25 años de Hijos de Roche
No descansa nunca: el dolor de ya no ser en clave de comedia
Por Paula Galansky
Hay algo de la tristeza que nos pone solemnes. Hay algo de la solemnidad que nos da risa. Y siempre hay algo de rescate en esa risa. También, hay una chica de lentes que llora y se ríe al lado mío, mientras vemos y escuchamos a estas mujeres con capas, vestidos y coronita, mitad personajes en escena actuando de actrices, mitad actrices actuando de sí mismas. Estamos en el teatro.
Para mí, es la primera vez desde que comenzó la pandemia. Me había olvidado del silencio, la oscuridad, la actitud relajada y expectante, la intimidad que de repente comparto con desconocidos.
La obra se llama Crónica de una debacle, el teatro es la sala independiente Espacio Bravo, las actrices son Claudia Schujman y Andrea Fiorino. Y están llevándonos a recorrer, en un viaje lleno de ternura, ironía y nostalgia, algo que en principio podríamos llamar Historia del Teatro, pero que desde el vamos se transforma en la historia de los riesgos, fracasos y ambigüedades que implican entregarle tanto a algo que se ama.
La chica de lentes se quedó en silencio, totalmente hipnotizada por una escena, y yo también: una de las actrices hace como si actuara una escena clásica de otra obra. Podría decir muchas cosas sobre Crónica de una debacle. Que es un homenaje al teatro, que las actrices tienen un talento enorme, de esos que nos hacen creer que lo que hacen sobre el escenario es fácil, que me pareció divertida y profunda y de a ratos me hizo preguntarme ¿De qué me estoy riendo?.
Pero creo que cada uno tiene el derecho de ir y encontrar en escena lo que quiera, lo que pueda. De volver a la oscuridad de una sala y sorprenderse, ver qué le pasa. Así que me voy a quedar en estas mini escenas, burbujas adentro de una burbuja, en las que las actrices actúan, o juegan a actuar, parlamentos clásicos de otras obras. Lo voy a hacer porque el escenario de pronto es azul y la atmósfera se volvió lunar, como un sueño o una fantasía. Porque escucho un texto hermoso y las veo poner en escena algo más que ese texto.
Las veo ponerle el cuerpo a un deseo, solemnes como niñas jugando, e igual de divertidas, en medio de la crisis del teatro independiente local, agravada por la pandemia, de la que nadie parece poder o querer hacerse cargo. Como ellas mismas dicen a lo largo de la obra, el teatro tiene el viento en contra. El cine, la televisión, las cientos de plataformas de streaming, instagram, youtube: todo está mucho más a mano, mucho mejor diseñado para la inmediatez de nuestra cotidianeidad y nuestros impulsos. Y ni hablar de las pobres políticas culturales, del abandono de un Estado que todavía no asume a sus artistas como trabajadores necesarios para la vida de la comunidad.
Veo que hacer lo que amamos es difícil, poco elegante, de a ratos ridículo, da miedo, no siempre sale bien, nos deja expuestos y frágiles.
Y sin embargo esta noche la chica de lentes ahora se ríe con fuerza, yo me pregunto cómo es que pasó tanto tiempo desde la última vez que vine al teatro, y dos actrices se dan el gusto de hacer que el público se emocione y se ría a carcajadas y se entregue al juego, de reírse de sí mismas, de ponerse el vestuario, de ensayar ―aunque sea para cobardes―, de aprenderse sus textos y mostrarnos que no aguantan los tacos, que aman los aplausos, que miran videos en youtube y piensan en Shakespeare, en Chejov, en Lorca, en Beckett mientras intentan llegar a fin de mes. Es un chiste y también es una declaración: como si dijeran acá estamos todavía, dos hermosas reinas de las ruinas, haciendo lo que más nos gusta.
