Texto y podcast sobre Orlando Belloni

Dibujos y pinturas desde Tablada

ARTE
10 de noviembre de 2020

Publicamos la introducción del libro La Tablada (Ivan Rosado, 2020) que reúne una selección de dibujos y pinturas de Orlando Belloni realizados entre 1958 y 2020. Además en esta nota podés escuchar el podcast de La Columna de Maite con la entrevista al artista.

 

Por Juan Manuel Alonso

Orlando Belloni nació en 1933 en Pérez, localidad pegada a Rosario. Tres años antes había nacido su hermano Alberto, al que estará indisolublemente unido toda la vida. El padre de ambos, inmigrante italiano y peón en los talleres del Ferrocarril Central Argentino, falleció cuando Orlando tenía un año. Su madre tuvo que ir a Rosario, a buscar trabajo. Alberto y Orlando quedaron en Pérez al cuidado de sus abuelos maternos, también inmigrantes italianos, que vivían en las afueras del pueblo, casi zona rural, en una casa humilde, sin luz eléctrica, donde se cocinaba a brasero. Luego de unos años la madre volvió a casarse y se reunió con sus hijos. La nueva familia se trasladó a Puerto General San Martín. El padrastro se ganaba la vida como chofer de colectivos y de vez en cuando hacía changas como pintor de brocha gorda.

En 1947, Orlando ingresó a la escuela de aprendices del Ministerio de Obras Públicas (MOP) que funcionaba en avenida 27 de febrero y el puerto. Hizo la secundaria y, ya egresado, se incorporó a los talleres del MOP, donde su hermano era operario, como mecánico ajustador de motores diesel. Todavía vivían en Puerto San Martín y el trayecto entre su casa y los galpones del puerto era enorme, por lo que los hermanos se mudaron a una pensión de Rosario. Vivieron durante toda la década del 50 en esas pensiones oscuras, con lugar apenas para las camas. Iban a trabajar de madrugada. Por las noches Orlando empezó a concurrir a la Escuela Provincial de Artes Visuales Manuel Belgrano. Tenía entre sus profesores a Luis Ouvrard, que lo alentaba a asociarse con otros pintores. Con un compañero, del que se hizo amigo, salían todas las tardes cargando caballetes, paletas y cajas con materiales para pintar al aire libre por la zona de barrancas del centro que todavía no eran parques. Pero Orlando no siguió mucho tiempo en la escuela.

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En 1958, cuando tenía 25 años, otro muchacho que trabajaba de dibujante en la sección cartográfica del Ministerio, por entonces a cargo de Leónidas Gambartes, se retiró seducido por la oferta de un empleo mejor remunerado en el frigorífico Swift. Sabiendo que Belloni era loco del dibujo lo fue a buscar para que se candidateara a reemplazarlo. Le tomaron una prueba y quedó. Gambartes, de casi cincuenta años y ya un pintor reconocido en el medio nacional, lo tomó bajo su protección. Le enseñó la técnica del dibujo a plumín y tinta china con que se confeccionaban los mapas y Orlando comenzó a frecuentar su casa, comía allí los fines de semana y aprendió a preparar las complicadas bases de cromo al yeso que Gambartes usaba en sus pinturas. Trabajó tres años en esas oficinas y en 1962, casi al mismo tiempo que Gambartes se jubilaba, Orlando abandonó su puesto en el MOP. ¿Por qué dejó ese trabajo seguro? Fue tal vez la atracción por la vida afuera, las calles, una vida voluntariamente precaria.

Entre tanto, su hermano Alberto se había volcado a diversos estudios de historia, vinculándose con intelectuales marxistas y dirigentes socialistas como Enrique Dickmann, Abelardo Ramos y Jorge Enea Spilimbergo, que ordenaron sus lecturas. Desde la caída de Perón, Alberto comenzó a tomar notas para la redacción de una historia del movimiento obrero; viajó seguido a Buenos Aires para reunirse con Spilimbergo, sobrino del pintor, en bodegones donde comían fideos con pesto y repasaban los textos. Del anarquismo al peronismo fue finalmente publicado por Peña Lillo Editor en 1960. Dos años más tarde salió su segundo libro, Peronismo y socialismo nacional, por la Editorial Coyoacán. Su actividad gremial fue incesante durante toda la década. Seguía trabajando en los astilleros, ingresó en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) a principios de los años 60 y participó de las luchas sindicales marcadas por las revueltas contra la burocracia vandorista. Perseguido por la misma, dejó Rosario y, con su reciente compañera, Estela Weisberg, fueron a vivir a Buenos Aires, en lo que él llamó su primer exilio. Dio clases en la carrera de Sociología de la Universidad de La Plata durante la primera mitad de la década del 70. Se convirtió en el profesor obrero. En 1975 la triple A les requisó la casa. Ellos, que llegaron tarde esa noche, escaparon por un pelo. Vivieron escondidos casi un año hasta que consiguieron abandonar el país y radicarse en París. En el exilio denunciaron la dictadura. Alberto siguió leyendo y estudiando, pero ya no volvió a escribir. Se convirtió en una leyenda para argentinos de visita o franceses de izquierda y curiosos. Fraternal, erudito, conversador apasionado y fanático de la salida humorística, de los bruscos aflojes de tensión; siguió analizando los sucesos políticos que ocurrían al otro lado del Atlántico y escribió largas cartas acompaña-das de tickets de metro, entradas de cine, caracterizaciones político-afectivas y sobrecitos de azúcar de bares parisinos. Cada vez que viajó a la Argentina, visitó en Rosario a su hermano Orlando.

1990 Circa. 50 x 60 cm

Después del MOP, para Orlando comenzó una época azarosa de empleos diversos. Fue pintor de letras en oro, un oficio delicado que conoció en los años sesenta su última floración y cuyo objetivo era dibujar sobre vidrio escrituras publicitarias. Luego fue contratado como pintor de cartelones de ruta. Al final se hizo carpintero. Nunca dejó de dibujar. Cuando los trabajos le dejaban poco tiempo hacía aguadas y acuarelas. A fines de los 60, concurrió al taller de Grela en el barrio de Alberdi. En 1978, Dante Bonaldi, aquel viejo compañero de la Escuela de Artes Visuales, lo llamó para trabajar en su carpintería. El taller estaba (y está) sobre calle Chacabuco, apenas pasando Ayolas, en la zona sur de Rosario. En esa época La Tablada era todavía un suburbio tranquilo, con muchos baldíos. Orlando se trasladó con sus cosas, se asentó un poco. Como el predio que incluía galpón y vivienda tenía un patio grande, Orlando le pidió a su amigo permiso para construir su taller en una esquina. Lo armó en las horas libres que le dejaba el trabajo de carpintero. Hizo un piso de portland y un techo de machimbre. Tuvo por primera vez un lugar para desplegar chapadures y caballetes. Comenzó a pintar con regularidad. Y se hizo del barrio. Un barrio que, en los 80, se densificaba poblacionalmente al ritmo de la hiperinflación y la desocupación creciente.

Orlando se transformó en un pintor cada vez más urbano. Los tipos humanos que poblaron las villas que crecían lentamente en torno a la casa, carpintería y taller, se volvieron habituales en su obra. En los 90 realizó una larga serie de acuarelas sobre temas portuarios. Es la última vez que pinta directamente el motivo. Va hasta la zona de carga de granos ubicada en el bajo Ayolas, a pocas cuadras de su casa. Grúas, tanques, chimangos de lata, depósitos de granos y los puentes de chapa tendidos desde los silos de material hacia las dár-senas interiores de la terminal 6 pueblan las hojas más o menos gruesas que Orlando sujeta a su caballete. Son las últimas postales del puerto estatal donde transcurrió su juventud, ya sitiado por la privatización menemista. En esas andadas Orlando baja al sur, llega al Mangrullo, incorpora el Saladillo a sus temas: puentes sobre el arroyo, chimeneas del Swift, botes en la orilla y puestos de pescadores. Sin embargo, el leitmotiv central de su obra son los personajes de las barriadas de ese sur rosarino. A Orlando, que vive en el medio, le alcanza con espiar un rato la cuadra y meterse de nuevo al taller para recomponer la escena. Se suceden los retratos.

La Gata, 1978

En 2005, su hermano Alberto estaba muy enfermo y Orlando viajó a París con su hermano menor para pasar un tiempo junto a él. Una tarde visitó el Musée d’Orsay y mientras recorría las salas se encontró de repente la tela de su amado Puvis de Chavannes. Su corazón dio un vuelco. ¡Es “El pobre pescador”!, gritó. La gente lo miraba. Toda su vida había visto la obra en malas reproducciones, o muy pequeñas, o en blan-co y negro. Ahora la tenía enfrente y no iba a olvidarla. Cada pescador que figura en sus óleos está conec-tado a la pintura de Puvis. Alberto murió poco después. La intensa conexión que tuvieron le restó peso al dolor.

La Argentina posterior al 2001 acentuó la miseria de las calles de La Tablada. Se llenaron de casas de lata los pocos terrenos baldíos que quedaban y la vieja casona donde Orlando reside quedó completamente rodeada por la villa. Pero él no tuvo nunca problemas. Las chicas y chicos del barrio fueron sus modelos y las ásperas o amables escenas callejeras pasaron a sus chapadures. Toda la iconografía del vecindario se volvió una presencia constante en su obra reciente.

 

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