Por Lila Siegrist
Oh, infierno (1919)
Para despejar las derivas de la primavera
De nuestros excrementos antepasados
Y enterrar los subconscientes archivos
Bajo flores inafectadas
Realmente
Nuestra persona es un pasillo de entrada al infierno
Ahogada con los harapos de la tradición
Jóvenes Dioses y Diosas
Acarician la santidad de la Adolescencia
En el rayo del sol.
(Mina Loy)
Sepan comprender, o compadecerse, del próximo desliz o gaffe que cometeré. Hablaré de sensaciones. No seré analítica, no argumentaré de manera crítica. Me explicaré con la piel al descubierto, con el cuerpo inmerso en una sala de teatro autogestiva de nuestra ciudad embole. Y cuando hago esta pequeña salvedad, en estas primeras oraciones, no lean el justificativo del desastre proverbial, sino el garrapateo de una cronista atenta a un fenómeno plástico y cultural, contando la destreza de mujeres del teatro, quienes resisten y realizan maravillas en escena. Mujeres que producen desde la tenacidad y la subjetivad como materias primas y estímulos permanentes.
Los cielos de La Diabla es una obra seleccionada para participar en la Fiesta Nacional del Teatro 2022. El texto y la actuación son de Vilma Echeverría. La matriz dramática es de TAPERA: Echeverría junto a Pilar Sequeira y Danisa Vidosevich.
La obra se define como un monólogo en acción, presentado desde la proximidad: la casa y el cuerpo, el tiempo y el clima, los cielos del pueblo y de la ciudad. Ella, Amanda, La Diabla, es elegida para el lavado y secado de las camisetas de la primera división del Club Atlético Independiente de Avellaneda. El relato sucede en los límites de su pueblo natal. Mientras espera que la entrevisten, Amanda recuerda los años dorados, y su oficio de lavadora se cruza con el fanatismo por la camiseta.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo?
César venció a los galos.
¿No lo acompañaba siquiera un cocinero?
(Bertolt Brecht)
Los cielos de La Diabla relata las glorias íntimas y nimias en una tierra yerma. Recrea voces familiares que interrogan los usos y las costumbres de habitantes de un paisaje cercano. Se define una puesta otoñal, organizando el perímetro del escenario en un punto de fuga: un altar pleno de velas donde se venera a la célebre formación 1970-1974 del Club Atlético Independiente, los Diablos Rojos.
Los momentos se arman a partir de un lenguaje visual sutil y devastador. El cuerpo de la artista, rodeado de sangre, tierra, agua y fuego, despliega acciones performativas en aguda exploración kinésica. La estampa post-victoriana de Echeverría flota sobre una nube crujiente de hojas, arremete contra el calendario y ofrece sus pulsiones eróticas con elegancia y sin recato.
La lengua trabaja en su fisiología, como creando un idioma nuevo. Se mueve en diversas identidades, roles y voces trabadas en su fonética. Va del italiano al criollo, del sensual al futbolero, todo en simultáneo. Los cielos de La Diabla, aparte de ser un telón de fondo dramático de lo que no se nombra, es sonora y bailable, con la composición musical realizada por Vanesa Baccelliere.
El equipo de trabajo está conformado por Ivana Molina en vestuario; en escenografía trabajan Molina y Florencia Degli Uomini; la iluminación es de Degli Uomini; el diseño gráfico es de Ciro Covacevich; la creación de objetos es de Fernando Martín; el material audiovisual es de Cecilia Bettiol; el registro en filmación es de Rubén Plataneo; la fotografía es de Viveka Feijoó, Gustavo Frittegotto y Julieta García. Ivana Molina también trabaja como asistente general. La tutoría es conjunta entre Elena Guillén y Gustavo Guirado. ¡Bravo!
La Diabla traslada, de manera tangente, distintos mecanismos perceptivos, “sentir la hora y mirar la música”, también dándole lugar co-protagónico a un secarropa o a la planta de aloe vera. Conversa con el secarropa antropizado, pide un aplauso con reverencia para el aloe vera, y así se da el cambio de escala, en permanente confrontación con lo instituido. Les da ánimo a los jugadores de Independiente, lava sus camisetas como una alquimista del azar, la fortuna y la cábala, para que el heroico plantel superior del cuadro de fútbol de Avellaneda logre sus históricos y sucesivos triunfos. Murmura nombres: Bertoni, Bochini, Semenewicz, entre tantos. Es celebrada por el DT Pastoriza porque compone en la soga, según el orden de colgado y secado de las camisetas al sol, el modo en que él paraba al equipo en el campo de juego.
Con una voz en compacidad gutural, Amanda nos dice que “tener a Dios o al Diablo adentro no es para cualquiera”. Aparece una señal, un don. “La mística copera de los brazos en alto nombrando mi nombre: Amanda”. Sin fuerzas oscuras, todo se da fruto del amor. Su nombre se vuelve susurro colectivo, se torna grito impenetrable en la hinchada, se convierte en bandera. Y en el ápice de la gloria, la muchachada la somete y la ultraja. Así, asistimos al drama iniciático, a la boca seca de Amanda y de la artista Vilma. Al silencio del espanto. En la víspera de una consagración para Amanda, llevando la pasión del potrero a la maestría del campo de juego, en ese trance, ella desaparece. Organiza su propio rito de paso al estrellato, al reconocimiento, y padece el terror.
Vayan a los teatros autogestivos e independientes de la ciudad, acompañen el trabajo y las obras de las artes escénicas contemporáneas, paguen las entradas, vayan a los talleres. Desbordemos de encuentros, para que esta ciudad sea menos embole, pero sobre todo, para que el teatro viva.
+ Los cielos de La Diabla. Sábados de mayo a las 21 hs en Teatro de La Manzana, San Juan 1950. Reservas @teatrodelamanzana y al 3415105221.