El teatro de Romina Mazzadi Arro

La historia de una grieta y las hermanitas perdidas

ESCÉNICAS
6 de octubre de 2022

Por Vande Guru

 

Una de las mujeres está herida. La otra tiene unos aparatos enormes en su boca que le dificultan la expresión. La tercera es, en apariencia, la más sana. Las tres hermanas habitan una casa antigua, señorial, un poco venida a menos. Con la despensa vacía y rajaduras en las paredes.

La primera imagen que aparece como asociación es la de una fractura. Si en una historia asoma un desgarro, por muy pequeño que sea, sabemos, de una vez y para siempre, que el conflicto está sellado. A medida que la seguimos con la mirada, esa grieta se ensancha, se alarga, se apura y se vuelve imposible de controlar.  Como espectadores, sabemos que no hay posibilidad de ganarle a la grieta: algún personaje quedará con un pie en cada uno de los lados, resistiendo con las piernas estiradas al máximo, y al final, indefectiblemente, caerá al vacío. O bien, la casa será el foco del conflicto y se derrumbará. No hay grieta que no conduzca a un daño irreversible. Esa es la base de la tragedia en cualquiera de sus formas. 

Porque no es inocente, Mazzadi Arro no busca adelantarse a la grieta. No intenta cerrarla ni contar el devenir de esa herida trágica. Sino que nos invita a mirar hacia atrás, husmear en su constitución, volver hacia el origen. Un flashback teatral.

Históricas muestra la situación de tres hermanas que están en suspenso, esperando cobrar una deuda para poder salir de la encerrona en la que se encuentran. Pero ese pago se demora, se retrasa, está diferido en años y en siglos. Doscientos años transcurren en escena mientras puertas afuera se libran batallas, se ordenan sentidos, se fusilan gobernantes, se cargan las tintas con las que se escribirán los libros de historia. La gente irremediablemente y reiteradamente golpea la puerta, pide comida.

La segunda imagen que emerge es la de las Erinias griegas, esas tres divinidades asociadas a la venganza, al destino de los seres humanos y a la maldición. Condenadas a convivir, las tres buscan equilibrar los distintos intereses que las mueven por una escena austera: la llegada de un hombre que las salve, la concreción de un deseo y el ansia del mundo. Mientras intentan sostener la casa para que no se les venga abajo, se acusan mutuamente de delitos morales, delitos de sangre y otras bajezas. Dialogan, pero no se entienden. Se gritan, y tampoco se entienden.

Sofìa Gonzalez a la derecha, Cecilia Mastria a la izquierda y Dana Maiorano en un centro desbocado y acomodaticio sostienen los fragmentos irregulares de la que está hecha la historia de nuestra patria. Un trabajo actoral fino y preciso que se sostiene sobre sillas imaginarias, sombras proyectadas y bocas agrandadas hasta su máxima expresión. La hermana de los aparatos pone el cuerpo y se retuerce, se lastima y se enaltece según lo que vayan pregonando los discursos extremos de las otras dos. Estamos en el origen de la grieta.

La tercera imagen es la muerte. Porque no hay tragedia capaz de evitarla. Alguien debe morir para pagar la mácula que mancha nuestra estirpe y daña nuestra casa. Pero la muerte y la supervivencia en la Historia son términos relativos. Cuando una de las facciones, una de las hermanas está herida letalmente y la recuperación parece imposible, su posición de víctima la protege de todo daño, el centro se modera y la enaltece en las sombras. Así es la derecha. De eso se la acusa.  A medida que analizan las posibilidades de expansión en el territorio de la patria, la hermana herida parece recuperarse sin prisa y sin pausa mientras que la sana comienza a enfermarse de tristeza y desilusión. No puede soportar la noticia del fusilamiento de Manuel D a manos de Juan L. El final es sublime y subliminal a la vez. Cuando sobreviene el apagón, las partes comienzan lentamente a encajar y armar sentido.

No es la primera vez que Mazzadi Arro se interroga acerca de la realidad política y social de nuestro país. Con la mirada ácida que corroe los engranajes de la burocracia estatal en Esa máquina no era Dios, la directora y dramaturga va en dirección de develar aquello que se nos enquista como sociedad y nos empobrece simbólicamente. Otro antecedente directo de Históricas es Maleza, obra que se estrenó en marzo de este año, dirigida por Francisco Fissolo en la que actúan Carolina Hall y Bárbara Peters.  En la dramaturgia de Maleza Mazzadi Arro deja asomar la pregunta por lo constitutivo de nuestra identidad nacional, y juega con personajes que le ponen el cuerpo a la idea de la patria. 

En Históricas la apuesta se redobla y además de lo simbólico que representa cada una de estas tres hermanas, hay alusiones a personajes de nuestro pasado nacional en forma de alegorías. Así Juan L y Manuel D hacen apariciones fantasmales, de manera elíptica, aludiendo a hechos que los vinculan y ensanchan la distancia entre las hermanas más radicalizadas, proyectando en el tiempo a otros Juanes de nuestra historia y a otros fusilamientos no tan explícitos en nuestra patria.

Despojada de toda carga ornamental, la historia nacional parece contarse de la manera más realista posible: llegando al hueso del asunto, extirpando lo anecdótico, resaltando los hechos constitutivos, sin racionalizar el caos. Contar la Historia de manera lineal sería escolarizarla. Y en eso Mazzadi Arro tampoco es inocente. En la línea de Heiner Müller, Históricas parece decirnos que los hechos de nuestro pasado están plagados de contradicciones y que se parecen más a retazos zurcidos por una mala costurera que al lienzo solemne que muestra una revolución falseada en las paredes de un algún museo.  

 

 


Históricas: sábados de octubre y noviembre a las 21 horas en Espacio Bravo (Catamarca 3624). Reservas  al 3412139964. Dirección y producción general: Romina Mazzadi Arro. En escena: Sofía González, Cecilia Mastria,  Dana Maiorano. Escenografía y vestuario: Martín Fiumato y Yerutí Marturet. Fotografìa: Juana del Montón.

 

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