ROMINA CARRARA HABLA SOBRE SU OBRA LOS CHEPIQUES

ARTE
14 de julio de 2017

Por Bernardo Maison

¿Dónde debemos poner el foco de atención al hablar de Los Chepiques? ¿En los 80 dibujos y pinturas que Romina Carrara muestra en el Centro Cultural Fontanarrosa? ¿En el libro Los Chepiques, escrito y dibujado por Carrara y publicado por Minusculario ediciones, en abril de 2017? ¿O en todo eso a la vez? Su impulso creativo es una zona amplia que no se agota en lo mencionado. Abarca también un modo de ejercer la técnica, de pensar un territorio y una tradición política y estética. De apropiársela y modificarla. Y de experimentar, con la pintura y la escritura.

“Es un mundo que combina muchísimos estímulos”, nos dijo Carrara en la entrevista que le hicimos en la radio. Desde el año 2014 a esta parte Los Chepiques fueron llegando como resultado de la “combinación” de “la gráfica, el dibujo, la pintura, la historia del país y la experiencia que fui acumulando con estos experimentos gráficos anclados principalmente en obras de arte”.

Los Chepiques, esos seres que pueblan la obra de la artista rosarina nacida en 1978, son parecidos a la especie humana en su composición anatómica pero con la visible diferencia de que su cabeza -ojos, nariz y boca- se encuentra (o encontraba) incrustada en el pecho. Según cuenta ella en el libro, que en tono documental ficcionaliza una historia posible sobre la presencia de esos seres imaginarios en el territorio del Río de la Plata -y en contacto con los habitantes de la región-, desaparecieron a mediados del siglo XX.

“Estos seres han sido descriptos, nombrados y representados por diversos referentes de Oriente y Occidente desde la Antigüedad”, escribe la artista rosarina. “En épocas de la conquista de América, no pocas crónicas demostraban la creencia de que estos acéfalos, entre otras razas monstruosas, habitaban las tierras del nuevo mundo. En parte explicación de lo inexplorado y lo desconocido, estos relatos buscaban también alimentar el temor a lo extranjero, a lo extraño y distinto, justificando la aniquilación y la matanza en los territorios conquistados”.

“Nunca pensé en escribir para mostrar. Yo imagino y pienso a través del dibujo y la imagen, entonces los textos –al menos en este momento- acompañan. A lo mejor tienen una sustancia parecida en lo que a mí me gusta leer. Busco la imagen compleja, que diga varias cosas”

“El primer registro que encontré de esta raza monstruosa es de mucho antes, ya estaba en Plinio, 50 años antes de Cristo, él ya hablaba de una raza monstruosa que vivía en un lugar como Etiopia o cerca de ahí”, nos dijo.

Fueron varios los relatos de científicos, naturalistas, y viajeros que alimentaron la imaginación y creatividad de Carrara para dar con esta serie tan personal que también posibilita una mirada sobre el arte argentino a partir de sus “versiones” de pinturas conocidas, la reflexión sobre la convivencia en sociedad, las matanzas que sufrieron muchas comunidades, y en el plano individual, los lados más oscuros de las personas.

“Nunca pensé en escribir para mostrar. Yo imagino y pienso a través del dibujo y la imagen, entonces los textos –al menos en este momento- acompañan. A lo mejor tienen una sustancia parecida a lo que a mí me gusta leer”, nos dijo en referencia al diálogo entre las imágenes, que aparecieron primero, y las palabras, que se fueron imponiendo para generar un tono global a su proyecto. “Busco la imagen compleja, que diga varias cosas”.

En acrílico sobre tela, pastel sobre papel, tinta china, sanguina y grafito, los dibujos y pinturas de Carrara mantienen cierta concordancia con la prosa de su libro. “Le di un inicio bastante monocromo a la serie. Porque el tono documental del libro tiene la atmosfera de las crónicas y textos antiguos que leí, y quería que acompañaran en el mismo sentido. No quería expandirme mucho más del duotono”. Eso es así en la mayoría de las obras de Carrara, aunque en los dibujos en donde se presenta la anatomía de Los Chepiques aparece el color.

A su vez, "algunas de las obras están muy ancladas en la historia de la pintura argentina, o en fotos de los años veinte o treinta. Eso no es fácil, pero sí menos engorroso al definir el tono de esa imagen”. Ejemplo al respecto son sus versiónes de “El despertar de la criada” (Eduaro Sivori, 1887), Los mantones de manila" (Fernando Fader, 1914) o "La vuelta del Malón" (Ángel Della Valle, 1892), celebrada esta última como la “primera obra de arte genuinamente nacional desde el momento de su primera exhibición en la vidriera de un negocio de la calle Florida (la ferretería y pinturería de Nocetti y Repetto)".

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