Guaraní de Luis Zorraquín narra la historia de la relación, a la vez tensa y amorosa, entre Atilio, un pescador que traslada pasajeros y mercancía entre las fronteras del Paraná, fuertemente arraigado en su tradición, que se resiste a hablar en otra lengua que no sea la suya, y su nieta Iara, atravesada por los conflictos de casi cualquier adolescente en la búsqueda de su propia identidad y que habla una mezcla de castellano y guaraní.
por Daiana Henderson
Hay dos maneras de abordar desde lo artístico un paisaje regional. Me refiero al paisaje geográfico, sí, pero también al paisaje cultural. Está el abordaje del turista que presenta, figurativamente, una “postal”, es decir: los rasgos característicos, peculiares, que se vuelven símbolo representativo de un lugar o de una cultura. El problema es que estos rasgos característicos están siempre identificados desde una mirada ajena, extranjera, que confunde lo distintivo con lo distinto a la cultura del observador, quedándose la más de las veces con una representación ingenua de las costumbres y con rasgos que él supone profundos pero que en verdad son superficiales, simplemente porque le son llamativos. Este punto de vista esconde un trasfondo binario y conservador, muchas veces inconsciente, que mide las culturas con la misma vara como si existiera un continuum infinito que va de las sociedades industrializadas a las sociedades tradicionales, lo que muchas veces se traduce en una mirada naif e incluso caritativa de lo regional.
En el otro extremo está la mirada del baqueano, aquel en el que cada uno de sus gestos, además de decir, habla: hay que saber escuchar. Sin embargo, el baqueano tiene una enculturación tan profunda que le es imposible elaborar una narración de la cultura de la que es parte, la familiaridad y la cercanía resultan muchas veces enceguecedores: uno mismo no puede visualizar aquello que da por supuesto. Esa es la tarea del visitante sensible y atento, el que conoce el terreno en el que se mueve, entiende los códigos, pero tiene la capacidad de abstraerse y hacer una mirada a la vez detallada y retrospectiva: la bifocalidad de la panorámica y el zoom.
El relato de la película Guaraní se construye desde este punto medio. Su director, Luis Zorraquín, vivió casi una década en el Paraguay, lo que le permitió acercarse a la historia del país vecino y a reconocer a la lengua guaraní como un tótem de resistencia contra el disciplinamiento de las dictaduras y la homogenización cultural a la que empuja la globalización, sin dejar de ser tratado por sus vecinos como un extranjero, un kurepa, expresión que se traduce como “piel de chancho”. La mayor dificultad para encarar la película —cuenta el director— fue justamente la desconfianza frente a que “un argentino pudiera cuidar su cultura”. De manera transversal aparecen varios temas paradigmáticos: el machismo, la explotación, la globalización, la discriminación. “Me impactó cómo después de la Guerra de la Triple Alianza quedó un treinta por ciento de población masculina que, en su mayoría, eran abuelos y niños. Y me pregunté: ¿cómo se sigue después de eso, cómo se avanza?” dice Zorraquín y también: “Paraguay por diversas cuestiones socioeconómicas a lo largo de su historia, obligó a una generación trabajadora a emigrar dejando a sus hijos al cuidado de sus abuelos. Esta relación es la que intento describir con mucha delicadeza a lo largo del viaje y de la peli.”
Guaraní es la historia de la relación, a la vez tensa y amorosa, entre Atilio, un pescador que traslada pasajeros y mercancía entre las fronteras del Paraná, fuertemente arraigado en su tradición, que se resiste a hablar en otra lengua que no sea la suya, y su nieta Iara, atravesada por los conflictos de casi cualquier adolescente en la búsqueda de su propia identidad y que habla una mezcla de castellano y guaraní. La madre de Iara, que vive en Buenos Aires, anuncia que está embarazada de un varón y Atilio decide emprender el viaje río abajo para convencerla de tenerlo en territorio paraguayo, para conservar las raíces, para lo que necesitará el acompañamiento de su nieta. La fotografía de la película, el lugar que ocupa la quietud y el silencio como elementos narrativos, y el paisaje sonoro del guaraní, dan forma a esta road movie fuerte y delicada.