ENTREVISTA A DIEGO DE ADURIZ POR EL DIABLO BENEVOLENTE

ARTE
4 de mayo de 2018

¿Cocoliche místico, cambalache místico?, le proponemos. “Si puede ser, tal cual”, responde Diego de Aduriz cuando en la radio intentamos sintetizar algo del espíritu de su muestra El Diablo Benevolente que puede verse en Gabelich  Contemporáneo (Pueyrredón 611). Pero seguro no decimos todo con esto, porque la obra del  artista porteño que se instaló en Rosario hace unos años “saturado de Buenos Aires”, se vale de una cantidad de elementos que, yuxtapuestos, en dialogo, cercanos o encimados, logran un efecto como de mundo privado, de habitación adolescente, un acoplamiento de objetos, mensajes y símbolos que puede funcionar como la invocación de una historia privada o como un altar para la práctica de la fe.

“La muestra es como un gran borrador. Empezó de una manera y no sabía cómo terminarla. La armé a partir de once obras que me traje de Buenos Aires, trabajos que son desde 2015 hasta ahora. A pesar de esas obras en un momento sentí que la muestra no aparecía y entonces recurrí al archivo personal que tengo, carpetas, cartas, y cosas que me encuentro por la calle y se fueron sumando como instalación”, dice. “Me gusta mucho el trabajo de edición. Llevo muchas cosas, genero una especie de escenario y voy editando sobre la marcha. Tengo un plan prefijado y  me dejo llevar por lo que pasa en el momento del montaje”, cuenta Aduriz, también conocido como DDA, artista emergente post crisis de 2001.

Cartas de tarot, papeles con dibujos y mensajes, naipes, fotos y hasta una escalera al medio de la habitación -que funciona como una especie de altar para los objetos-, constituyen un  entramado recargado de símbolos personales, y discursos místicos, naturales, zodiacales, sobre el amor o el sexo. Y en sus cuadros, delgado límite entre el dibujo y la pintura, si bien estos temas prevalecen, es la exploración de la línea y el color es lo que resalta.

"“La muestra es como un gran borrador. Empezó de una manera y no sabía cómo terminarla. La armé a partir de once obras que me traje de Buenos Aires, trabajos que son desde 2015 hasta ahora. A pesar de esas obras en un momento sentí que la muestra no aparecía y entonces recurrí al archivo personal" "

“Pueden ser altares muy a mi pesar. En tu casa o de amigos uno ve esas agrupaciones de cosas con recuerdos, especie de santuario improvisado. Yo empecé a pegar cositas y mirá donde llegué. Y después viene otro y te dice eso. Estoy atravesado de todo eso, y lo reelaboro. Y lo de la escalera fue azaroso, porque la agarré y empecé a intervenirla con cartas, muñequitos, dibujos. En un momento me hicieron ver que la necesitaban. Entonces le saque una foto, la desarmé y después la armé de nuevo”, cuenta. “Quedó como un dispositivo. Después estuve viendo muestra anteriores mías, y en cosas viejas veo que  la escalera es recurrente”.

Estudiante de arquitectura, escritor, artista plástico, performer y diseñador de ropa, Aduriz pasó por la escuela de Bellas Artes Pueyrredón donde recibió formación sobre el arte clásico pero también sacudió sus ideas y conceptos yendo a  la galería y editorial Belleza y Felicidad que a fines de los años noventa fundaron Fernanda Laguna y Cecilia Pavón.

Al decir de la poeta y crítica de arte Beatriz Vignoli, Aduriz “pertenece a una generación afortunada, la de los artistas que no necesitan pelear obra tras obra su cualidad de tales porque ya no hay una ortodoxia estética que acatar so pena de caer en la herejía de la no artisticidad”.

“Me gusta esa palabra, artisticidad  -dice Aduriz- hay una manera un poco naif de ver ciertas cosas. Quizás les pasa a mucho que vienen de una formación de lo más rigurosa y académica y después en su producción no responden a esos cánones. Yo pasé por la escuela de Bellas Artes de Bs As y mis profesores tenían una formación clásica y profesional. Están quince años estudiando y no tenían que ver con “hagan cualquier cosa y es arte”. No te podías correr mucho porque ante cualquier cosa te decían, “No, no va, eso está sucio, el fluo no va. Eso es una porquería”.  Pero a la vez era hermoso ese ámbito. La Pueyrredón era una mansión de Recoleta. Tenía otra sede por el Abasto, en donde a dos cuadras teníamos a Belleza y Felicidad. Ellas (Fernanda Laguna y Cecilia Pavón) llegaban con sus carteles fluos y eso era visto como una cosa horrible. Yo estaba en la escuela y Belleza era una cosa rarísima. A mí siempre me gustaron los lugares raros, y ellas eran raras entre los raros. Era una cosas como de club de barrio, de grupo, de secta inclusive. Había cositas pegadas en la pared, una obra que salía cien pesos, y un muñequito comprado en Once que salía dos mil pesos ahí. Me gusta eso de sacralizar y desacralizar.

Aduriz publicó hace dos años en la editorial Ivan Rosario el libro Hoy recordé algo que había olvidado, una sucesión de sueños, frases, ocurrencias, y reflexiones que van desde lo más trivial y mundano a su mirada sobre el arte. “Soy de bajar todo el tiempo información, no sé bien de donde, de mi cabeza o del magma de información que pulula por ahí, en redes sociales.  El libro viene de dispositivos electrónicos y redes sociales. Hice como una edición. Me gusta hacer todo el tiempo. Después veo si una cosa es para acá o para allá. Entre lo plástico y la literatura.

“No sé qué ponerme para ArteBa. Me visto de duende o qué” se lee en una página. Y en otra: “Yo creo que una manera de conocer el mundo es dibujándolo. No sé por qué razón no se le presta tanta atención al hecho de que dibujando asimilamos de otra manera la realidad. Pues de  tan solo pensar que en nuestras manos y dedos hay millones de terminaciones nerviosas imagínense la inteligencia que está contenida en esa parte el cuerpo. Como una especie de ser con vida propia. Como en la película de terror La Mano. ¿No? Bueno, después sigo que me cierra el Coto”.

Escuchá la entrevista 
a Diego de Aduriz

 


El Diablo Benevolente puede verse hasta el 12 de mayo en Gabelich Contemporaneo, Pueyrredón 611. Habrá dos visitas guiadas, los Sábados 5 y 12 de Mayo a las 13 horas.
 

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