Lucrecia Martel, una de las directoras más originales del país, además de proponer en el cine un ritmo distinto y de priorizar el sonido (ese último orejón del tarro audiovisual) como elemento experiencial, se distingue por el tratamiento particular que hace de los cuerpos en pantalla, no como meros reproductores de acciones regidas por una trama, sino cuerpos con peso, con gestos no estereotipados, con sonidos, ligados a un contexto histórico, social y geográfico impreso en el habla y en los comportamientos que revelan lo absurdo -y muchas veces miserable- de la idiosincrasia que representan como clase política o social.
En Zama, Martel propone un pasado histórico ficcional, transporta la libertad con que la ciencia ficción imagina el futuro hacia el pasado, realiza sobre el relato histórico modificaciones que no pueden leerse sino en términos políticos. La de Diego de Zama es una espera cada vez más desprendida de la esperanza. Tanto en la novela original como en la película, el lector o el espectador sufre la intensificación de ese hastío junto con el protagonista. Y es quizá por ese sentimiento insoportable que uno puede estar sentado frente a la mejor película de esta década y no ver absolutamente nada. Porque cuando una película no responde a los patrones de nuestra educación como espectadores, en vez de exigirnos, perdemos la paciencia, como Zama, y abandonamos.
Salto de Imagen | Escuchá el comentario de Pixelina sobre Zama de Lucrecia Martel
Título: Zama
Año: 2017
Dirección: Lucrecia Martel
Guión: Lucrecia Martel, basada en la novela homónima de Antonio di Benedetto