la tardecita, o la hora de las sombras y los verdes que se hacían más oscuros y profundos. Empezamos a ver que el gaucho medio gordito con los cachetes colorados que veíamos hasta hace un rato, ahora se iba convirtiendo en paisanos de caras huesudas, narices de caballos, pómulos pronunciados, mejillas poseadas, pelos crespos y negros, unos ojos marrones de tanto río, manos negras, cuero curtido bombacha y facón. Molina Campos se diría.
Enormes campos anaranjados comenzaron a explotar a nuestro alrededor. Los naranjales de Mocoreta de un lado y el último sol del día al otro. No se sabía quien iluminaba a quien.
EN PASO DE LOS LIBRES
Paso de los libres es una ciudad de 43 mil habitantes aproximadamente, fundada en 1843 por el Gral. Joaquín Madariaga, quien con sus recordados 108 soldados, venció a las fuerzas del éste, fuerzas Rosistas, en la batalla de Laguna Brava, fundando así una nueva ciudad.
Por ser limítrofe, ya que solo el hermoso río Uruguay la separa de la ciudad brasileña de Uruguayana, Paso de los Libres alberga, además de la cultura nordestina y todo lo que eso implica, una cultura de frontera brasilero-argentina, que no es comparable con otras mezclas culturales. Entonces conviven el chamamé, y los hombres a caballo, con el carnaval, el portugués, el samba, y sus hombres también a caballo, ya que el sur de Brasil es culturalmente una extensión de esta zona de nuestro país. O la nuestra una extensión de aquella.
Llegamos de noche, Entramos por una avenida, al costado del corsódromo. Se veían las carrozas de Zum-Zum y Carumbe, clásicas comparsas rivales.
Cacho nos recibió muy bien, nos había preparado la piecita de atrás y ahí nos acomodamos. En la humedad de la noche sonó el teléfono del Gordo.
-: Hola. Hola Roque, ¿cómo estás?
…
-: Bien, llegamos bien. ¿Mañana ensayamos?
…
-: Dale, los esperamos tipo 6, así dormís la siesta tranquilo. No vaya a ser que vengas estresado.
Juventud Chamamecera, a doce años de su formación, volvía a tocar en el día de cierre del “VIII Festival Homenaje a Ernesto Montiel”.
Para los que no lo conocen, Ernesto Montiel ha sido uno de los hombres que fortaleció el vínculo entre el chamamé y sus hijos, entre el paisano y su tierra. Nacido en Paso de los Libres, mas precisamente en el Paraje “El Palmar “un 26 de febrero 1916, "el señor del acordeón", como lo bautizaron los correntinos, fue una de las piedras fundamentales para crear este gran templo que hoy es el chamamé. En la década del ´30, Montiel emigra a Buenos Aires, buscando nuevos sonidos y en una misión expansiva; intenta llevar sonidos del litoral a otros lugares. Ya en Buenos Aires se cruza con algunas personas que como él, estaban abriendo fronteras. En 1942 crea el Cuarteto Santa Ana, junto a Isaco Abitbol, bandoneonísta de la ciudad de Alvear, Corrientes, creador de una de las piezas chamameceras mas profundas y sentidas, como es "La Calandria". Hoy, el Cuarteto Santa Ana, conjunto que sobrevive al paso de los años y a las culturas de plástico que todo destruyen, es una institución artística de mas de 70 años de historia, y que sigue engalanando y llenando de magia y de mística correntina los escenarios del país.
CUNAS CHAMAMECERAS
Los limites entre los departamentos de la provincia de Corrientes dejan de existir como tales, y se transforman en cunas chamameceras: Ernesto Montiel en Paso de los libres, Tarragó Ros en Curuzú Cuatiá, Transito Cocomarola en Corrientes, Los hermanos Joaquín y Michel Sheridan en San Salvador, el Pai Julián Zini en Mercedes, Isaco Abitbol en Alvear, Mario Bofill en Loreto, Rudy y Niní Flores en Mburucuya, entre tantos otros que hacen grande el género.
Descansamos esa noche y a la mañana siguiente fue una ternura verlo a Lao con su hermanita más chica upa, mostrándole las plantitas del patio, y ella descubriéndolo todo. María Emilia iluminaba la casa; una beba hermosa recién nacida, fruto de la última que se había mandado el gran Cacho con Cecilia, una mujer amable y generosa. Después, cerca del mediodía llegó Paloma, la otra hermanita de los chicos, de lentes, trencitas, y tan solo siete años. En un rato nos deslumbró a todos con sus historias y su cariño.
Por la tarde fuimos a la costanera del río Uruguay a tomar unos mates. Río de piedras, silencioso. La yerba era La Apostoleñia, yerba misionera que dejaba sentir su gusto a madera en la boca, por su secado a leña, no a gas.
Volvimos a la casa para el ensayo. Roque llegó con Jean Paul, y con el Petiso fuimos a comprar chipá. Roque era grande como una montaña, y tocaba el acordeón mirando el cielo, como si estuviera todo el tiempo buscando la señal de una música que estaba llegando en ese momento. Acordeonista hijo de acordeonista, de los que ponen con suma precisión la tela en la pierna para apoyar el instrumento, como si lo dejaran sobre una alfombra voladora. Jean Paul era alto, blanco y con ojeras; era igual a su bajo.
El Gordo arrancó una galopera con su guitarra, y el Petiso, como un pulpo concentrado con la mirada fija en un punto, se sumó en golpes de cajón y haciendo sonar toda una variedad de chiches que lo rodeaban. Roque y Jean Paul se unieron, y al rato todo se envolvió en una atmósfera acuífera.
El patio reía al compás de las melodías que sonaban en su panza.
LA CUEVA MÁGICA
El escenario del anfiteatro era una enorme y blanca concha de mar ahuecada, y los grupos, como perlas, se desplegaban en su centro acompañados de la virgen de Itatí que los cuidaba desde el fondo mágico de esa cueva.
Bancos pesados de cemento en la parte delantera de la platea. El terreno en subida, y detrás, familias enteras con sus reposeras y heladeritas colmadas de bebida. Al fondo, arriba, varias carpas donde se vendía choripanes, empanadas y vino. Sobre un costado enormes hileras de pinos, y a la izquierda, detrás de la entrada, la estación del ferrocarril abandonada. Al fondo de todo eso el río Uruguay con sus reflejos de luces que venían de la aduana fronteriza.
Nos sentamos en medio de esa gran burbuja, la noche estaba muy cálida.
El presentador dio la bienvenida y empezó el desfile de grupos: Antonio Tarrago Ros con su verdulera y sus chistes, la mística del viejo Raúl Barboza, los recitados de Julián Zini, Grupo Integración, Juancito Guenaga, Conjunto Nuevo Amanecer, Santiago Bocha Sheridan, y otros.
Cuando subió a tocar Paquito Aranda y su conjunto nos dimos cuenta que estábamos ante uno de los momentos de la noche: un pelado y unos hombres grandes, serios y de trajes empezaron a tocar chamamecitos tradicionales y dulces, con juegos y diálogos de bandoneón y acordeón. De vez en cuando, el gran Paquito desplegaba sus solos de bandoneón exquisitos, el músico se hacia carne con su instrumento, una ejecución única e irrepetible cargada de imágenes, de un sentimiento profundo y verdadero.
Entre tanto, las parejas de viejitos salían a bailar, hamacándose lentos y pegados, con sus caderas que subían y bajaban nadando en esas danzas de agua. Alrededor nuestro el aire empezó a cobrar un carácter leve y hondo, los rostros comenzaron a iluminarse, y algo que parecía ancestral empezó a crecer adentro de cada uno, se veía a los presentes enredados entre recuerdos y amores.
Muy feliz de estar ahí, quizás como reflejo de agradecimiento, levante la vista al cielo de la noche y vi una luna llenísima que nos bendecía a todos. Y ahí te viniste, por primera vez, desde que nos habíamos despedido aquella tarde en la puerta de tu casa. Nos abrazamos sin saber cuando nos volveríamos a ver, y empujando el pedal de la bici me fui alejando, y antes de doblar en la esquina, te salude por ultima vez y me contestaste con un beso volador. Pensaba, ¿por donde andarás ahora, mi amor, en la orilla de qué mar estarás mirando esta luna que veo? Aquí te siento en mi corazón, te mando muchos besos y abrazos con el correo del universo, y así, cuando veas una nube allá donde estés, esa va a ser mi carta.
Llorando de emoción volví la vista hacia la burbuja, no se cuanto tiempo había pasado. El Petiso y el Gordo también lloraban, nos reíamos y llorábamos sin saber bien porqué, y nadie se secaba las lágrimas. El público agradecido gritaba zapucays y aplaudía para despedir a Paquito, al hombre que volvía a tocar a su pueblo natal y era recibido como un verdadero referente cultural, como un protector del género, como un chamamecero de ley. Y él se fue alejando mientras saludaba con una majestuosa humildad, con toda la grandeza de su sencillez.
-:¿Cómo mierda vamos a hacer para tocar después de estos monstruos?, decía al rato el Gordo, con mucha razón. En una hora ya debían subir a tocar. Roque trajo un vinito como para “aflojar el cagazo” y ahí partieron rumbo al escenario. Ya cerca del final de la noche, el presentador los anuncio como “el grupo revelación de la nueva generación de chamamé”, y ahí aparecieron los cuatro. Se los veía realmente tranquilos y contentos, y eso se fue acrecentando tema tras tema. El publico los recibió muy bien, eran un relojito tocando. La voz del Gordo empezó a envolvernos a todos y después del último tema los despidieron con un gran aplauso.
Por ultimo pasaron varios ballets de la zona y la noche se cerró entre bostezos, mientras caía un roció helado.
Nos fuimos a dormir con una alegría inmensa, conmovidos de haber compartido una fiesta popular tan hermosa.
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