Leandro Artega escribe sobre seis películas recientes del cine argentino: Trenque Lauquen de Laura Citarella, Cuando acecha la maldad de Demián Rugna, Puan de María Alché y Benjamín Naishtat, Hace mucho que no duermo de Agustín Godoy, La calma de Mariano Cócolo y Adentro mío estoy bailando de Leandro Koch y Paloma Schachmann. Al final del comentario de cuatro de las peliculas dejamos el link para escuchar las columnas de cine realizadas en nuestro programa de radio La Canción del País.
TRENQUE LAUQUEN
Dirección: Laura Citarella, 2022
Con: Laura Paredes, Ezequiel Pierri, Rafael Spregelburd, Elisa Carricajo, Verónica Llinás.
Bien puede agregarse esta película a la lista irresistible de damas fantasmas que habitan el cine. De Hitchcock (La dama desaparece/Vértigo) a Siodmak (La dama fantasma), con Preminger (Laura) y Lang (La mujer del cuadro), la "dama fantasma" es un tópico magnético. En Trenque Lauquen también. Pero a diferencia de aquellos directores, aquí hay una directora. La sensibilidad es otra, la mirada cambia. La phantom lady de Laura Paredes es inasible y de voz propia, aun cuando todas y todos la digan y narren. Como film cinéfilo que es, pero de autonomía y autoría propias, ganó la simpatía de la mirada extranjera, que la sitúa en el podio de varias selecciones fílmicas recientes, como las de Cahiers de Cinéma y Sight and Sound.
Trenque Lauquen es un film que deriva de manera bella, conflictuada y libre, por senderos varios. Los géneros narrativos se relevan según el caso: thriller, buddy movie, drama epistolar (¿cómo no pensar en Carta a una desconocida, de Ophuls?), romance, sci-fi; todo puede ser, porque el cine a todo lo puede transformar. De su duración extensa (¿extensa?) se desprende la confianza en las imágenes, la fe en el cine. Vale decir, el mundo que construye Laura Citarella es un mundo que se quiere habitar.
Como no puede ser de otro modo, directora y actriz (co-guionistas) comparten nombre con el personaje, y éste no es otro más que el de la obra maestra de Otto Preminger. Demasiada hermosa coincidencia como para que “Laura” no sea ese nombre de territorio cinematográfico en el cual querer perderse. Ella, de hecho, no se sabe dónde está, sus huellas son seguidas por dos hombres -el prometido y el compañero amigovio del trabajo-, para que el resorte del recuerdo accione según quién lo refiera. Las historias de entrecruzan, abren sus abanicos, tejen un mapa de encuentros y desencuentros. Lo que se construye no sólo es un gran personaje, sino una de las mejores películas del último cine argentino. Que sea la realización de El Pampero Cine que más me gusta está implícito en la frase anterior.
CUANDO ACECHA LA MALDAD
Dirección: Demián Rugna, 2023
Con Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Luis Ziembrowski, Silvina Sabater, Federico Liss.
Con Aterrados, la película anterior del mismo director, Cuando acecha la maldad comparte ya un díptico. Así como en aquella, la locación oficia de un modo casi ambiguo, porque no deja de remitir a la escenografía de tanto (buen) terror visto, como el que sucede en alguno de esos suburbios norteamericanos que, para citar gran cine, vale situar en Halloween.
Pero aquí, aún más que en Aterrados, Demián Rugna pulsa teclas sensibles de la localía más visceral, con el mundo rural/urbano en fricción, un terrateniente desalmado, pobres que acarrean la maldición, peones obedientes, y un padre de familia que allí cuando cree ayudar esparce la maldad. De hecho, cada uno de los personajes ayuda a que el mal se disperse, a que la situación se vuelva más incontenible, cuando salen en ayuda de lo propio. Es decir, Cuando acecha la maldad teje lo suyo a través de cierta paradoja: la defensa del orden propio (familiar, social, de clase) allana el camino a la maldad y agudiza el conflicto.
Por otro lado, Rugna vuelve a detallar su obsesión con el mundo infantil (así como en Aterrados), y se atreve a algunas de las imágenes más escabrosas del último cine. No hace falta entrar en detalle, sino verlo en escena: la manera desde la cual lo resuelve es ejemplar, se trata de un narrador consumado, que sabe cómo construir situaciones terroríficas porque ha visto mucho cine pero, sobre todo, lo ha aprendido filmando. Los premios recibidos avalan el trayecto de Rugna aún más y lo sitúan en un lugar autoral dentro de un género que, por fin, ya cuenta con tradición (breve, pero continua) en el cine argentino.
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PUAN
Dirección: María Alché, Benjamín Naishtat, 2023
Con: Marcelo Subiotto, Leonardo Sbaraglia, Julieta Zylberberg, Mara Bestelli, Alejandra Flechner.
Puan tuvo razón. La distopía de su último acto, con la universidad pública en quiebra, ya no es un delirio. No se trata solo de la educación, sino de todo un sistema democrático quebradizo. La película de Maria Alché y Benjamín Naishtat ofrece todo un elenco con la sensibilidad y la urgencia a flor de piel, pero nadie mejor que ese gran actor que es Marcelo Subiotto. Pasos de comedia, momentos absurdos y un realismo cuasi documental, en la historia de la disputa entre dos profesores de filosofía política ante el cargo vacante de cátedra.
Ahora bien, lo que podría leerse como una mera competencia, será el ardid astuto del film. En este sentido, lo que se espera del enfrentamiento es su resolución, en el resultado que ofrecería la figura de un vencedor (y un perdedor). Justamente, Puan maneja estas cartas para reorientar la propuesta en otra dirección y hacer notar, al espectador, qué es lo que está esperando ver y por qué. Por esto mismo, su resolución es una discusión llevada al interior de las estructuras narrativas usuales y su ideología. La temática de la competencia, la superación y demás, es subvertida, trascendida, por una comprensión diferencial (sin necesidad de comparar poéticas, el cine de Eisenstein hacía lo mismo; como se ve en Lo viejo y lo nuevo).
En entrevistas, directora y director hablaron acerca de lo mucho que quieren a sus personajes. Allí hay una clave, una comprensión plural, que se ratifica en la diferencia. Por eso, también, el desenlace solidario, humano y social, que la película propone. En otro orden, Puan es la respuesta necesaria al cinismo que valida El estudiante, de Santiago Mitre. Prefiero Puan.
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HACE MUCHO QUE NO DUERMO
Dirección: Agustín Godoy, 2022
Con: Agustín Gagliardi, Agustina Rudi, Ailín Salas, Marcelo Pozzi, Mateo Pérez.
Con recursos visuales que remiten al cine cómico silente y diálogos en verso, Hace mucho que no duermo se prolonga tal vez demasiado. Es cierto. Lo que funciona durante su primer acto como un disfrute un tanto sorprendente, se naturaliza en la duración. De todos modos, tiene un encanto ganado por derecho propio; y se valida a sí misma en su tesitura: todos corren y mucho, persiguen una mochila misteriosa, y generan gags narrativos propios de un cartoon. Su protagonista, en este sentido, reúne caracteres evidentemente keatonianos: rostro imperturbable, no ríe, acepta lo que le sucede y actúa en consecuencia, y no está exento de cierta perspicacia.
Correr detrás de algo -en este caso, la mochila- bien puede ser análogo a tanto comportamiento rutinario del que nadie está exento. El film de Agustín Godoy toma la ciudad de Buenos Aires como un gran escenario, a la manera de un mapa a -literalmente- recorrer: como se decía, todos corren mucho; aceptado el asunto, éste es el modus operandi de los personajes, sean perseguidos o perseguidores.
Hay momentos muy disfrutables, como la reiteración del zoom in en la transición entre escena y escena durante la búsqueda del poseedor involuntario de la mochila. Ésta, a su vez, cumple la clásica función del McGuffin, la del resorte que hace avanzar la trama. Qué hay dentro de la ella poco importa, antes bien, lo que interesa es lo que suscita. A partir de allí, Godoy desarrolla su película y su manera de pensar el cine, con recursos que están a la mano de cualquier realizador y no son nada pretéritos: no solo sobresalen en la comedia muda del primer y genial cine, sino también en la poética lacónica (reverso de este mundo más alocado) de autores como Aki Kaurismäki o Martín Rejtman. Como sea, Hace mucho que no duermo es un buen soplo de aire fresco entre tanto cine previsible.
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LA CALMA
Dirección: Mariano Cócolo, 2022
Con Miguel Ángel Borra, Tania Casciani, Elsa Cortopassi.
El blanco y negro, cuidado, de textura acorde a la rugosidad de paredes añosas y de rancho, permite el retrato de un mundo rural, pobre, de explotación sufrida. En el vínculo entre la hija y su padre moribundo, se entreteje la maraña de las injusticias que los someten. Ella, estudiante de la ley, deja los estudios y trabajo y vuelve a su casita pobre a cuidar del padre, víctima de un ACV, pero poco podrá sin embargo, ante una tradición que es más fuerte, por aceptada: la del que más tiene. El cariño no es suficiente cuando hay una sujeción que viene de generaciones y se valida en el tiempo. ¿Cómo combatirla?
La realización de La calma, en este sentido, es una respuesta. Su protagonista estudia la ley y bucea en las maneras desde las cuales resistir. Si lo consigue o no, no es tan importante como la toma de consciencia que en la protagonista destella. Desde luego, habrá un accionar y un orgullo. Cuando el cine filma así -con actrices y actores sin renombre de marquesina (Tania Casciani es la gran actriz de la película y está mucho más allá de tanta marquesina estúpida)- el impacto es aún mayor, porque encarna en quienes miran. La calma despliega la injusticia que conoce y sucede en tierra mendocina, problemática que no es privativa de allí y que se extiende, como maraña, en el país (o en el cine mismo, porque ¿cuánto cine mendocino y de provincias vemos en salas?).
ADENTRO MÍO ESTOY BAILANDO
Dirección e intépretes: Leandro Koch, Paloma Schachmann, 2023
Son varias capas narrativas las que sabe hacer confluir este documental; hasta tal punto, que bien podría ponerse en duda -por momentos- al mismo género. Pero no se trata de un mockumentary sino de una búsqueda cabal de la música klesmer y sus raíces, desperdigadas por Europa del este. Para llegar allí, a ese lugar, a través de la indagación misma sobre este tipo de música, interviene la ficción.
De este modo, personajes y realizadores se funden en sí mismos: Leandro Koch y Paloma Schachmann hacen de sí, se conocen, siguen y recelan, y construyen una relación de ficción que seguramente o tal vez (no importa) guarde semejanza con sus propias historias. Así, recreación y registro puro intervienen y sin confundir: un romance, el amor de una abuela, el pasado, la historia judía, la segunda guerra, a la par del misterio que es, aún, la música klesmer: negada u olvidada por el pueblo judío, ante la conformación del estado israelí y una cultura oficial. Está música, todavía, pervive en el cantar de gitanos, en el recuerdo de algunos pocos, y parece pronta a desaparecer.
La película es preciosa, fue premiada como Mejor Película Argentina en el Festival de Mar del Plata y Mejor Ópera Prima en la Berlinale. Cuenta con un primer acto notable, porque sabe cómo articular sus recursos para, justamente, narrar. Allí se decide toda la puesta en escena, y es muy atractiva. Lo que sigue es el devenir del relato, no menos sorprendente cuando descubre personajes, situaciones, cantores populares, ya sea en Rumania, Moravia o Ucrania (allí estuvieron apenas unos meses antes de que estallara la guerra).
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