Por Leandro Artega
BLONDI
Dirección: Dolores Fonzi, 2023
Guion: Dolores Fonzi, Laura Paredes.
Con: Dolores Fonzi, Rita Cortese, Toto Rovito, Carla Peterson, Leonardo Sbaraglia.
Blondi puede verse en Prime Video y estará en Bafici Rosario a realizarce del 24 al 27 de agosto.
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Una ópera prima puede ser un momento de esplendor, donde todo late con brío y ganas de desplegarse en más películas. Algo así sucede con Blondi, primer largometraje de Dolores Fonzi, ahora directora además de guionista y actriz consumada. Desde ya, Blondi se sostiene por sí misma, su puesta en escena es tan sólida que no solo da cuenta de su valía sino también, aquí el asunto, de las ganas de ver más películas de la directora. También porque se nota que había algo que decir por parte de Fonzi, cuyo recorrido como actriz, notable, la hizo participar en variadas realizaciones, con cineastas como Luis Ortega, Fabián Bielinsky, Hernán Belón, Santiago Mitre.
Su salto a la dirección obedece, se estima, a una consumación discursiva así como al control –esa palabra, ese problema– de los recursos expresivos que hacen al medio audiovisual. Y el resultado es excelente. En Blondi, Fonzi guiona –con Laura Paredes–, actúa y dirige, el retrato cautivante de una madre joven y su hijo. Y lo hace con muchas aristas para dialogar o discutir. En principio, Blondi (Fonzi) fue madre a los 15 años; su hijo Mirko (Toto Rovito), ya adolescente, tiene planes sobre su futuro y estudios, pero a espaldas de la madre. Ahora bien, entre los dos los límites no están muy claros. Comparten lugares y actividades, bailan en los mismos recitales, participan de mismas fiestas, fuman y beben como si fueran, casi, amigos. Más aún, es ésta la palabra con la cual se designan mutuamente. Tanto es así que Blondi se enoja cuando su hijo le dice “mamá”.
El retrato de esta familia –algo que este grupo, lo quiera o no, es; junto a una “abuela” extraordinariamente interpretada por Rita Cortese– ofrece consideraciones bellas y lacerantes. Por un lado, la fraternidad fomentada por las mismas mujeres, no exenta de conflictos. En la casa de Blondi viven ella, su madre, su hijo. En otra casa vive Martina, su hermana (Carla Peterson), con su marido y familia. Y Martina baila en la fiesta de la casa de Blondi como parece ya no lo hace. No es raro. Las cosas en su propia casa no parecen estar bien. Tanto es así que huirá, en un acto que corrobora la inutilidad del marido (Leonardo Sbaraglia), quien por lo visto no soporta cuidar de sus hijos. En este sentido, la mirada sobre el mundo masculino es despiadada (aquí lo lacerante). No solo en relación a este marido y padre inservible, también desde la ausencia del padre de Mirko. De otra manera funciona la caracterización de Mirko, cuya orientación sexual no está corroborada y está claro que no hace falta, en un gesto que es una marca del guion. En este sentido, el personaje abre el abanico hacia otras masculinidades y provoca un gesto tan poético como político.
Blondi es sólida y ofrece un espacio gozoso a sus personajes. Seguramente, muchas cuestiones del guion habrán sido supeditadas al placer de la actuación, permitiendo a actrices y actores jugar con sus caracterizaciones. Fonzi es una gran actriz e indudablemente privilegió la dirección actoral desde necesidades que ella, por supuesto, conoce; pero si esto fue así, lo ha sido desde el marco de una concepción integral. Una película es una totalidad. Esto, y no otra cosa, es el cine.
CANCIÓN SOBRE CANCIÓN
Dirección: Fernando Arca, 2023.
Guion: Fernando Arca, Carlos Villalba.
Con: Liliana Herrero, Horacio González.
Suele programarla Canal Encuentro.
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Canción sobre Canción permite varias consideraciones. Por un lado, es la revisión que de su propio disco hace Liliana Herrero, editado en 2019 a partir de canciones de Fito Páez. El detenimiento en la escucha provoca el diálogo junto a su pareja, Horacio González: los dos, en la intimidad del living, conversan sobre la poesía de esas letras, que Herrero hizo comulgar con su propia poética. Pero también es la rememoración de muchas otras cuestiones, vivenciales y afectivas, habida cuenta del vínculo de muchos años entre Herrero y Páez (aquí no puede soslayarse esa otra relación de música y afecto, tan parecida, como la mantenida entre Mercedes Sosa y Charly García).
Cómodos y sin embargo observados por la cámara de Fernando Arca, también hay una confianza ganada: en La música anterior (2015), Arca ya había logrado una intimidad estética con Herrero y en compañía de Juan Falú. Pero aquí hay otros tiempos para el relato, a partir de las palabras que despierta la lírica de Páez, como lo supone ese “atisbo” que una de las canciones le provoca a González y que él quiere llegar a descifrar: ¿tengo tiempo?, pregunta. Claro que sí. Hacia esas palabras que esperan ser dichas se dirige su sapiencia, y en ellas –como en las de Herrero– resuenan de otro modo lo oído tantas veces, desde miradas familiares y sin embargo diferentes.
El resultado es exquisito y hermoso. Sea por lo que suscitan las letras del músico, en quien conviven, entre otros pesos nada livianos, las estampas de Luis Alberto Spinetta y Charly García –algo destacado por Herrero–; pero también por el retrato luminoso que de la pareja Herrero-González el film logra. Es inevitable pensar en que se trata, misterio mediante –y para esto está el cine–, de uno de los últimos registros en vida del filósofo y docente, fallecido en 2021. Allí hay algo hasta testamentario, así como un homenaje sentido a este maestro del pensamiento.
STAN LEE
Dirección: David Gelb, 2023.
Disponible en Disney+
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Que Stan Lee (1922-2018) ha sido uno de los grandes nombres de la historieta norteamericana, no hay duda. Se lo acuse, admire, cuestione o lo que sea, cualquiera de las aristas aumenta su brillo. Pocos lograron algo semejante. Lo dicho viene a cuento, inevitable, sobre el correveidile que se armó tras el estreno reciente de este más bien pobre –por correcto y poco más– documental sobre el guionista, editor, y factótum de Marvel. El lío vino (en verdad, viene de hace tiempo) con las palabras del hijo del dibujante Jack Kirby (1917-1994) –Neil–, quien puso en duda la creación de varios de los personajes que el documental, de alguna manera, sitúa de forma preferencial en la pluma de Lee. Algo de esto es cierto, pero la historia es más compleja y el documental en cuestión, en todo caso, no hace más que dar continuidad al mito Stan Lee, cuyo lustre es el que aporta interés a una película que, de suyo propio, poco tiene para ofrecer.
El trabajo del director David Gelb –cuyo oficio remite a cosas similares, como otro “documental” dedicado a una de las peores series Star Wars: Obi-Wan Kenobi– no pasa de ser un ejercicio escolar, un repaso biográfico que además de ser fácilmente consultable en otras fuentes, ofrece una cronología tan previsible como insoportable. De esta manera, la vida de Stan Lee es recorrida con capítulos fáciles y legibles. Por supuesto, hay datos curiosos que invitan a la indagación: la infancia de Lee, los años ’30 y la Gran Depresión, el padre siempre sin trabajo, la soledad y la lectura compulsiva –de todo lo que pasara por sus manos, además de los radioteatros–, son todos aspectos que delinean al personaje y su época, sintetizados en muñequitos y decorados que recrean lo ofrecido por las palabras del propio escritor.
Justamente, Stan Lee, el documental, encuentra su guía en las entrevistas y grabaciones del material de archivo, por medio de las cuales la voz de Lee (se) narra. En este relato de sí mismo y de acuerdo con el mito norteamericano, reluce la construcción del típico self-made man. El contexto desfavorable, la preocupación por un empleo estable –que inevitablemente varía–, la conexión entre las ganas de escribir y los cómics, la atención a las modas del momento, hacen de Lee la persona que es: perspicaz y gracias a su empecinamiento tocado por una varita. Como la del amor a primera vista. Hasta eso. La más linda lo mira, él a ella, y así juntos para siempre. Todo esto, claro, no es más que cáscara. Y el documental la adhiere con más pegamento del que ya tiene.
Lo que en todo caso se espera tenga una atención mejor sea lo relativo a los cómics Marvel, el estallido de los nuevos superhéroes y los pleitos. El abordaje no es más que el correcto y esperable, con Lee señalándose –si bien nombrando dibujantes– como el factótum de toda una galería colorida de héroes y villanos. Acá es donde el hijo de Kirby se enfurece. Y tiene razón. Nada hubiese sido de Stan Lee sin el genio gráfico y narrador de Jack Kirby. El big bang supuesto por el número 1 de Fantastic Four en 1961 –obra de Lee y Kirby– desencadenó lo imprevisto. Los superhéroes volvían a la carga: adolescentes en conflicto (Spiderman, X-Men), familias de pleito constante (Los 4 Fantásticos), monstruos incomprendidos (Hulk), patriotas revividos y melancólicos (Captain America), empresarios de armas tomar (Ironman), dioses nórdicos (Thor), aparecieron como una nueva manera de pensar el concepto que había nacido con Superman en 1938. El boom fue total y provocó admiración: Federico Fellini quería conocer a Stan Lee y Alain Resnais casi filma un guion suyo (pero nada de esto figura en el documental).
En alguno de sus libros, el estudioso Javier Coma señalaba el carácter “oportunista” de Stan Lee, al momento de referirse a la creación de personajes como Black Panther, el primer superhéroe negro, aparecido en las páginas de Fantastic Four en 1966. También es cierto que Lee estuvo siempre atento al contexto y lo que éste podría demandar. Como sea, el primer superhéroe negro lo creó él. Mejor dicho, lo crearon él y Kirby. Ahí el dilema. Sobre éste, al menos se rescata un audio de relieve, en donde Lee cimenta la razón de ser el creador de estos personajes por ser el responsable de la “idea”. En fin, no hay idea que valga si no se traduce, en este caso en la página. Más allá de lo mucho que en el documental falta, interesa el momento donde nace el “método Marvel”, surgido de una cantidad de trabajo cada vez mayor y de la pericia con la que Lee y artistas resolvían lo suyo: el esbozo argumental (sin diálogos ni indicaciones) invitaba a los dibujantes a realizar las páginas, luego intervenidas con los textos. ¿Stan Lee un gran escritor? Sí. Y Jack Kirby el mejor dibujante. Uno para el otro, y ninguno como ellos.
LA VIDA A OSCURAS
Dirección y guion: Enrique Bellande, 2023
Con Fernando Martín Peña.
La película podrá verse en Bafici Rosario a realizarce del 24 al 27 de agosto.
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Toda persona que ame el cine, algo de le debe a Fernando Martín Peña. Es una deuda de gratitud, por su tarea infatigable, traducida en investigaciones, libros, rescates, revistas, artículos, descubrimientos, proyecciones y preservación. Militante incansable por una Cinemateca -algo que el estado continúa postergando, sin una voluntad política en el horizonte que cambie el panorama-, Peña es sinónimo de legado en celuloide: acumula en su casa cantidades extraordinarias de material en fílmico que comparte de manera ritual, en ciclos y programaciones.
El documental de Enrique Bellande (Ciudad de María, Camisea) sitúa a Fernando Martín Peña como protagonista excluyente, y en todo sentido. En él se enhebran muchas posibilidades, todas hilvanadas: el rescate de películas, las proyecciones, cargar con las latas, “olerlas” todas las mañanas (si el olfato denota acento a vinagre, hay que airear la copia), visionarlas, catalogarlas, almacenarlas, rastrearlas. Y así. Años, además, entre las elipsis del montaje que propone Bellande. Lo que señala una vida dedicada por entero a esta tarea. Se trata, en síntesis, de una labor que alguien tiene que hacer, tal como se escucha decir. El estado, sencillamente, no la cumple; y tamaña responsabilidad es la que carga sobre sus hombros Peña.
En este sentido, la película parece practicar una atención distintiva sobre el cuerpo de Peña, en su tesón y persistencia, porque éste recibe el impacto: sube y baja escaleras con latas y latas, sube y baja de taxis y fletes con latas y latas, vive rodeado de ellas. En esto le va la vida. ¿Habrá relevo? El realizador, Enrique Bellande estuvo en Rosario durante una de las proyecciones en El Cairo Cine Público, y tuve la oportunidad de dialogar con él. Me dijo esto:
“Él se hace cargo de lo que no se hace cargo el país. Hay una misión que es más grande que él. Coleccionaba como un excéntrico o fan, pero esa deriva lo llevó a estar juntando lo que todo el mundo está tirando. Eso había que contarlo, y es desmesurado. De hecho, hay algo para mí muy triste, hacia el final, cuando dice que al morir su colección será donada al estado. Creo que es trágico cómo lo dice, para mí quiere decir que está tan resignado a la existencia de una cinemateca en la Argentina, que lo que imagina como única posibilidad es que al morirse el estado tenga que lidiar con todo este material. Pero todo esto fue moldeándose a medida que avanzaba la película. Así como el cierre de Cinecolor, al que pudimos filmar y del que me enteré, literalmente, el día anterior. Fue extraño y poderoso. Son cuestiones que terminaron dando una mini-forma narrativa. Pero lo que yo quería era filmar lo que él hacía, como ese ciclo que tenía en la ENERC, que fue fabuloso. Dos o tres años en un lugar muy mágico, con Fernando haciendo funciones los viernes, los sábados, y tres los domingos, con temas como ‘espías’, ‘correos’, ‘trenes’, ‘Stalin’, ‘Film Noir’, etc. Yo trataba de ir a todas. Era como salir del mundo en un cohete espacial, con Fernando comandando la nave cada semana”.