La candombera noche de jazz

EL ESCRITOR EL MUSICO Y EL BAR
19 de noviembre de 2012



La candombera noche de jazz


Por Nicolás Manzi*



La música y la pintura andan por la misma vía
usted pinta la emoción, yo versos con armonía…


Candombe para Figari, Rubén Rada
 


Alrededor de las 5 de una tarde de ese caluroso febrero de 1997 vino mi amigo Leo a casa, como lo habíamos acordado telefónicamente, como se hacía en el pueblo, después del almuerzo. Vino con un disco de vinilo, ese dinosaurio. En el 97 (¿cuántos años tenías?) todavía nos la rebuscábamos para conseguir música, nos grabábamos los casetes en nuestros equipos de doble casetera. El cd era una mercancía preciada, y costosa. El vinilo, contrariamente a la percepción 2012 en que es objeto de coleccionista y de lujo, en esa época era despreciado absolutamente. Pero mi viejo en el año 89 había acometido quizás apuradamente la compra de un equipo con bandeja de vinilo y doble casetera un par de meses antes que el mercado dé la defunción de los mismos, se ve que estaba aprovechando una oferta magnífica, apuro que yo juzgaba en el 97 sin pensar en que quizás una nueva perspectiva del asunto, por decir 2012, aprobaría el desembolso del 89 con un aplauso.


Pasamos el vinilo a un casete, para poder a su vez regrabarlo y hacerlo circular entre los amigos. El disco era Pa los uruguayos de Rubén Rada. Esa tarde se marcaría un antes y un después en la vida de varios. No estoy de acuerdo con Borges en que la vida tenga momentos decisivos, en que se definiera un antes y después, pienso más bien que estamos repletos de antes y despueses (afirmo el neologismo a rajatabla), no todo el tiempo estamos viviendo acontecimientos importantes, pero es innegable que no podríamos reducir a un solo acontecimiento. Bueno, pero esa tarde fue uno de esos momentos. Escuchamos el disco, tema uno del lado A, Me pa: no había vuelta a atrás en esto. Ya veníamos escuchando Montevideo de Rada, un disco monumental que grabó para ser editado en Estados Unidos, país en donde el tipo tiene una reputación inmensa. Pero la música, si no es para vender, no vende, y Rada se dio cuenta de eso un par de años después.


En La Chamuyera, de repente, a las 10 y media, anoche, noche de viernes, el escenario preparado para un trío esperaba que llegara gente: estábamos en una mesa Bruno y yo, hacía un rato, degustando las empanadas deliciosas de la casa, y quizás alguna persona que no se animaba a ocupar otra mesa. A las 11 de la noche se ocuparon dos mesas más y entonces se decidieron los músicos a realizar el concierto. Iba a ser un concierto íntimo, evidentemente. Y no solo porque iban a tocar tres músicos para tres mesas, sino además porque dos de los integrantes del trío son amigos muy cercanos. El tercero, Ricardo Nolé, un pianista uruguayo. Digo un pianista, porque en uruguay debe haber dos pianistas: él y Hugo Fattorusso.


Viste que está de moda arrancar el recital y recién hablar entre el primer y segundo tema. Arrancaron tocando Candombe para Figari, de Rada. Yo, en ese momento, hubiera querido cantar, pero habíamos ido a escuchar música, jazz. El repertorio rodeaba una serie de canciones conmovedoras, lo que para nosotros eran standards de la música rioplatense. Eso es de alguna manera el latin jazz, copiar el recurso de los virtuosos músicos norteamericanos a partir de la música popular, imponerlo en la música de cada lugar. Para nosotros, la música rioplatense viene a ser nuestra música: el tango, el candombe, forman parte de nuestra identidad casi tanto como la zamba, y más que la chacarera, que quizás participe mucho más fuertemente de la identidad de un santiagueño o un tucumano que de la de uno del sur de Santa Fe. Esta afirmación no es mía, es parte de un diálogo que tuve con mi amigo Saya hace más de 10 años, y ahora estaba ahí, el Saya, tocando con Nolé, el que había sido el pianista de Rada (quizás el que había arreglado los más grandes temas del Negro). Uno de los dos pianistas uruguayos. No es que no hayan existido otros, es que nosotros, desde aquella tarde de febrero del 97, conocíamos sólo dos.


Hubo otro acontecimiento que marcó un antes y un después en la vida de nuestro grupo de amigos. El primer concierto de jazz al que asistimos, del que conservo el cartel todavía, en el que tocaba Quintino Cinalli, baterista de nuestro pueblo, con dos músicos de Buenos Aires. Nolé se acuerda de todo lo que había aprendido Quintino tocando con ellos (con él y con Rada). Para nosotros aquel recital fue una revelación. Saya no hubiera estado tocando toda esa música anoche, sin ese acontecimiento que lo marcó profundamente. Recuerdo que habíamos llegado tarde al show, fue un viernes 22 de marzo, acabo de consultar el cartel. Leo ya estaba en el lugar, grabando todo en varios casetes. Fue una impresión muy fuerte ver la energía que destilaban Daniel Maza y Alvarito Torres con Quintino. La onda de Maza nos había apabullado, y sobre todo a Saya que es bajista.


En la chamuyera, anoche, como aquella noche venadense de aquel trío de latin jazz, la gente fue llegando lentamente, hasta que de repente, sin querer la cosa, en el auditorio no había más lugar que para la emoción de escuchar música improvisada, sin parar. Y era una noche uruguayovenadense en Rosario, el público y los músicos, sólo se ostentaban esas ciudadanías. Porque estaba Nolé, porque estaba Saya, y porque estaba Juan Chiavassa en la batería, en un despliegue de talento y ritmo inmenso, pero no tan inmenso como el sentido de la amistad: los que iban llegando eran todos los amigos. Una generación entera de venadenses enloquecida con el candombe uruguayo. Me pregunto si a Juan le pasó algo parecido a lo que nos pasó a nosotros esa noche de marzo, y si eso les habrá pasado a todos los pibes que estaban ahí.


Para completar la exageración, la segunda parte del concierto comenzó con una suite de autoría de Nolé: Candombe para Venado Tuerto. Pude apreciar esos taninos, un dejo de tantos candombes y sin embargo un original dedicado a la nuestra ciudad natal. El tema de Rada Montevideo, una versión de Tombo, y ya estaba velándose todo en mi mente, de ver y escuchar virtuosismo, entonces quise anotar dos o tres cositas para dejar acá escrito. La primera tiene que ver con el concierto en sí mismo: hacía mucho tiempo que no iba a escuchar jazz, y la idea de ir al festival (que se desarrollaba simultáneamente) me hubiera motivado quizás si no hubiera sido porque este concierto me motivaba mucho más aun, y mi entusiasmo no se equivocó, y esto viene a colación de la segunda cosa que quiero decir: iba a escuchar música pero también a reencontrarme con una parte de historia de mi vida. Pienso, si la música no es la forma de la memoria, la que hace brotar del inconsciente, como la pequeña frase de Proust, ese río, entonces la música no es del pueblo, y no es de uno. Porque la música es lo que nos hace perdernos y encontrarnos, como la danza del pensamiento, más allá del yo.


Por último, me fui emocionado, sí. Quizás no fue una noche de un antes y un después, pero ya estaba partiendo cuando me encontré a Guille Bacchini que estacionó la moto, dijo, porque me vio en la puerta. Charlamos un rato. Entendí entonces que el jazz no es restrictivo de un arte; escuchando a Bacchini, pensaba que hay jazzeros que no necesariamente necesitan tocar instrumentos musicales. Entonces el jazz, o la música, en fin, el arte, no depende del instrumento, sino del que toca, y de lo que tiene para contar. Fue una revelación, y entonces me levanté, me subí al caballo de nuevo, y acá me ves, escribiendo como un campeón.



*Editor integrante de El ombú Bonsai, publicó Minga y tiene inédita una nouvelle.

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