Por Rafael Platner
Después de haber presenciado las miserias de la guerra civil española –mujeres y niños esperando en los refugios, carestía en los almacenes, fusilamientos furtivos en las sierras, una mujer colgada en Barcelona, banqueros resguardando el capital, violaciones sobre el pasto en las campiñas, una bomba cayendo sobre civiles y un árbol que se quiebra con la explosión–, Gustavo Cochet (1894-1979) volvió con su familia a la Argentina y terminó por radicarse en Funes que para el año 1947 era una comuna apacible separada de Rosario por una franja de campo.
Cuando la familia Cochet construyó su casa en las afueras del pueblo, en zona rural, orientó la edificación de manera que el gran ventanal del taller apunte al sur para que la luz del sol alto de verano y del sol rasante de invierno entre plena. Cada metro cuadrado de ese ventanal iluminado equivale al brillo de cien mil velas: un gran chorro de luz blanca y continua bajo los techos de madera a dos aguas.
Cochet trabajaba en su taller con sus gubias, pinceles, ácidos, pinturas y telas, con una rutina laboral estricta como cualquier carpintero, zapatero o artesano. Su ética de trabajo era parte de sus ideales libertarios: el obrero tiene que vivir del oficio que elige. Esos mismos ideales lo habían llevado en el año 1936 a cerrar las puertas de su taller en Barcelona y dejar en suspenso sus obras, para empuñar armas de fuego y hacerle frente a las fuerzas militares en avanzada al mando de Francisco Franco: «¿En qué podían servirles mis pinturas al pueblo en armas en su magna lucha? En nada absolutamente. Me consideré entonces un miliciano más», escribió en su libro Diario de un pintor. De regreso en Argentina –después de su paso por la ciudad de Santa Fe y dar clases en la escuelas de Artes Plásticas de esa localidad– encontró en Funes la vida tranquila y reposada, sin grandes problemas, para dedicarse exclusivamente a trabajar en sus óleos y grabados.
En su casa-taller recibía la visita de amigos que llegaban desde Rosario en el tren que seguía rumbo a Cañada de Gómez. Mantenían largas charlas sobre política y arte. Por la noche los visitantes compartían la cena con Francisca –la mujer de Gustavo– y su hijo Fernando, y muchas veces se quedaban a dormir en la camita del entrepiso, para tomar al día siguiente el tren que volvía de Cañada. Algunas de esas amistades estaban desperdigadas por el territorio de la provincia como el poeta José Pedroni de Esperanza –que le dedicó un poema–, o el escritor Carlos Carlino coterráneo de Cochet, del pueblo Maciel, que escribió el libro «Poemas con labradores» (reproducciónes en portada), acompañado por xilografías del pintor.
Después de la muerte de Gustavo Cochet en 1979, la familia decidió conservar el taller con sus obras, sus libros, herramientas y una infinidad de cuadros obsequiados por artistas de la región. En el año 2007 se concretó la idea de abrirlo al público como museo. Su nieta Silvia Cochet es la directora y guía. Con naturalidad explica a los visitantes y grupos de escuela, sin develar su identidad, las técnicas de grabado –el aguafuerte y la xilografía–, la historia de cada óleo y los detalles biográficos de su abuelo que conoce al dedillo. El Museo Taller Gustavo Cochet es una maravilla camuflada entre las casas de fines de semana de Funes. Desde la calle, mirando entre la fronda de las plantas, no puede deducirse la función de ese gran ventanal expuesto a los vientos del sur.
Silvia convocó a las curadoras Cinthia Blaconá y Sabina Florio para montar una muestra como festejo por los diez años de apertura del museo. La llamaron Señales para Gustavo. Cochet Inédito, y está estructurada por tres ejes que dan cuenta de las ideas y acciones del artista y su obra. Las curadoras, que hace diez años trabajan juntas “pensando las dinámicas culturales en otras claves” pasaron por nuestro programa de radio La Canción del país. “Hay un dispositivo que es la proposición de muestras y curadurías que nos posibilita poner en escena otras dinámicas que tal vez en la historiografía más canónica están invisibilidades”, dice Florio.
El primer eje de la muestra comienza con los dibujos de una fábula encontrada, las publicaciones de Cochet “El grabado, historia y técnica”, “Diario de un pintor” y “Entre el llano y la sierra”. El segundo eje, que ya había sido abordado por Florio y Blaconá en su curaduría “Pensar la región”, atiende a partir de “La pluma y el pincel” la relación del artista con escritores y escritoras del litoral, como la que mantuvo con Carlos Carlino y su obra “Poemas con labradores”, que contiene grabados de Cochet y fue premiada en la década del 40 en Rosario. “Allí la imagen no está supeditada a la palabra sino que imagen y palabra abren mundos para pensar. Ahí se nota justamente las conversaciones que tenían, el modo en que miraban la tierra, en que miraban al otro”, dice Florio. El tercer y último eje estudia el linaje francés de Cochet y las ilustraciones y grabados que hizo para libros de ese país.
“Cuando Silvia nos muestra el material que tenía nos quedamos impresionadas”, cuenta Cynthia Blaconá. “Al dorso de un libro próximo a publicar figuraba el nombre “Un sueño original. Historias de animales que hablan”, con una cantidad enorme de pequeños bocetos e ilustraciones de animales. Eran dibujos de una fábula. La fábula es una escritura en prosa de carácter didáctico y que siempre deja una enseñanza al final. Tiene una dimensión ética importante. Y esto es clave para pensar la posición anarquista de Gustavo Cochet, que a través de esas imágenes revela situaciones sociales y políticas. Justamente la fábula trabaja con animales u objetos inanimados pero con características humanas como la envidia, la codicia, etc”.
Cochet, qué tomó las armas en defensa a la Republica Española, también “pensaba el escenario cultural como campo de lucha”. Cuando en su estadía española participó de la Federación Anarquista Ibérica en plena Guerra Civil Española se autodefinía en “una especie de retaguardia cultural” mientras iba salvando obras de arte que la guerra destruiría a su paso. En la colección de aguafuertes Caprichos describió el horror de esa experiencia.
“Sus compañeros iconoclastas querían destruir las obras pero él los convencía de que si bien los artistas eran burgueses, las obras pertenecían al pueblo”, cuenta Florio. “Cultivaba la idea de política cultural de casa del pueblo. Él decía que esos bienes simbólicos y suntuarios que la burguesía se había apropiado por prepotencia de dinero había que recuperarlos para el pueblo. Cochet pensaba en abrir casas del pueblo, y que los artistas vendan obras buenas y baratas. Ese dispositivo va acompañado de una historia que él va publicando”. La mayoría de las obras rescatadas son la base para la colección posterior del Museo Nacional de Cataluña. En 1939 Cochet se exilia en Francia donde queda confinado y luego lo deportan a la Argentina. “Lo que lo salva de quedar en un campo de concentración es ser Argentino”, dice Blaconá.
Visitas. La muestra permanece abierta los días domingos para el público en general. En la semana se pueden solicitar visitas guidas para escuelas al mail: museocochet@hotmail.com o por su Facebook: Museo Gustavo Cochet.