VIOLENTA PASIÓN

Audiovisuales
20 de febrero de 2015

Se proyecta en el cine El Cairo "El Perro Molina", la última producción de José Celestino Campusano. Filmada íntegramente en la localidad bonaerense de Marcos Paz, la película gira en torno a una serie de personajes que comparten la familiaridad con la violencia en general y el mundo del crimen en particular.

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Natalia, la mujer del comisario Ibáñez, deja a su marido, que no puede vivir sin acostarse con una puta de vez en cuando, para volcarse ella misma a la prostitución; el propio Ibáñez, justamente corrupto, violento y promiscuo, se ve forzado a ver cómo su ex esposa trabaja su propia zona; Molina, un ladrón con códigos old school, vuelve al pueblo después de haber estado un tiempo guardado y planea el golpe que le permita retirarse y cambiar de vida; Calavera, el proxeneta romántico, se enamora enfermizamente de Natalia, se desconoce, no sabe cómo actuar; Ramón, un iniciado en el hampa, con otro código ético, pretende capitalizar su relación de tutelaje con Molina y aprender de él lo más posible… y la lista sigue.

Más allá de las diferencias evidentes, la construcción de los distintos personajes tiene rasgos comunes de un caso a otro: lejos del quietismo apático que fue regla casi general de cierto cine independiente argentino durante mucho tiempo, el contenido dramático es máximo. Acá a todos les pasan cosas, cosas importantes, y todos las viven con intensidad, con, como diría Campusano, pasión.

Es en parte por esto que la crítica no se cansa de marcar la deuda del director quilmeño con los géneros: el policial, el western, el melodrama; todos formatos que según él fingen pasión, que han encorsetado una serie de clichés efectivos pero faltos de contenido real. Habría que decir que su modo de contar las cosas está en realidad más emparentado con la historia oral y el chisme que con cualquier otro formato artístico más sofisticado.

Campusano tiene oreja y ojo entrenados para registrar anécdotas, esas unidades narrativas básicas que dependen invariablemente de la peripecia para cautivar y que son la base sobre la que se desarrolla cualquier ambición narrativa. Anoche, en la premier en Rosario de El Perro Molina, comentó que con Cine Bruto, su productora, trabajan en una investigación audiovisual sobre la trata de personas en Argentina.

Recorrieron prostíbulos, hablaron con mujeres. Ponía el caso como ejemplo del método con que reúne los materiales para sus películas. Parafraseo: esas conversaciones fueron muy inspiradoras para mí, la cantidad de cosas que pasan es inabarcable, de todo lo que escuché y es digno de ser contado filmé menos del 5%.

EL PAISAJE DE CAMPUSANO

Un papel preponderante lo juegan las locaciones privilegiadas por Campusano para sus películas: barrios semi-pavimentados, zanjas, una mezcla de casas viejas con ranchos y paredes sin revocar, interiores húmedos, mal iluminados, rotondas de pasto crecido, colectoras, talleres mecánicos, fábricas abandonadas. El conurbano bonaerense. El tipo que ve un paisaje y sienta testimonio de él ya tiene algo. Si de ese paisaje saca voces y una manera particular de narrar, tiene más. Y si no necesita renegar en el camino de todo lo que no le es propio –el aprendizaje que significa Hollywood, por ejemplo, los ritmos narrativos propios del montaje cinematográfico tradicional–, más todavía.

"los actores tienen que hablar según su esencia se los demanda, no como yo consideraría que es oportuno en determinadas circunstancias, porque eso es muy limitado" (Campusano)

En este sentido, y aunque la lente de Campusano es originalmente documental –una casa como la de cualquiera pero no una casa que pretende ser como la de cualquiera–, no se trata tampoco de un documentalismo fetichista en donde las cosas están en el centro de la escena y el director se engolosina filmando las chopper adornadas con osamentas de animales muertos que abundan en su filmografía de un lado y del otro o se encapricha con los gallineros de los ranchos hasta estetizarlos. Le alcanza con algunas pinceladas que nunca ocupan el centro de la escena: el chasis de un Renault 12 oxidado al costado de la calle, un galgo flaco que mira la carne en la parrilla improvisada con chapas, los basurales que campean al fondo. En realidad, los escenarios mantienen una relación de determinación recíproca con los personajes: unos no podrían ser lo que son sin el otro y al revés.

Carlos Vuletich en El Perro Molina (2014)

De Campusano se puede decir que al mismo tiempo sabe y no sabe lo que hace. O sea, sabe lo que tiene que hacer para que la composición de sus películas no se agote en el solipsismo que implicaría depender de una sola mirada. Dice en una entrevista en internet: si vos conseguís todo un conjunto de humanos y de ámbitos –porque yo creo que las energías se instalan en los ámbitos– tenés toda una composición que no depende de uno en realidad, lo que hace uno es servir de canal, si se quiere.

Y en otro video extiende esta misma idea al dominio actoral, explicando su trabajo con no-actores: los actores tienen que hablar según su esencia se los demanda, no como yo consideraría que es oportuno en determinadas circunstancias, porque eso es muy limitado. A pesar de que yo conozco esos códigos y conozco esos estratos, es muy limitado lo que yo puedo aportar, porque mi visión también es limitada, porque soy humano. Entonces, bueno, filmemos con una visión mucho más amplia: la de la comunidad en sí.

 Por un lado los personajes no hablan mucho, no explican lo que les pasa y los hechos se desencadenan más porque sí que por la voluntad de cada individuo.

En definitiva, la estética de José Celestino Campusano no termina de encuadrarse dentro del realismo, pero tampoco dentro del documentalismo más narrativo. Se trata de un cine verista en donde la tarea fundamental del director sería manejar discrecionalmente los énfasis y garantizar la tensión narrativa de la trama general. Así lo dice él:

La imaginación o el intelecto en realidad no tienen mucho que ver con este tipo de films, eso es para otro tipo de géneros. Acá, manejate con la verdad. Y la verdad ya está constituida y es infinitamente valiosa y está delante de tus ojos. El tema es cómo desestructurarse uno para permitir que esa verdad entre por derecho a través del lente. Ahí está el trabajo sutil. Encima aun lograr que eso funcione y, más todavía, que funcione para la mayoría.

Por otra parte, los acontecimientos se dan sin una estricta solución de continuidad entre uno y otro. Por un lado los personajes no hablan mucho, no explican lo que les pasa y los hechos se desencadenan más porque sí que por la voluntad de cada individuo. Por el otro, las escenas de violencia no se explotan desde el ángulo del suspenso tradicional, donde se busca ganar en tensión, a la manera hollywoodense, pero tampoco se estetizan plásticamente y menos que menos se frivolizan intencionalmente. Si a eso le sumamos que por momentos las películas de Campusano, por momentos corales, avanzan narrativamente más por prepotencia que por desarrollo ordenado, tenemos como resultado un equilibrio extrañísimo entre peli de acción y documental sudaca donde nada pasa cuándo te lo esperás.

Florencia Bobadilla y María Vivas en El Perro Molina (2014)

Campusano irrumpió en el panorama del cine independiente argentino con una serie de películas que renegaban sanamente de aquella estética hegemónica que podría resumirse, con sus palabras, en un precepto: la menor cantidad de información en el mayor tiempo de toma posible. Con más presupuesto que los anteriores, El Perro Molina es un film que sube la apuesta: dos actores profesionales y una producción más prolija dan como resultado una película disfrutable tanto por cinéfilos como por legos. Y si bien los valores estéticos de Campusano permanecen intactos, cabe preguntarse una cosa: hasta dónde la efectividad de su obra no dependía de su primitivo método de trabajo. Para los que nunca vieron una de sus películas, El Perro Molina es la mejor puerta de entrada; los que ya lo conocían, tienen que verla para responder esta pregunta.

Vaya una mención especial para el diccionario personal de José Celestino. Para una primera comprobación alcanza con enumerar los títulos de sus ficciones Vil romance (2008), Vikingo (2009), Fango (2012), Fantasmas de la ruta (2013), El Perro Molina (2014), Placer y martirio (en producción, 2015). Pero al escucharlo hablar uno nota definitivamente la importancia que tienen para él los adjetivos, siempre grandilocuentes, las grandes palabras, los sentimientos. Eso, lo quera él o no, se nota en sus guiones, rompe con el código de verosimilitud al que estamos acostumbrados y, al principio, hace ruido. Una retórica excesiva que hace juego inmediatamente con la épica del metal pero que también podría salir de la boca de un Dárgelos suburbano, más croto y menos glam. A los diez minutos de película te acostumbrás. Campusano asegura –lo aseguró anoche en El Cairo– que en el conurbano bonaerense se habla así. Aunque el tono me encanta, no le creo. Por todo lo demás, cuando salís del cine la pantalla sigue ahí, en la parada del bondi: violenta pasión.

Por B.O

 

DÍAS Y HORARIOS

Jueves 26 - 20:30
Viernes 27 - 18:00
Sábado 28 - 18:00
Sábado 28 - 20:30
Domingo 1 - 20:30 

$30. Est/Jub. $25. Mirada Maestra $20. 

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