Por Julia Enriquez
Estoy sentada en un sillón en la vereda, rodeada de amigxs, charlando de arte y otras yerbas. Estoy bailando en una pista apretujadísima, la oscuridad y el calor reinan, si bien afuera empieza a clarear. Estoy perdida en la suave superficie oleosa de un lienzo gigante, zambullida en esa frondosidad. Estoy pasmada ante una perfo delirante, o encandilada con la voz de una cantante. Todas estas situaciones inspiradoras las viví en el oasis suburbano que es Galería Jamaica. La dirige y propulsa Federico Cantini, artista y gestor nacido en Rosario en 1991 (es importante retener estas coordenadas vitales porque Federico se piensa en clave generacional, intergeneracional, local y regional). Alguna vez Beatriz Vignoli la definió como una galería de arte cuya principal preocupación no es vender, sino habilitar espacios a la expresión artística de vanguardia calificada.
Jamaica se ubica en Francia 222, Rosario. Es el tercer domicilio o sede que tiene el proyecto. Surgió a fines de 2018 y desde entonces se han realizado más de 40 muestras. También hubo lecturas de poesía, clínica de obra, presentaciones de libros, choripaneadas en la vereda, fiestas legendarias. Cada cual tendrá sus perlitas memorables.
Ayelén Beker cantando entre las sirenas sedosas y paredes embarradas de Manuel Brandazza. Un grupo de poetas activando con vino la fuente de cerámica realizada por la artista mendocina Victoria Díaz en el cierre de muestra de la coterránea Jimena Losada Lacerna. Los barcos sobre aguas turbulentas pintados por Alejandro Rossetti directamente sobre la pared picada hasta el revoque. Las muestras en simultáneo de Cristian Osuna y Nazareno Marengo componiendo un elogio al barrio y al trabajo, como un nuevo arte obrero. Las esculturas en madera de Orlando Belloni, macizas pero etéreas por su espiritualidad, dialogando con las exuberantes obras de Laura Códega y Florencia Bohtlingk. Se podría seguir rememorando.
Actualmente está en exhibición el Salón Nacional Jamaica Posible, en su tercera edición, una muestra colectiva que reúne obras de artistas o colectivos sub-35 de todo el país. El Salón cierra el próximo jueves 1 de mayo al mediodía, con guiso y sorpresas.
Ana Wandzik escribió un texto precioso (me atrevo a citarlo extensamente y recomiendo leerlo completo en el número 6 de la revista Segunda Época) en referencia al primer Salón Nacional Jamaica Posible en diciembre de 2020, con la pandemia a cuestas, y en paralelo a la suspensión del Salón Nacional de Rosario, que se realiza en el Castagnino+macro. Hace rato que tantos de nuestrxs jóvenes artistas huyen con sano juicio a cobijarse en la Capital detrás de programas de profesionalización que amplíen posibilidades. En tanto Rosario, no fulminada por completo, parece más bien terreno de momento aceptable para veteranxs, outsiders y exiliadxs.
Ese es el diagnóstico que efectúa Ana en aquel entonces, a comienzos de 2021, y no sé ustedes pero yo lo siento bastante vigente. Continúa con una imagen tan sintética como irreemplazable: Siempre me dio gracia el nombre que tiene un disco de los Rolling bien de los 70, llamado ‘Exile on Main Street’, me resultaba simpática e imposible la idea de ir justo a exiliarse a la calle principal, como aparentemente absurdo, como supuestamente antiestratégico. Y digo ¿no es esto acaso lo que hace Cantini, exiliado primero de Rosario, exiliado luego de Buenos Aires, repatriado finalmente, propiciando el único Salón de esta ciudad que a pesar de todos sus males sigue chapeando como uno de los “centros” artísticos del país? ¿Cerrando el Salón el 13 de marzo [de 2021] con una rave?
El problema de vivir del arte, pero recargado: el problema de vivir del arte en Rosario. O los desafíos para sostener un espacio cultural independiente. Federico Cantini ha atravesado estas odiseas con mucha astucia y fuerza de trabajo. Lo entrevisté para que comentara los orígenes y devenires de la galería, las motivaciones y complicaciones, las convicciones e incertidumbres. Después de una larga charla, apagué el grabador pero la conversación continuó un rato más. Fue en esa deriva que Fede terminó diciendo: Yo no le pido al arte que me haga feliz. Yo le pido mejores problemas. Otra síntesis irreemplazable que describe la naturaleza de su proyecto.
¿Cómo y por qué te dieron ganas de armar Jamaica?
Nunca lo decidí. Fue cuando volví a Rosario, que tampoco lo decidí nunca. Estaba volviendo de México, antes había estado viviendo en Buenos Aires. Me fui quedando, y sigo acá. En esa consigo una casa, vivía con dos pibes más, de otro palo nada que ver, y tenían un living gigante, que tenía una mesa de ping pong, nada más. Y yo dije: bueno, pagamos el alquiler entre los tres, ustedes tienen la mesa de ping pong en la sala más grande, yo quiero hacer una muestra. ¿Por qué? Porque extrañaba las muestras. En esa casa hicimos la de Ulises Mazzucca [octubre 2018] que quedó muy linda. Yo tenía proyectos de gestión en México, también venía de UV [en la ciudad de Buenos Aires]. Entonces ya tenía ese accionar casi inconsciente, de estar generando algo. Tenía que poner un nombre y conocí al perrito de un amigo, se llamaba Jamaica, le puse Jamaica, y arrancó. Jamaica ATR Gallery... ¿por qué? No sé, por chistoso.
Ya en ese juego de palabras hay un posicionamiento.
Si querés: crítica institucional. Es un lugar que un poco me interesa también, que me nace. Una crítica con humor. El tema del galerismo no es algo que me interese, no me interesa ser galerista. Entonces, cómo correrme un poco de ahí ya desde el nombre. ATR, si bien es un juego de letras con ART, también tiene que ver con lo que es Jamaica, bastante a todo ritmo.
¿Cómo percibías a Rosario en ese entonces, a fines de 2018? ¿Con qué necesidades y posibilidades?
Vine a una ciudad que mucho no conocía porque me fui a Buenos Aires a los 20 años, medio que me formé afuera. Era más una intención de acercarme a la gente, dando lo que yo tenía, que es amigos talentosos, y generar ese intercambio. No tenía una idea clara. Me puse a hacer. No me di cuenta y de repente tenía una muestra. Después me fui de esa casa y busqué otra. La condición era que tuviera un espacio de exposición, piso de madera, techo alto. Lo que me motiva es mi deseo de escuchar a artistas, de trabajar con artistas, de ver muestras. La mayoría de las muestras que hago es porque las quiero ver. Hay una intención noble, pero también reconozco una intención egoísta de: a mí me gusta esto, quiero ver esto.
Igual eso no sería un capricho, sino cristalizar un criterio. ¿Cómo armás la grilla o el cronograma de muestras?
El cronograma siempre lo voy pensando con bastante tiempo, entre tres meses y un año de anticipación. Cuando volví a Rosario, vi que los artistas de mi edad estaban medio dispersos, no había galerías jóvenes. Me interesaba el intercambio: traer de afuera artistas que tenían una obra más consolidada, y mecharlo con artistas locales que se dedicaban al arte más los domingos. Esa cosa del arte dominguero, ¿se entiende?
Pero ese “dominguerismo rosarino”, ¿no tiene que ver con que tampoco hay una estructura para que unx se dedique de lleno al arte?
Sí, pero también tiene que ver con una cosa hater inconducente, de tipo “mmm no, Buenos Aires no”, esa cosa anti Buenos Aires. Aguante Buenos Aires, de la misma forma que Aguante Rosario. Y Buenos Aires está hecho de gente de todo el país. Y también en esta crítica institucional, traer artistas tops, hacer muestras que siento que tendrían que estar haciendo los museos, como Mariela Scafati, esa es una muestra que debería haber hecho el MACRO. Y me interesa que la galería sea un lugar divertido, un lugar donde estás cómodo, donde se baila, donde no se juzga, y donde se aprende sin querer. Jamaica es muy conocido por sus fiestas también, y no me parece menos importante.
Las fiestas son míticas, las proponés como una parte central de la experiencia.
Sí... Le vendés una fiesta a alguien y cuando llega ve una muestra. ¡Ja, tomá, viste una muestra! Así creo que mucha gente se animó al arte. Y también mostrar que el arte es un lugar divertido, de ideas copadas, de amigos. Las charlas en el patio, las charlas en la pista... La gente de afuera que viene a mostrar a Rosario queda encantada. Es mostrar el mundo del arte como algo amigo, algo cercano, algo cómplice, algo posible.
En la fiesta y en la vereda se charla y, como vos decís, aprendés cosas sin querer. ¿Con quiénes te fuiste vinculando gracias a Jamaica?
Cuando volví a Rosario, no conocía mucha gente de acá. Conocía a Maxi Masuelli y Ana Wandzik de Ivan Rosado, Manu Brandazza, Vir Negri. Ellos fueron mis primeras cercanías a la gente que estaba en el circuito. Pero cuando conozco a alguien que no conoce nada de lo que yo le hablo, me baja a tierra. Me doy cuenta de lo absurdo que es en realidad todo eso que para mí es el mundo entero. Después conocí a muchísima gente. Por ejemplo, Luchi Ciarrocca había sido la primera drag que yo había visto, nos hicimos muy amigos. En paralelo se estaba formando el movimiento kiki, del ball room, y ahí hubo una sinergia muy fuerte, muy linda. Fuimos a uno de los primeros kikis que hicieron en la Plaza Sarmiento, terminó y yo dije: vamos de after a mi casa. Y eso no paró más. Ahí conocí un montón de gente increíble: las Ferocity, las Kaos, las Mostricia.
¿Qué sentís que le falta a Rosario para que lxs artistas puedan dedicarse más al arte?
No hay mercado. Y esta cosa anti Buenos Aires, que yo sentía que hubo quizás en otra generación, eso también me parece un obstáculo, porque las oportunidades hay que ir a buscarlas. Por un lado está la profesionalización y por otro la sustentabilidad. Profesionalización me parece que es: llegado un momento, son exigencias nuevas, responsabilidades. Pero antes que eso, está la sustentabilidad: poder seguir haciendo.
Pero tu apuesta es re localista. Por algo estás haciendo una galería de arte en Rosario. ¿Es algo de ser estratégico con qué vas a buscar allá?
No soy unitario tampoco, pero yo puedo estar haciendo ahora esta galería acá porque hago los dibujitos acá y los vendo en Buenos Aires. Buenos Aires es un lugar que está re bueno para ir a aprender, para encontrar una salida laboral, porque hay un mercado. En Rosario no hay mercado laboral, no hay coleccionistas, no hay laburo de asistente casi. Yo aprendí un montón laburando de asistente, me permitió estar en contacto constante con el arte.
Claro, en Rosario no existe ese mega ecosistema del arte.
No quiero caer en una teoría del derrame, quiero pensarlo bien... Pero también el mercado del arte está ahí y hay que aprovecharlo, hay que tomarlo. Desalambrar. No quedarse tímido acá. Empezá dándolo todo vos, y después el mercado viene. No es decir “vamos a hacer para vender”. En Jamaica no vendemos casi nada. Pero el crecimiento empieza por uno.
¿De qué forma trabajás con lxs artistas que invitás?
Lo que tengo para ofrecer a los artistas son mis habilidades técnicas de montaje. Yo les ofrezco: hacemos el montaje a todo culo, hacé la muestra que quisieras hacer, que no podrías hacer en otro lado, vamos a hacerla acá, hagamos un muestrón. Los montajes los arranqué haciendo yo, junto a algunos amigos que me ayudaban. Trabajé con Nazareno Marengo varios años. En un momento era mostrar hasta en mi pieza. En 2021, después de la pandemia, que me habían quedado todas las ganas, hacíamos una muestra al mes, y terminé un poco loco. Siento que en ese momento hubo una urgencia. Ahora hago las muestras cada dos meses y medio.
El proyecto arrancó a fines de 2018, tuvo un 2019 muy activo, y después llegó la pandemia. ¿Cómo sobrellevaste ese período?
Quedé en la ruina total, muy desamparado, como todes los que nos dedicamos a esto. Y ahí me dan una beca extraordinaria de la Colección Oxenford, era como una ayuda para artistas. Yo venía arañando el IFE, y ahí sentí que el arte me estaba tirando una buena onda. En la aplicación que hice para la beca no puse lo del Salón, puse que tenía que pagar el alquiler y otras cosas, pero cuando la gané dije: voy a hacer el Salón.
Me hacés acordar a Federico Peralta Ramos que ganó la Beca Guggenheim e hizo un banquete para todos sus amigos.
Me habían tirado un salvavidas, y fue como: ah, Jamaica es posible. Y ahí viene el Salón Nacional Jamaica Posible.
El primer Salón fue entonces en diciembre de 2020. ¿Cómo pensaste la convocatoria? Es un recorte sub-35, ¿por qué?
El sub-35 es una decisión arbitraria. Cuando hice el primer Salón, yo tenía 30. Me quería enfocar en dar una onda a los pibes que están diciendo “quiero ser artista pero de esto nunca voy a agarrar un peso, entonces me pongo a laburar de otra cosa”. Por eso me interesa trabajar con los jóvenes, con carreras incipientes, con esa gente... antes de dejar la idea de producir. Creo que hay muchos talentos que se pierden en el camino.
Es una convocatoria valiosa no sólo para lxs seleccionadxs o ganadores, sino para aquellxs que quizás se animan a aplicar a algo por primera vez. ¿Qué querés aportar mediante el Salón?
La sustentabilidad. Que uno pueda seguir haciendo. Y lo que te hace sustentable quizás no es del todo la plata, sino como: dale que se puede, hagamos que el otro va a venir. Como un gesto de: sí, sigamos, apostemos. Lo que aporto no es plata, es fe en el otro. Hay muchas veces que uno dice “esto que estoy haciendo acá no se puede, no sale...” y por ahí si le decís a alguien “che, estás haciendo las cosas bien, seguí haciendolás” en un mundo tan hostil, eso te hace seguir haciendo. Eso: acercando la posibilidad de hacer. Y la profesionalización también la pienso desde el tomarse el trabajo en serio. Entre tus amigos, decir: che, hagamos tu primera muestra individual, y trabajamos todos para tu muestra. Si estás esperando que te inviten a hacer tu primera muestra individual, capaz que no pasa nunca. Pero si entre tus amigos dicen ¿hacemos tu primera muestra en el living de casa?, ahí ya tenés una base que es re fuerte.
En los jurados que han participado en el Salón se arma cierta genealogía de referentes, como Adrián Villar Rojas, Mariana Telleria, Virginia Negri, Claudia del Río, Alejandro Ros, por mencionar algunxs.
Busco los jurados más top que se pueda, y distintos entre sí. Gente que se copa con el proyecto. Me interesa que sea de primer nivel. Así como me interesa que los montajes sean darlo todo, quiero un jurado que lo dé todo también. Que tu carpeta la vea Villar Rojas, cuando tenés 20 años, está re bueno. Y todos los jurados lo hicieron ad honorem, entendiendo lo que era el proyecto, y aportando un montón. Gracias, jurados. En todos los premios hubo aportes monetarios de amigxs, otros los puse yo.
Pensando en la sustentabilidad, ¿cómo se sostiene Jamaica?
El proyecto va a pérdida. Lo sostengo con la venta de mi obra. Tengo esa boludez de querer cambiar el mundo también. Es en lo que creo. Obvio que dos veces a la semana digo ¿qué estoy haciendo? ¿quién me pidió esto? ¿por qué no me hago un living en vez de una galería? Mi taller es la mitad del tamaño de una de las salas de Jamaica. Tuve la suerte de poder trabajar de esto, de vivir de esto, y poder ayudar... No sé, no hay una explicación lógica. Ese intercambio engrosa mi obra, me engrosa como persona. Doy lo que tengo para dar, pero después recibo. Lo que recibí con Jamaica no tiene precio.
Hace un par de años que la galería participa en la feria arteba. ¿Por qué te interesa mantener esa participación?
El año pasado en arteba nos fue muy bien. Ahí trabajamos con Magdalena Testoni, que tiene mucha experiencia de gestión, hicimos un buen equipo. Y el staff de artistas que teníamos funcionó muy bien: Clara Miño, Juan Valenti, Lulo Demarco y Mariano Ullua. A mí me interesa acompañarlos en su producción, y después cuando la obra empieza a tener otras exigencias, celebro que podamos encontrar una continuidad con galerías más profesionales en eso. Si me quiero poner a vender obra, no podría hacer las muestras que hago. Hay cosas que no quiero ceder.
Claro, si el propósito sólo es vender...
Anulás un montón de posibilidades. Y aparte en Rosario no tiene sentido, o no me han llegado los coleccionistas. O sea, desde una lógica comercial de galería, el Salón no se explica. Hay momentos en los que digo ¿hasta cuándo me puedo hacer el Fundación Fede Cantini? No es que me sobra. Y además pongo todo el cuerpo. Si vas temprano a una inauguración, me ves a mí pasando un trapo.
Es una entrega vital.
Igual tampoco me victimizo porque digo: hermano, nadie te lo pidió. Pero sigo creyendo igual, y me hace muy bien. Cuando estoy de buen humor, me comprometo a cosas que cuando estoy de mal humor me sacan de la cama. Eso me emociona mucho. Y conocí gente hermosísima, que me ha salvado en momentos horrendos.
¿Con qué otros espacios de la ciudad te has vinculado?
Ivan Rosado fue muy importante para mí. También fui testigo de la formación de El Club. Las casas de las chicas del ballroom, que si bien no son espacios físicos, son familias en donde hay una movida enorme. Me gustaría poder estar más presente en proyectos jóvenes que van surgiendo, como Casa Moco, cosas de las que me voy enterando y me encantan, pero a veces no llego.
Ahora en Jamaica contás con un equipo estable.
Estoy trabajando con Paulee, que está estudiando Gestión Cultural en la UNR, y también con Matías Meza como montajista. Es algo que me da fe en el proyecto y que me aliviana la vida. Con la incorporación de Paulee se produjo un acercamiento más ameno de la gente con la que se está formando. Yo reniego un poco de la cosa académica, si bien desde mi lado les he tirado la mejor, seguramente soy medio torpe y quizás no fue tan así como yo lo pienso... Pero se amplió el campo de llegada y se estableció un diálogo con gente que quizás no había venido nunca a Jamaica. Igual eso no lo puedo entender, si estás metido en la cultura y no venís a Jamaica, no lo puedo entender... Pero dejando de lado mi ego y mis inseguridades, celebro que pase.
¿Qué sentís que se puede potenciar en la ciudad para que crezca culturalmente?
Que renuncien varios, y que se meta a laburar gente a la que le gusta el arte.
¿Y qué pueden hacer lxs artistas para aportar a ese desarrollo cultural?
En un momento me di cuenta de que el arte de mi generación era lo que hacía yo también, era lo que pasaba a mi alrededor. La historia del arte está hecha de grupos de amigos. Si el arte de mi generación es una mierda, es porque yo no hice nada para cambiarlo. Los jóvenes no tenemos que hacer hits, tenemos que aprender. Cuando empecé a poder hacer, a poder decir, a tener un lugar, y reconocí ese lugar de privilegio, también me hice consciente de la responsabilidad, en cierta forma. El arte de nuestra generación es lo que hagamos nosotros. ¿Con quién nos vamos a quejar si decimos “en este momento en Rosario no pasa nada”? Nosotros los artistas somos los que tenemos que hacer. Si en Rosario no pasa nada, es que yo no estoy haciendo nada.