Por Julia Enriquez
Hay tres experiencias que se pueden tener con una ciudad: irse, destruirla o merodear. Lo aprendí en una canción, que se llama “Ghost World”, de Aimee Mann: I’m bailing this town, or tearing it down, or probably more like hanging around. Más que excluyente, cada opción es una derivación de la otra: por no poder irme, me saturo y a veces siento ganas de destruirla, pero como tampoco puedo tirarla abajo, probablemente me voy a tener que quedar acá, dando vueltas.
La canción se inspira en la película de 2001 que lleva el mismo título, protagonizada por Thora Birch y Scarlett Johansson en los roles de Enid y Rebecca, con dos de los looks más encantadores de esa era. Son amigas que se enfrentan al primer verano post final de secundaria, barajando el futuro, soñando con vivir juntas. El cierre de una etapa y el inicio de otra, una mezcla de vértigo y sensación de vacío. Hermoso, ¿no? Las ocurrencias de la tiernamente cínica Enid irán desviando ese futuro soñado, pero quiero detenerme en una imagen: dos chicas sin mucho que hacer, andando por el mundo fantasma, en un tiempo suspendido, pensando cuál sería la solución, si tomarse el palo, romper todo, o quedarse, intentando pasarla mejor.
Hasta hace muy poco, era contundente la sensación de estar viviendo en una ciudad fantasma. Pero el gran aturdimiento ya va pasando, dando lugar a la acción. Se reactivan los planes, los recitales, se superponen eventos. El concepto de post-pandemia empieza a tener un poco más de sentido o contorno. Cada unx va moviéndose a su ritmo.
Ahora, parece, hay mucho para hacer, muy de repente. Puede ser tan abrumador como estimulante. A veces quisiéramos tener el don de la ubicuidad: la capacidad de estar presentes en todas partes al mismo tiempo. Pero no, estamos condenadxs a elegir. Entonces, con la dichosa finitud de mi cuerpo, fui a algunos encuentros que me llenaron de entusiasmo y terminaron de disipar la nube lúgubre que se posa sobre la ciudad cada invierno, y este aún peor. Así, me zambullí definitivamente en la primavera. Salir a la calle, alejarse de las pantallas y recobrar la densidad de las experiencias. Con unxs amigxs tenemos un chiste interno, o más bien una consigna existencial, que sacamos de internet pero que logramos enraizar en nuestra cotidianidad: IRL, in real life. Buscar planes reales, vivencias.
La Jam de Máquinas es una propuesta itinerante impulsada por les músiques Flowi y mxoxyx. Tuvo sus inicios en juntadas de improvisación en casa de Flowi, en 2018, entre amigues. Al año siguiente, una noche en el Bon Scott, decidieron reunirse y convocar especialmente a tocar con sintetizadores Volca, sumando máquinas, público y visuales. De ahí en más, se armó una atmósfera tan amigable y fructífera que los encuentros se sostuvieron en distintos formatos: íntimos y públicos, por streaming y presenciales, con diversxs participantes.
Cada jam es una mutación, se unen colegas a tocar, a hacer visuales, armando “híbridos”, distintas combinaciones de artistes. También es un espacio de intercambio de data específica y abierta a todes. Hicieron intervenciones en el Museo de la Ciudad en el Parque Independencia y en la galería de arte Crudo por el microcentro. Hace algunas semanas, también en el Bon Scott, se armó una mesaza femininja integrada por Ani Bookx, Maia Basso, Clara Sabetta, Vico Soul, Flowi y Catalina Lacelli. Juntas crearon algo así como una medusa electro-pop: durante ese rato, fueron una única cabeza musical conformada por preciosas bichas serpenteantes.
En la galería Jamaica ubicada en Rodríguez 211 (¿lo que podríamos llamar Pichincha 420?) vienen pasando un montón de cosas, muestras alucinantes con inauguraciones y cierres memorables. Rincón vago fue la primera exhibición en Rosario de la pintora mendocina Jimena Losada Lacerna. El magnetismo onírico que emanan sus obras impregnó cada sala el día del “falso cierre” (porque permanecieron en las paredes por unos días más). Jimena reunió a amigas: dos mendocinas (Victoria Diaz y Flor Breccia), dos entrerrianas (Virginia Negri y Daiana Henderson) y dos santafesinas (Lila Siegrist y yo), para leer poemas y “cogollitos”.
Las amigas cuyanas creyeron que el cogollito era conocido a nivel nacional, o más bien universal, pero vinieron a enseñarnos: es una rima que se compone espontáneamente a modo de dedicatoria o celebración, antes de cantar una tonada (siempre, las más fuertes son las tradiciones orales). Se responde con vino, y eso fue lo que vertió Jimena para dar inicio a la lectura, en una fuente de cerámica hecha por Victoria Diaz. El vigoroso tinto cayendo en finos chorros sobre la cerámica blanca era una réplica del frenesí en sangre de les presentes. Un rato después, le artista Valentine, también proveniente de Mendoza, ofreció un recital electro pop dark muy seductor, como su atuendo bondage y su perfo completa. Dedico ahora un cogollito a esa velada: Que viva el arte, ¡que viva!, cogollito de algodón, si juntás a tus amigues, está garantizada la emoción.
Otra muestra comandada por la amistad indudablemente fue Amigas del Arte de Ana Wandzik y Virginia Negri. Según ellas, fue “un asentamiento, con algo de lo que hicimos este tiempo, cosas grandes, cosas chicas, cosas efímeras, cosas para siempre, cosas rápidas y cosas lentas”. La llamaron “ranchada kitchnerista”. Duró solo un día. La organizaron en el parque, entre los jacarandás, junto al río, a la altura de calle Italia. “Una galería a cielo abierto”, afirma Alejandra Benz en el genial poema que compuso para la ocasión (el texto de no-sala, bromeaban). También detalla la materia prima y el modus operandi de la muestra: “semillitas, tapas, tapitas, lentejuelas grandes y chiquitas, telas banderas, potecitos de helado, ramitas, hojas, latas, peluches, botones de alguna lata costurero, hacer con lo que hay, eso me dicen”. Por el pasto, colgando de las ramas y entre las cortezas, se encontraban collages, pinturas, bordados, banderas, todo tipo de arte. Además, al caer el sol, hubo micrófono abierto, con todes alrededor de un manto multicolor central.
Hay dos ejes (por denominarlos de alguna manera) que resultan fundamentales para entender no solo el trabajo de estas dos artistas, sino una profunda forma de hacer (que todes podemos aprender): el “Manifiesto para un arte en el marco de nada” de Wandzik (se encuentra en el recién estrenado libro Hola amiga y también puede escucharse en la web de Sonidos de Rosario en voz de la autora) y el leitmotiv “Militando el cualquierismo” enunciado por Negri (“animarse a la contradicción, al ridículo, al pequeño gesto, a la micropolítica, siempre rizomatizando”), aunque no importa qué es de quién, el arte es compartirse. No es casual que en esos días, yendo de encuentro en encuentro, tuve un sueño en el que un amigo me decía: “La obra son los vínculos”.
Algo de esta índole se plasma en el espacio que Wandzik lleva adelante con Maxi Masuelli, Ivan Rosado, una casa que aloja incontables obras y propuestas. La pequeña sala que te recibe es un espacio ideal para exhibiciones. Recientemente hubo pinturas de Lucía Rubiolo: entrañables retratos, delicadas flores, pajaritos enamorados. Luego, obras textiles de Sirena del Kaos: una camisa de arabescos hechos con lavandina, porno BDSM sobre cuadrillé, una campera de jean con unos alienígenas tocando sintes.
Los espacios de arte y literatura en casas son mi formato preferido. Implican otra forma de visita. Nadie te va a obligar a interactuar más de lo que quieras, pero tampoco se prestan para ser un visitante furtivo o huidizo. Es jugársela a estar presentes, en la ciudad real. Encuentros cercanos son los que ofrece la librería hogareña Laguna por barrio Arroyito. Cristhian Monti y Daiana Henderson, también escritores y editores del sello Neutrinos, han montado en su living una librería especializada en poesía, fanzines, publicaciones independientes, editoriales contemporáneas, incluyendo varias joyas de colección. Cuentan con una amplia terraza, donde hace poco organizaron una lectura en la que participaron Cecilia Pavón (quien presentó Querido libro publicado por Neutrinos), Rita Chiabo, Camila Gassiebayle y Bernardo Orge.
La lectura trascurrió en el lapso del atardecer, los colores iban cambiando junto con los tonos de las voces. Escuchando con atención se encontraban otres escritores, músicxs, artistas plásticxs, fotógrafxs. No es una variedad a dar por sentado. Asistí a eventos de poesía en los que el público estaba compuesto exclusivamente por otrxs poetas. Buen signo de los tiempos y de los espacios, que puedan congregar, porque al fin de cuentas ¿qué tiene de distinto alguien que hace poesía, de alguien que hace música, o pinturas, o danza? Matices del lenguaje, como colores que forman parte de un mismo cielo. Celebro que, cada vez más, nos vayamos amalgamando.